¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra

al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?

Los mismos hombres, las mismas guerras,

los mismos tiranos, las mismas cadenas,

los mismos farsantes, las mismas sectas

¡y los mismos, los mismos poetas!

¡Qué pena,

que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!

León Felipe

 

Habría que leer a muchos autores y de varias épocas para corroborar lo que en una forma dramáticamente bella nos dice León felipe en su poema ¡Qué pena!. Ciertamente es doloroso ver “las mismas cosas siempre con distinta fecha”, y más doloroso aun cuando las “cosas” afectan a pueblos enteros al ser sometidos a la voluntad de un déspota, de un tirano, de un populista. Quienes nacen con esta penosa debilidad, el único requisito, tal parece, es incubar un insaciable deseo de poder; el camino o la fórmula para llegar a serlo, sin embargo, resulta de recetas harto conocidas y que se repiten a lo largo de la historia. Un mexicano de excepción, como tantos otros, también aporta lecciones de historia universal.

En el México convulso de mediados del siglo XIX, José María Luis Mora (1794-1850) -considerado el fundador del liberalismo mexicano-, nos deja un especie de manual de cómo se crea un déspota. Sus disquisiciones vertidas en dos magníficos discursos, sorprenden por las semejanzas que guardan las circunstancias que en aquella época le dieron origen, y las que prevalecen ahora en el contexto mexicano.

A quienes preocupa el surgimiento de gobiernos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, nada más provechoso -considero- que saborear sus picantes lecciones. Aquí algunas de ellas.

El filósofo e historiador Mora, afirma que el amor al poder, innato en el hombre y siempre progresivo en el gobierno, es mucho más temible en las repúblicas que en las monarquías, pues el que está seguro de que siempre ha de mandar, se fuerza poco en aumentar su autoridad. De esta afirmación se intuye que las repúblicas que han abrazado el sistema del voto ciudadano para elegir a sus gobernantes, ya sea de manera directa o indirecta, los espíritus despóticos interntarán los recursos más variados para concentrar el mayor poder y por el mayor tiempo posible. Rusia y China son en la actualidad conspicuos ejemplos.

Lo que afirma el Doctor Mora, en un México que tardaría más de 120 años en encontrar su identidad política (de 1810 a 1921, por lo menos), es que, en un pueblo en gestación los demagogos tienen un campo inmenso en qué ejercitar su ambición. “Buscar las pasiones populares -nos dice- y una vez halladas adularlas sin medida, proclamar los principios llevándolos hasta un grado de exageración que se hagan odiosas, e infundir la desconfianza de todos aquellos que no hayan pasado tan adelante y profesen o persuadan máximas de moderación (…), prodigándoles los apodos mas denigrativos, los más insultantes desprecios y las persecuciones más bárbaras y forjando sin advertirlo las cadenas que han de reducirlos a la nueva servidumbre”.   Nos refiere Mora que Robespierre y Marat “no se hicieron dueños de los destinos de Francia ni derramaron tanta sangre sino por estos medios y fueron mil veces más perniciosos que lo habían sido todos juntos los reyes cuya raza destronaron.”

Al tenor de su análisis (Discurso sobre los medios de que se vale la ambición para destruir la libertad), Mora advierte que la suerte de la libertad y la existencia de la república se hallan al borde del precipicio desde el momento en que cree o afecta creerse que reconocen por base la existencia política de un solo hombre. “Él -afirma- empezará por adularos (¿se referirá al pueblo bueno y sabio?) prometiéndolo todo y acabará por sumiros en la servidumbre, sobreponiéndose a las leyes que afianzan las libertades públicas y arrancando si es posible de vuestros corazones todos los sentimientos generosos que haya arraigado en ellos la independencia de un alma verdaderamente libre” Dicho esto, lanza una severa conseja: “Sumid a esos monstruos abominables, a esos hijos desnaturalizados, en el abismo de la nada y transmitid a la posteridad su odiosa memoria cargada de la execración pública”.

