El domingo 16 del mes en curso, al inaugurar el XX Congreso del todopoderoso Partido Comunista Chino (PCCh) —fundado hace cien años, el 13 de julio de 1921– , el presidente de la República Popular (de) China, Xi Jinping (Pekín, 15 de junio de 1953), con toda claridad describió la situación real de su país: “un momento crítico”. El casi septuagenario dirigente del país más habitado del planeta (1,432,561,014 personas), declaró ante casi 2,300 delegados reunidos en el Gran Salón del Pueblo de Pekín: “El vigésimo congreso nacional del PCCh es muy importante en un momento crítico en el que todo el partido y la población de todos los grupos étnicos se embarcan en un nuevo viaje para construir un país socialista modernizado”.
Al presentar ese mismo día un balance quinquenal de su gobierno, en el que pronosticó “una nación más poderosa”, de acuerdo al guión del vigésimo congreso que duraría una semana, el político e ingeniero químico debería ser ratificado (hoy) domingo 23, por los mismos delegados asistentes a la reunión como secretario general de la organización, lo que sería el preludio de su reelección el próximo año (2023) como Presidente de China, lo que lo consolidaría como el líder más poderoso en la historia del país desde la época de MaoTse-Tung.
Desde que asumió el poder en 2012, el dirigente de la segunda economía en el planeta, ha subrayado sin cesar la importancia del Estado de derecho socialista con características chinas, cuando prometió capturar tanto a los “tigres como a las moscas” en una campaña anticorrupción de gran alcance. Asimismo, en el cuarto pleno del XVIII Congreso del PCCh, en 2014, indicó que proporcionaría “una poderosa garantía para alcanzar los objetivos del centenario y hacer realidad el sueño del gran rejuvenecimiento de la nación”.
La primera conferencias central sobre el trabajo relacionado con la gobernanza general basada en la ley en la historia del PCCh, celebrada en 2020, marcó el establecimiento del Pensamiento XI sobre el Estado de Derecho y su condición de principio rector del gobierno basado en la ley en el gigante asiático. No obstante, si las primeras tres décadas de reforma y apertura legal vieron la despolitización del sistema judicial, la última década ha visto su efecto contraerlo. Los órganos del partido han absorbido a sus homólogos gubernamentales, y la ley se ha usado para codificar el liderazgo del Gobierno.
En 2018, una enmienda constitucional eliminó los límites del mandato presidencial introducidos en 1982. En junio de 2020, Pekín aprobó una “Ley de Salvaguarda de la Seguridad Nacional en la región Administrativa Especial de Hong Kong (LSN) pasando por alto el Legislativo local de la ex colonia británica y el principio de “un país, dos sistemas” de la Declaración Chino-Británica. Además, en su Primer Plan de Construcción del Estado de Derecho en China (2020-2025), los dirigentes esbozaron su visión de un sistema jurídico coherente y auténticamente chino que debería “tomar forma en lo fundamental” para el año 2035. Este documento habla del uso de la ley para “preservar la soberanía nacional, la seguridad y los intereses de desarrollo y aboga por el uso de herramientas legales para disuadir las intervenciones de fuerzas extranjeras”.
A partir de entonces, Pekín ha tomado medidas cada vez más drásticas para adentrarse en el sistema político hongkonés y reprimir la disidencia. Las autoridades han detenido a decenas de activistas, legisladores y periodistas partidarios de la democracia, restringido el derecho de voto y han limitado la libertad de prensa. De tal suerte, Jinping defendió su gestión en los últimos cinco años, marcada por la pandemia del COVID19, las masivas protestas pro democracia y la represión en la antigua colonia británica, así como las crecientes tensiones con Taiwán. El mandatario chino resaltó que el PCCh tomara el control de la situación en Hong Kong, al lograr una transición del “caos a la gobernabilidad”. Así, Pekín se adherirá al principio de “un país, dos sistemas” cuando gobierne la antigua colonia británica y Macao, como repitió Xi. Y, en el mismo sentido, Jinping denunció la interferencia de “fuerzas externas” en Taiwán —claro está que se refería a Estados Unidos de América (EUA) y a los recientes incidentes que han tenido ambas potencias—, la isla con gobierno autónomo que China considera como propia. Para que no quedara duda al respecto, dijo: “China jamás renunciará al uso de la fuerza en la isla”.
Por lo que respecta a la cuestión de la Pandemia del COVID19, el Presidente de China señaló que el gobierno puso “en primer lugar a la población y sus vidas”, al realizar pruebas exhaustivas y confinamiento, pese a las inconveniencias y el daño económico causado por la política de “COVID CERO”. Los medios estatales defendieron esta semana que “aflojar” ante el virus sería “irresponsable”.
Respecto a la economía, Jinping puso de relieve que el poderío chino ha dado un salto histórico durante la última década. Según dijo, el PIB nacional subió de 54 billones de yuanes a 114 billones (16 billones de dólares), y su peso específico del volumen total en la economía mundial ha llegado a 18.5%, con un aumento de 7.2 puntos porcentuales.
Según informes de la agencia oficial de noticias Xinhua, China declaró en 2021 la eliminación de la pobreza absoluta dentro de sus fronteras, al haber logrado sacar de esa condición a casi 100 millones de personas en las zonas rurales durante los ocho años anteriores. Los datos oficiales aseguran que el ingreso disponible por cápita en el país alcanzó 35,128 yuanes (7.11 yuanes por dólar) en 2021, más del doble del nivel de 2012.
Por otra parte, Xi Jinping ofreció el día de la inauguración del congreso del PCCh una hoja de ruta sobre los próximos cinco años, en particular en el aspecto económico. La innovación en ciencia y tecnología, convertir a China en un “comerciante de alta calidad” y promover la Iniciativa Franja y Ruta serán una parte clave del crecimiento del país. Agregó que “la influencia internacional, el atractivo y el poder de China para dar forma al mundo han aumentado significativamente”.
