Sin ánimo catastrofista, vale la pena reflexionar que desde fines de 2019 el mundo se ha sumergido en una ola incesante de calamidades que reviven miedos bíblicos que parecían olvidados. La aparición del COVID19 (primero epidemia después pandemia) en China, cuyos orígenes todavía se ignoran, demuestra que el ser humano puede ser víctima de un virus mortífero en cualquier momento. Los últimos datos del Centro de Información del Coronavirus de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, Maryland, EUA, son de casi 5 millones y medio de fallecimientos, y contando. Pudieron ser más. Pero, gracias a la moderna tecnología médica fue posible perfeccionar vacunas que impidieron que la propagación fuera más rápida, sin que eso signifique que el mal ya se dominó. Eso no es cierto.
El problema va para largo, pero los incrédulos y los irresponsables —personas y gobiernos—, van por la libre, sin importarles que la pandemia continúe su cosecha mortal. Con los contagios encima, surgió la guerra en Ucrania cuyos efectos se sentirán muy pronto en hambruna en muchos países pobres. La invasión militar ordenada por el jerarca ruso Vladimir Putin no solo originó destrozos y muerte en la nación ucraniana, también desató una serie de desequilibrios económicos al presionar el mercado de granos y de energéticos en un mundo absolutamente interdependiente. La inflación, que aparece en el momento menos propicio, se volvió también un tema recurrente en los países y bolsillos de millones de personas, y de su estatus pues como defensa natural, millones de ucranianos se volvieron migrantes forzados. La migración, el talón de Aquiles del siglo XXI, aquende y allende el Atlántico. Este problema se agudiza porque la mayoría de los que tienen un hogar seguro casi siempre vuelven la cara para donde no se vean los emigrantes. Y, populistas o no, los gobernantes siempre tratan de minimizar el problema y le sacan la vuelta.
Para acabarla de amolar, el otro jinete del Apocalipsis que muchos no quieren ver, la emergencia climática pasa a ser una preocupación en pausa. La contaminación ambiental —que el ser humano ha provocado y acelerado irresponsablemente—, está provocando una infernal ola de calor que golpea desde hace varios días al sur y centro de Europa debido a una masa de aire caliente que provoca temperaturas récord superiores a los 45 grados centígrados así como infinidad de incendios forestales que devastan millones de hectáreas en la Vieja Europa.
De tal suerte, la emergencia sanitaria acompañada de una crisis económica que desemboca en una inflación excepcional, que tampoco tiene fecha de caducidad, tiene al mundo de cabeza, y lo que falta. Y, dice el viejo refrán: “éramos pocos y parió la abuela”; se estaba pasando el tema climático aparentemente menos urgente, pero que, la verdad, tendrá consecuencias más devastadoras que la propia pandemia, del coronavirus y, si se descuidan, la viruela del simio —infección rara pero peligrosa similar al ya erradicado virus de la viruela, que fue endémica en algunos países africanos — puede convertirse en otro grave problema sanitario por la irresponsabilidad de algunos gobiernos y de las propias personas.
En tales condiciones, se olvida que el calentamiento global también es mortífero y afecta la economía. La Tierra sufre, cotidianamente, sequías y temperaturas excepcionales: incendios incontrolables, inundaciones que destrozan todo lo que encuentran a su paso, escasez de alimentos (por ende más caros), y millones de personas desplazadas de su lugar de origen. Los fenómenos naturales relacionados con la contaminación ambiental —que llegado el momento no tendrá paso atrás—, se agravan porque la Humanidad ha perdido el sentido de la urgencia: todo es importante, pero la salud del planeta es impostergable. Nadie puede mirar para otro lado. Lo qué hay que hacer hay que hacerlo ya. Ahora o nunca. Después será demasiado tarde. No todos se dan por aludidos.
La realidad es que todo el planeta sufre el aumento de la temperatura, desde el Polo Norte hasta el Polo Sur. Y, literalmente, ambos se deshielan por los efectos de la contaminación ambiental. Los medios informan del “calor apocalíptico” en Europa, que sufre días trágicos, tras la ola de calor que hasta el momento de escribir este reportaje tiene un saldo de más de 510 muertos en Portugal y España. Además, por primera vez en su historia, el Reino Unido de la Gran Bretaña emitió una alerta “roja” por calor extremo, advirtiendo el gran riesgo para la vida humana y de los animales; medidas de precaución no se hicieron esperar: el servicio ferroviario y el Metro (usar lo menos posible); y escuelas, museos y algunas fábricas cerraron sus puertas ante posibles perturbaciones por la altas temperaturas.
El nivel del mercurio va a la alza en Francia, en Bélgica, en Alemania, y en Italia los glaciares se están convirtiendo en ríos subterráneos y al aire libre. En Grecia, en Turquía y en otros países. El territorio francés ha conocido temperaturas que han rebasado los 40ºC, provocando graves incendios y más de 32,000 desplazados. Los meteorólogos europeos pronostican un “apocalipsis de calor” con hasta 44 y 46ºC y advirtieron que se avecinan días muy difíciles.
La Oficina de Meteorología de Gran Bretaña extendió la alerta ámbar por temperaturas extremas en todo Inglaterra, Gales y el sur de Escocia y prevé elevarla a alerta roja durante los primeros días de la semana por primera vez en la zona de Londres, Manchester y York, con la posibilidad de que se superen los 40ºC, lo que supondría batir la marca de la temperatura más alta jamás registrada en el United Kingdom, por encima de los 38.7ºC que se alcanzaron en Cambridge en el año 2019.