Al escribir estas líneas, debo confesar al lector, que al encontrar -casi por casualidad- las sesudas reflexiones de Mora, el sinnúmero de paralelismos entre lo dicho por éste y lo que pudiera decirse (y se dice) en el México de hoy son sorprendentes (diría León Felipe: “…los mismos tiranos, las mismas cadenas”). Por ejemplo, cuando se pregunta “¿qué es lo que hace un déspota para satisfacer sus ansias de poder?”; su respuesta no puede sino resultarnos familiar. Veamos:

“Procura formarse un partido considerable, familiarizar al público con la transgresión de las leyes y fingir o excitar conspiraciones… Empieza por pretextar la existencia de conspiraciones –nos dice el historiador- poderosas y temibles; se hace mucho misterio de ellas, sin perdonar diligencia para hacer común y popular esta convicción. Cuando esto se ha conseguido, se aventura la distinción entre el bien de la república y la observancia de las leyes; después, se pasa a sostener que aquél debe preferirse a éstas; se asegura que las leyes son  insuficientes para gobernar y se acaba por infringirlas abiertamente; solicitando por premio de tamaño exceso su total abolición”

¡Pácatelas!  (perdón, pero de pronto sentí que esta leyendo las noticias de hoy). Supongo que en su época también alguno de esos caudillos dijo: “…Y no me vengan con que la ley es la ley”.

“Napoleón, Iturbide y Sanmartín, fueron los primeros que socavaron con la transgresión de las leyes los cimientos de su grandeza… -y agrega- …Se engañan los hombres cuando aseguran que las Constituciones son hojas de papel y no tienen otro valor que el gobierno quiera darles, … (expresión que) ha sido repetida y acaso no muy lejos de nosotros por algunos pigmeos sin mérito ni prestigio…”

Pero hay más semejanzas con la actualidad: el filósofo Mora advierte que, cuando se trata de establecer un régimen arbitrario, “supone la necesidad de aumentar la fuerza del gobierno por la suspensión de las fórmulas judiciales, por las leyes de excepción y por el establecimiento de tribunales que estén todos a  devoción del poder y bajo su dirección e influjo; para esto -concluye- sirve admirablemente el sistema de abultar riesgos y peligros”.

Tal parece que antes -como ahora- las teorías conspiratorias bien sirven para justificar poderes meta constitucionales en manos del gobernante. Y bien lo advierte el autor al señalar que otro exceso bastante común en los gobiernos es incursionar en todo lo que la ley no les prohibe, cuando es cierto que no están autorizados sino para lo que ella los faculta. De este hecho -asevera- “resulta que, sin tocar en lo más mínimo las leyes, estarían facultados para destruir las garantías sociales, atentar contra la seguridad personal, dilapidar el tesoro público y ejercer el poder arbitrario en toda la extensión ilimitada de la palabra”.

Tal parece que los miedos y preocupaciones de Mora son los mismos que hoy nos aquejan. En aquella época, el insigne diplomático advierte que la prevalencia de tales prácticas nos podían llevar a un futuro ominoso; al caso decía: “La suerte de la libertad y de la existencia de la república se hallan al borde del precipicio desde el momento en que se cree que reconocen por base la existencia política de un solo hombre”. Sí, un precipicioque no fue una suposición, sino una profecía, pues, en los años en que aparecieron estos escritos, apenas se bislumbraban los once gobiernos de Santa Anna, la pérdia de más de la mitad de nuestro territorio, las invasiones europeas y el gobierno imperial de Maximilano, la dictadura de Porfirio Díaz y la Revolución de 1910. ¿Será , entonces, que a los países -como México- que hoy son gobernados por líderes populistas les espera una oscuro futuro de subsecuentes convulsiones por cincuenta o cien años? De nosotros depende que no suceda. ¿Cómo?

La receta la da él mismo: “…temed el poder de los ambiciosos y de las facciones que llaman en su auxilio; reunid vuestros esfuerzos para destruirlas, así seréis invencibles; aislados os batirán en detal  (al detalle, uno por uno). La ley y la voluntad nacional presidan vuestros destinos y cese el imperio de las facciones”.

Me parece -y con esto concluyo- que las alianzas políticas son hoy un imperativo para el futuro de la Nación. El precio de no hacerlo será alto ,para ésta y las próximas generaciones.