Las prioridades del presidente Jinping para mantener al gigante asiático como líder político y económico en el planeta pueden resumirse en el reforzamiento de la seguridad y el ejército de su país, y en las siguientes frases del discurso dominical: “Nunca nos comprometeremos a renunciar al uso de la fuerza…Debemos estar listos para resistir vientos fuertes, aguas turbulentas e incluso tormentas peligrosas…(Y), nos reservamos la opción de tomar todas las medidas necesarias”. Por el tono de sus palabras fue interrumpido, con aplausos en varias ocasiones.
En ningún momento puede decirse que el mandatario chino llegó al vigésimo congreso del PCCh con humildad, ni con ánimo condescendiente. Todo lo contrario. Jinping sabe que el domingo 23 saldrá ungido para un tercer mandato quinquenal, algo poco común entre sus predecesores, con el que logrará su ambición de ser el único dirigente comunista que ha logrado ponerse a la altura del legendario fundador de la República Popular China en 1949.
Una vez más, se puso al tú por tú con el presidente estadounidense Joe Biden, de que no va a renunciar al uso de la fuerza para conseguir la reunificación de Taiwán, lo que puede conducir inevitablemente a un choque entre las dos superpotencias y al riesgo de una guerra nuclear, sobre todo si el octogenario mandatario de la Unión Americana cumple con su promesa (y advertencia) de que ayudaría militarmente a sus aliados de Taipei, en caso de una agresión de parte de Pekín.
Las palabras pueden provocar medidas sin regreso. “Taiwán es de China”, proclamó, eufórico, el único líder comunista que los historiadores comparan con Mao Tse-Tung; cuatro palabras más que suficientes para que su largo discurso, de más de dos horas, hiciera a un lado el tedio de los delegados. Como si solo hubieran estado esperado esa frase, los delegados, prácticamente todos con sus tapabocas color azul —porque en China la pandemia todavía no se da peor terminada—, comenzaron la ovación. Sobre todo porque Xi agregó: “Perseguiremos con el máximo esfuerzo una reunificación pacífica pero nunca prometeremos renuncia al uso de la fuerza como opción”.
Sin duda, en China los actos políticos se desarrollan sin saltarse una sola palabra del guión. Ni la coreografía: el Gran Salón del Pueblo, es eso: un inmenso salón adornado con banderas y con el escudo de la hoz y el martillo: las butacas del mismo color, así como los asistentes, con sacos, camisas, corbatas iguales, y del lado izquierdo los carnets rojos a la medida, asegurados a la misma altura de los trajes. El salón situado a un costado de la tristemente famosa Plaza de Tiannanmén y de la Ciudad Prohibida, donde se encuentra un gigantesco retrato de Mao, que parece vigilar las vidas y aventuras de los millones y millones de chinos, como el Gran Hermano.
Las referencias a Taiwán fueron quizás los momentos más impetuosos del discurso de Xi Jinping. El recuerdo de la reciente visita, en agosto, de la presidenta del Congreso de EUA, Nancy Pelosi a la isla era obligado. La llegada de la combativa asambleísta demócrata a la antigua Formosa (nombre derivado del portugués Ilha Formosa: Isla Hermosa), provocó fuertes reacciones del régimen chino. No se olvide que la señora Pelosi ocupa el tercer puesto en importancia en el escalafón de gobierno de EUA. Y su visita es la más importante de un funcionario estadounidense desde que ambos países restablecieron relaciones diplomáticas en 1979, tras reconocer Washington a Pekín como el “gobierno legítimo” de China a cambio de dejar en paz a Taiwán.
Xi declaró solemnemente —haciendo a un lado la opinión de los 23,5 millones de taiwaneses—: “La reunificación se conseguirá. Hagamos realidad sin falta la reunificación completa de la patria”. Cuando los políticos mencionan repetidamente “el pueblo, la patria, la soberanía”, hay que temblar. Palabras que muchas veces significan derramamiento de sangre, precisamente del “pueblo”.
Cuando esta ISAGOGE aparezca, (hoy) domingo 23 de octubre, “podemos hablar ya —dice Fran Ruiz en su artículo “Paso al emperador Chino”—, oficialmente, de Xi como el mayor autócrata del planeta, quien, al igual que su aliado, el presidente Vladimir Putin, aspiran a que su cargo sea vitalicio para que se cumpla el sueño de ambos: reconstruir sus respectivos imperios (con ellos de emperadores, claro), para lo cual necesitan acumular el máximo poder posible”.
“De hecho —agrega Ruiz—, Xi se parece a Putin más de lo que le gustaría reconocer, sobre todo en un punto en el que están totalmente de acuerdo: es urgente un nuevo orden mundial que acabe con la hegemonía global de Estados Unidos y su papel (auto asignado) de policía de la moral y los valores de la democracia”.
“Pese a todo, Xi sigue apostando por fumar la pipa de la Paz con EU, pero envía al mismo tiempo señales preocupantes. En víspera del Congreso llamó a Biden y le dijo que quiere que ambos lleven paz y estabilidad al mundo; pero en su discurso dejó claro que no va a renunciar al uso de la fuerza armada para reunificar Taiwán”.
“¿A qué Xi creemos, al pacificador o al belicista?”, finaliza Ruiz su análisis.
Por mi parte, diría: ¿Quién de los tres miente, o por lo menos trata de engañar a los contrarios: Jinping, Biden o Putin? Uno por uno, ni a cual irle. Vientos de fronda se cuelan por todas partes. El ambiente internacional está muy agitado. VALE.