Por Alejandro Pagés Tuñón

Las democracias occidentales enfrentan en nuestros tiempos, una avasalladora crítica de la que no se tiene precedente. En términos históricos las democracias son muy jóvenes con apenas poco más de doscientos años, si las comparamos con los miles de años de gobiernos y estados monárquicos y absolutistas. Y con ese poco tiempo ya se encuentran en riesgo de volverse autoritarios. Aunque su construcción siempre ha pretendido darle la voz y el poder a la gente, su realidad ha derivado en la organización de partidos, con ideas y pretensiones normalmente antagónicas, pero que se habían encausado a través de elecciones más o menos libres aceptando, cada vez más, el pluralismo como mecanismo de compartición del poder. En estos poco más de doscientos años, coincidentemente, hemos alcanzado una era de prosperidad, bienestar y riqueza sin precedentes en la historia de la humanidad, pues hemos transformado la economía de subsistencia y el modo de vida del hombre desde el surgimiento de la historia, no exenta de problemas y desequilibrios. No obstante, este éxito ha generado costos estratosféricos para la naturaleza y el planeta que debemos reconocer y asimilar rápidamente, sin perder de vista la desigualdad y la pobreza que persisten en el mundo.

Quizá como consecuencia de una nueva era de información, de la revolución digital y del desencanto, en las últimas décadas, desde los grandes lagos hasta la Patagonia, el populismo ha ido enraizando en las otrora jóvenes democracias. No como una alternativa que encauce al poder de la gente, sino más como una rebelión contra el “establishment”, como una crítica hacia los gobiernos, los partidos y sus políticos incapaces de conectar con un mundo convulso y cambiante. Además, el constante desfalco de las arcas públicas, de la que se han valido los políticos de todos los colores e ideologías, abrió la puerta a visiones radicales e idealistas trasnochadas de una época que considerábamos rebasada. Aquellos tiempos de la postguerra, el capitalismo, el estado de bienestar y el comunismo que se desdibujaron con la caída del muro de Berlín, dando paso a la globalización y el libre comercio. En conjunto esas épocas brindaron a Europa y occidente una era de paz prolongada que hoy parece que pocos valoran, pues se ha visto acechada en los últimos años.

En América, con más notoriedad desde el desierto de Sonora y el Río Bravo hacia el centro y sur de la región, las débiles democracias han sido lentas en la cimentación de instituciones capaces de resolver y atender eficazmente los añejos problemas de hambre, pobreza, desigualdad, marginación, migración, narcotráfico y conflicto social, ni tampoco de impulsar acciones decididas parar enfrentar las crisis ambientales que ya están azotando al planeta y a la región. El éxito relativo de los modelos de mercado con las grandes innovaciones tecnológicas de las últimas cuatro décadas, que facilitaron el fortalecimiento de la clase media, gracias a una importante estabilidad económica y social, no alcanzó a consolidarse. El embate del populismo está derribando todo lo andado, pero además, ha mostrado sus carencias y sus debilidades al desconocer y descartar las realidades y transformarlas en postulados básicos sin sustento.

El populismo en América Latina no se vislumbra como una opción constructiva y duradera para siquiera intentar resolver los problemas reales de la gente, ni mucho menos prever y prepararse para evitar las consecuencias funestas que ya enfrentamos por inundaciones, sequías, incendios forestales y devastación de los ecosistemas, con costos económicos y sociales de grandes proporciones. Los populistas han logrado profundizar los problemas, los daños y las consecuencias de un futuro de por si incierto. El ejemplo más claro se observa con las deficientes acciones que han tomado en una pandemia tan grave como el Covid, que tuvo y sigue teniendo efectos adversos en sus economías.

La pandemia ha sido claramente un acicate para indicarnos que los riesgos catastróficos están presentes. El reporte de riesgos globales de este año, publicado por el Foro Económico Mundial, es categórico al señalar que la mayor preocupación de la población en el corto plazo (2 años) son los eventos climáticos extremos, la crisis de subsistencia, el fracaso de la acción climática, la erosión de la cohesión social, las enfermedades infecciosas y el deterioro de la salud mental, entre otras. En el mediano plazo (2 a 5 años) sobresalen los riesgos del fracaso de la acción climática y los climas extremos, y en el largo plazo (5 a 10 años) además de los señalados se suman la pérdida de biodiversidad, la crisis de recursos naturales y el daño humano al medioambiente. Si bien los riesgos se clasifican en cinco categorías (económicas, ambientales, geopolíticas, sociales y tecnológicas) la mayor preocupación está en las crisis ambientales, en plural, que ya cobran factura en todo el mundo.

Aunque cada vez más personas en el mundo están preocupadas por los efectos climáticos, persiste el desconocimiento sobre las causas, las consecuencias de los daños al medioambiente y la urgencia de tomar medidas para contrarrestarlas. Es también claro que hay regiones y gobiernos en el planeta relativamente más avanzados en sus políticas y acciones para reducir y evitar los efectos adversos. América Latina está notablemente rezagada, pero más grave aún es que, con la llegada de los populistas, los avances que se habían alcanzado se han revertido aceleradamente.

Como se experimentó con la pandemia, el efecto social del Covid se acompañó de una profunda crisis económica sin precedentes. También, a raíz del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, los riesgos de recesión, inflación, hambruna global, crisis energética y sanitaria se acentúan rápidamente. La capacidad de reacción que deben tener los políticos y los gobiernos para entender la profundidad de los cambios que están ocurriendo y afrontarlos debe ser inmediata. No es el caso de los gobiernos populistas inclinados al autoritarismo y el de México es el ejemplo, en eso sí, más destacado. La urgencia choca con la mezquindad populista.

El populismo que vivimos en México no escucha la voz de la gente, no estudia las causas de los problemas, no reconoce las tragedias que está provocando en millones de familias y hogares que día a día pierden a sus integrantes. El sufrimiento de la gente se desestima desde el púlpito populista en continua contradicción entre sus palabras y sus actos. Incapaz de modificar su diagnóstico inicial y sus acciones para reaccionar a las cambiantes condiciones sociales, políticas, ambientales y de seguridad de su población. La promoción y el fomento desde la arena pública del encono, la división y la polarización entre ricos y pobres, conservadores y liberales, honestos y corruptos, burgueses y proletarios, blancos, mestizos e indígenas, buenos y malos, es por demás irrisoria, carente de realidad y de sentido de lo que México ha recorrido en sus más de 500 años de historia. Pero aun así, daña el tejido social de esta Nación al desconocer su proceso histórico, social, político, cultural y humano que rebasa las intenciones de una generación, grupo o individuo cualquiera.

Es en este escenario en el que el país y la sociedad mexicana deben afrontar los riesgos inminentes de las crisis ambientales, que tendrán repercusiones y efectos en la vida cotidiana de todas las poblaciones afectadas, cada día y cada año con mayor profundidad. Por esta apremiante realidad debemos alzar la voz para condenar este populismo autoritario que socava las capacidades institucionales para actuar. No solo nuestra joven democracia peligra, también la sociedad mexicana, el país entero, desde Baja California hasta Chiapas. Y la respuesta de las poblaciones a la ausencia de un gobierno capaz de solucionar los problemas será abandonar sus hogares y migrar para sobrevivir, migrar para encontrar un futuro más promisorio, migrar para aspirar a obtener lo que su país fue incapaz de garantizar: seguridad, bienestar y democracia.

El colaborador es autor del libro Capitalismo Natural y Economía Circular, es consultor en políticas públicas, economía y regulación. Twitter: @APagesT  FB y Linkedin: Alejandro M Pagés Tuñón