Asimismo, en España y en Francia las altas temperaturas han causado graves incendios forestales y miles de personas que viven cerca de los bosques tuvieron que ser evacuados; se enviaron bomberos y aviones com bombas de agua a las zonas siniestradas para tratar de contenerlos. En España, más de 30 incendios forestales han obligado a evacuar miles de personas y se han ennegrecido 220 kilómetros cuadrados (85 millas cuadradas) de bosque y matorral. Además, se calculan 510 muertos la última semana; y el calor ha propiciado quemazones desde Portugal hasta la península de los Balcanes. Pedro Sánchez, presidente del gobierno del reino de España, durante una visita a la región de Extremadura, es denario de tres grandes incendios, dijo que “el cambio climático mata, mata gente, mata nuestros ecosistemas y la biodiversidad”.
La ola de calor que sufre casi todo España tras la entrada de una masa de aire cálido del Sáhara dejó en su octavo día máximas superiores a los 40 grados en diversos puntos. El fenómeno puso el domingo 17 de julio a tres regiones del norte del país en alerta roja por “riesgo extremo” de calor y a otras diez en aviso por “riesgo importante”. Todo el fin de semana las temperaturas en la península han rondado los 49 grados y para el domingo pasado la Agencia Estatal de Meteorología pronosticó que se llegaría a los 43 grados en varios puntos de Extremadura.
Algunos incendios llevan días activos, como el que ha quemado alrededor de 9,000 hectáreas en Monsagro (Salamanca), donde las condiciones meteorológicas dificultan las tareas de extinción al grado que obligaron a retirarse a los vehículos aéreos que luchan contra el fuego, según afirman los servicios de emergencia.
El norte italiano, por su parte, también sufre sequías prolongadas. Se espera, que el clima cálido en Gran Bretaña sea más severo en la próxima semana tanto que se han preparado para temperaturas récord. Y los operadores de trenes advirtieron que se podrían deformar los rieles y algunas escuelas instalaron albercas portátiles para niños que soportan menos el calor. Además, en el aeropuerto londinense de Luton los vuelos se suspendieron mientras los ingenieros reparaban la pista “después de que las altas temperaturas provocaron el levantamiento de algunas partes”. Lo mismo sucedió en la Roya Air Force Brize Norton, importante base militar. Un portavoz oficial dijo que “los aviones están utilizando aeródromos alternativos de acuerdo con un plan establecido desde hace mucho tiempos”.
Los meteorólogos ingleses pronosticaron desde hace varios días que se rompería el récord de 38.7ºC establecido en 2019. Y, Penélope Endersby, directora general del Met Office aseguró que llegar a 41ºC “no estaba descartado, e incluso hasta 43ºC, pero esperemos que no esté tan alto”.
Al suroeste de Francia los grados de calor y los remolinos de vientos cálidos complicaron la tarea de apagar el fuego. Marc Vermeulen, jefe regional del servicio de bomberos, describió cómo los troncos de los árboles se rompían a medida que las llamas los consumían, lanzando brasas ardientes al aire y extendiendo aún más las llamas”. “Estamos enfrentando circunstancias extremas y excepcionales”, añadió.
Además, las autoridades no se dan a basto evacuando damnificados y trasladaron a otras 14,900 personas de áreas que podrían encontrarse en el camino del fuego y el humo asfixiante. Más de 31,000 personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y lugares de vacaciones de verano en la región de Gironda desde que comenzaron los incendios forestales el 12 de julio.
Por si algo faltara, el lunes 18 de julio, en EUA, la cadena de televisión de paga CNN, informó que alrededor de 60 millones de estadounidenses están bajo alertas de calor en más de 15 estados, e incluso se esperan temperaturas que oscilarán entre 43 y 46 grados. La advertencia abarca la mayor parte de las Grandes Llanuras, el Valle del Mississippi así como Oklahoma, Kansas y Texas, entre otros estados, donde el mercurio alcanzará hasta 43 grados centígrados, según el New York Times y la cadena televisora.
Ante panorama tan grave, en una reunión de tres días en Berlín para una conferencia llamada Diálogo de Petersberg, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el portugués Antonio Guterres advirtió: “No hay opción: acción colectiva o suicidio colectivo”. El diplomático lanzó un serio llamamiento a todas las naciones para asumir la responsabilidad de “nuestro futuro…Debemos reconstruir la confianza y unirnos para mantener vivo el objetivo de 1.5 grados y construir comunidades resilientes al clima. Las promesas hechas deben ser cumplidas”.
El secretario general de la ONU manifestó en la capital alemana que “resolver la crisis “está en nuestras manos, los gobiernos pueden idear un plan colaborativo (sic) y urgente para abordar la emergencia climática impulsada por los combustibles fósiles que ya causan estragos mortales en todo el mundo, o seguir permitiendo que las corporaciones contaminen la atmósfera sin límites, condenando así a la humanidad a un futuro sombrío”.
El Diálogo de Petersberg es organizado por el gobierno germano y desde hace trece años se ha significado como una de las últimas oportunidades para lograr una agenda internacional para la mitigación, adaptación y compensación antes de la reunión del clima COP 27 de la ONU en Egipto el mes de noviembre próximo que ojalá logre compromisos serios sobre el futuro de la Tierra. ¡Que así sea! VALE.