MLO, en los últimos meses, ha calumniado a medio Mundo. En forma genérica, pero insistente, ha calumniado a los periodistas, a los conservadores, neoliberales, priistas y panistas; también se metió con los españoles, la Suprema Corte, magistrados, jueces, Tribunal Electoral, INE y el CONACYT. En otros tiempos, en forma específica, calumnió y ofendió a los empresarios, a los ecologistas que se opusieron a su “trenecito” y a otros. La semana pasada atacó al clero católico, a los judíos y, en particular, a un miembro de esa comunidad.

Una precisión: no es lo mismo calumniar que acusar. Calumnia es una imputación grave, falsa o sin pruebas. Acusar, en cambio, es comparecer ante una autoridad competente para atribuir a alguien la comisión de un ilícito, mediante la exhibición de las pruebas necesarias. AMLO, cuando habla, calumnia, difama, no acusa.

Algunos, que gozan de un estatus especial, han sido calumniados no una, sino varias veces y de manera reiterada. ¿De qué privilegios gozan, por ejemplo, Felipe Calderón, Emilio Lozoya Austin, Carlos Loret de Mola, Brozo o Diego Fernández de Cevallos? Para ser objeto de los insultos de AMLO y, en cambio más de ciento veinte millones de mexicanos no lo hemos sido ni una sola vez.

AMLO a quien no ha ofendido, ni tocado con el pétalo de una rosa, es aquél cuyas iniciales son DT o, para no darle más vueltas, que se llama: Donald Trump, el que dijo, refiriéndose a nuestro presidente, que nunca había visto a nadie agacharse tan rápido y de tan buena gana como lo hizo él. Ignoro la razón por la qué, hasta ahora, no se ha metido con él y la razón por la que no lo ha difamado.

Además de Trump, quienes saben que nunca serán difamados por AMLO, que están a salvo de sus ataques verbales, son: Enrique Peña Nieto; los miembros de la delincuencia organizada, los huachicoleros, los corruptos, que son muchos, y que sirven a la Cuarta Transformación; los agentes de inmigración que vejan y ofenden a los extranjeros por el simple hecho de serlo; la mamá del Chapo Guzmán, a pesar de que ella, en el momento oportuno, no regañó a su hijo ni le dio de nalgadas para que dejara los negocios ilícitos; los traficantes de seres humanos, los priistas convertidos en diplomáticos, los verdes ecologistas, aquellos que no respetan los presupuestos autorizados y realizan obran al doble del precio;  y muchos más de sabor y color parecido.

AMLO tampoco ha censurado la invasión rusa a Ucrania ni al genocidio de que esta haciendo objeto a su población y a los responsables de otras formas de exterminio masivo de seres humanos que se observa en medio Oriente.

La mayoría de los mexicanos, a pesar de lo avanzado que está el sexenio, está esperando, impaciente, su turno para ser calumniados.  Los mortales comunes y corrientes sabemos que las posibilidades que tenemos de ser objeto de los ataques por AMLO son nulas. No se vale. Los que aún no hemos sido injuriados nos sentimos ninguneados, discriminados, ignorados y preteridos. Es evidentemente que no hay justicia en este Mundo. Los mexicanos, por más que brincamos para que nos vea, no nos ha ofendido.

Conociendo como es AMLO, no sé por qué razón, a estas alturas del sexenio, algunos se dan por ofendidos por sus dichos. Sabiendo que critica sólo para llamar la atención sobre su persona, hacer que la opinión pública se distraigan y aparte su vista de la tragedia que significa un aeropuerto Felipe Ángeles en el abandono; un refinería que a pesar de haber sido inaugurada, no refina ni va a refinar en mucho tiempo; de prestamos a la palabra que significó tirar millones de pesos a la basura; el fracaso de la política para hacer frente a la delincuencia; la presencia de agentes extranjeros que realizan actos de autoridad que, por Ley, sólo deben realizar los mexicanos entre otras tragedias.

Quienes son objeto de las difamaciones de AMLO no deben sentirse ofendidos, ni temerle. Deben tomar sus palabras como de quien vienen, sabiendo que son distractores de la opinión pública.

En cambio, quienes son elogiados por él deben preocuparse: no vaya a ser que se estén convirtiendo en cómplices, por omisión, de ilícitos contra la Nación, la democracia o la seguridad pública.

En política los ataques se deben hacer con fines específicos: debilitar la posición del adversario ante la opinión pública; exhibir sus desaciertos y debilidades, con vista a neutralizarlo o eliminarlo. También se utilizan con el fin ya indicado: distraer la atención de la opinión pública respecto de deficiencias, errores, abusos o excesos en el ejercicio del poder. AMLO, con sus ataques, hasta ahora, ha logrado distraer la atención de la ciudadanía menos informada, aquella que hasta ahora ha votado por Morena y su comparsa.

En esta materia ha habido exceso. Los ataques son tan reiterados, que han logrado un fin inesperado: unir y fortalecer a sus adversarios: a quienes son objeto de sus ataques. La opinión pública, cuando menos la más informada, ha terminado por tomar a los atacados como sus líderes. Prueba de ello es el resultado del último proceso electoral: la población más enterada, la de la Ciudad de México, Nuevo León o Jalisco se alejó de Morena. Eso es por lo que toca a los políticos.

En forma paralela se observa que los periodistas críticos, los que son atacados por AMLO, son quienes merecen mejor crédito y mayor auditorio entre la ciudadanía. En cambio, medios que en el pasado tuvieron cierto crédito entre la gente de izquierda, lo han perdido; se les toma como medios entreguistas o voceros oficialistas.

Todo lo anterior pone en evidencia que Maquiavelo estaba en lo cierto en lo relativo a la calumnia; él, refiriéndose a las ofensas, afirmaba lo siguiente:

“… cuán detestable resulta la calumnia, tanto en las ciudades libres como en cualquier tipo de régimen político, y como, para alejarla, se deben emplear cuantos medios se tengan a mano, sin excepción. No puede haber mejor método para cerrarle el paso que emplear la acusación pública, porque tanto como las acusaciones favorecen a la república la perjudican las calumnias, y unas y otras se diferencian en esto: que las calumnias no tienen necesidad de testigos ni de otras pruebas, de modo que cualquier puede ser calumniado por cualquiera, pero no puede, en cambio, ser acusado, porque las acusaciones necesitan el apoyo de pruebas verdaderas y circunstancias que demuestren lo fundado de la acusación. Los hombres son acusados ante los magistrados, ante el pueblo, ante el consejo; son calumniados por las plazas y los soportales … el que organiza una república debe establecer cauces legales para que se pueda acusar públicamente a cualquier ciudadano, sin ningún miedo, sin ninguna consideración y hecho esto y observado escrupulosamente, debe castigar duramente a los calumniadores” (Discursos sobre la primera década de Tito Livio, libro I, cap. 8).

Como decía el bolero: “Miénteme más, que me hace tu maldad feliz.” En el caso cabe decir: calúmniame más, que me hace tu maldad feliz.