Dioses de México (Gods of México, México-Estados Unidos, 2022) de Helmut Dosantos.

Documental (en blanco y negro y en color) que conjuga preciosismo y realismo, sin adjetivar ninguna ideología, ni posición política. Se ha escrito -estoy de acuerdo- que es una sinfonía audiovisual atemporal. Coincido con Juan Arturo Brennan que es “pretenciosa”, en el sentido -supongo- de mostrar la pobreza y la marginación de forma plástica (estética), incluida la música de Enrico Ascoli. Perfectamente editada, magníficos paisajes de la geografía mexicana que sirven de escenografías naturales a las estatutarias imágenes vivientes de personas de las más variadas etnias de los pueblos originarios, en forma de retablos y, también, muestra el trabajo esclavo-asalariado, como forma de salir de la vida primitiva rural y sin contacto con el civilizado mundo moderno. El esteticismo domina más que la neutral denuncia del duro trabajo de seres marginados que viven en un México atrasado, al cual, falsamente, se le denomina “resistencia cultural”.

 

Los reyes del mundo (Colombia-Luxemburgo-Francia-México-Noruega, 2022) de Laura Mora Ortega.

Otra historia de pobres y marginados del medio urbano (uno de ellos, Rá, recibe la noticia de que por fin se le ha otorgado la legal propiedad de una herencia de su abuela, robada años antes, por fuerzas paramilitares). Sus amigos y él viajan, como pueden, de la ciudad al campo, pasando por lugares intrincados del medio rural colombiano, habitado por personajes, también,  pobres y marginados, hasta llegar a su destino y encontrarse con la realidad de que la propiedad ha sido invadida por una empresa minera que busca oro. La realizadora Laura Mora Ortega narra una alegoría romántica (un caballo blanco la simboliza) que va de la ilusión a la tragedia. Los cinco jóvenes, creyéndose los reyes del mundo, terminan su aventura, entre traición y muerte previa de dos de ellos, asesinados por la gente que trabaja para el patrón invasor.

 

Todo saldrá bien (Tout s’est bien passe. Francia, 2021) de François Ozon.

André (André Dussollier), anciano de 85 años de edad, con buena posición económica, sufre un derrame cerebrovascular del que sobrevive, para confiarle a su hija Emmanuèle (Sophie Marceau) su deseo de morir, por medio de la eutanasia, para no causarle molestias a nadie. Lo que parece una tragedia, basada en una novela homónima de Emmanuéle Bernheim, se convierte en una triste comedia negra. El duelo de actuaciones de los actores, considerados los del reparto (Géraldine Pailhas, Charlotte Rampling, Éric Caravaca, Hanna Schygulla y Grégory Gadebois), permite a François Ozon, uno de los más importantes realizadores del actual cine francés, seguir tratando temas polémicos, con entera libertad, incluido, por supuesto, el de la muerte asistida. ¿Un adelantado homenaje a Jean-Luc Godard?

 

La emperatriz rebelde (Corsage, Austria-Luxemburgo-Alemania-Francia, 2022) de Marie Kreutzer, con Vicky Krieps, como la emperatriz Isabel de Austria y reina de Hungría.

El cine ha tratado la biografía de ella varias veces. Las más famosas de todas son las que la interpreta Romy Schneider, en la trilogía realizada por Ernest Marischka: Sissi (1955), Sissi Emperatriz (1956) y El destino de Sissi (1957).  Hay de gustos a gustos, por la belleza de una mujer. Lo cierto es que la belleza de Romy Schneider, la de Vicky Krieps y la de la auténtica Isabel de Baviera, no tienen que ver con el rigor de la versión que nos propone la, también bella, realizadora Marie Kreutzer, activista en política cultural y feminista, en cuanto a la igualdad de hombres y mujeres en el cine, ya que se trata de un estudio psicológico, con todas sus excentricidades conductuales, en los últimos años de vida de la princesa de Baviera, rebelde, culta y de ideas muy avanzadas para su tiempo, según se sabe, y cuidando su figura de manera casi enfermiza, de aquí el título de la película: Corsé.

 

El desierto rojo (Il deserto rosso, Italia-Francia, 1964) de Michelangelo Antonioni, con Mónica Vitti y Richard Harris.

Fui a verla al cine Chapultepec, en 1972 (tenía 18 años, casi 19), con la intensión, tratándose de una película italiana, de ver en “cueros” a Mónica Vitti. Me imaginaba que se verían varias escenas eróticas, al estilo italiano. Cuál fue mi sorpresa que no se ve ni un desnudo, ni una escena de amor. Hay diálogos picarescos de varias parejas que, encerradas en un cuarto, refugiándose del frío, insinúan una orgía. De todas formas y contenidos, la película me impresionó y, ahora que la vuelvo a ver, me recordó el inicio del libro “Los problemas dramáticos del guión cinematográfico” de Jaime Goded: “el arte es una forma de la conciencia social, es decir, una de las formas a través de las cuales el hombre toma conciencia de la realidad que se encuentra a su alrededor. El arte es una forma de conciencia de la realidad, una forma de conocimiento e interpretación de la realidad. El arte es una forma de conciencia social semejante a la filosofía, la ciencia, el derecho o la religión.” El desierto rojo fue y sigue siendo una película adelantada a su tiempo, por tratar los temas de la contaminación ambiental y de la perturbación mental. Los colores brillan, intencionalmente, con una dimensión propia. El ambiente industrial da la sensación de desolación extrema y la conducta del personaje femenino, interpretado por Mónica Vitti, es tan complejo que nos lleva a profundas reflexiones psicoanalíticas. Considerado uno de los grandes realizadores de la historia del cine, Antonioni conmocionó a sus contemporáneos, por su capacidad de abstracción, para tratar temas concretos, como el deterioro de la salud mental, de la sociedad y de la naturaleza, provocada por la irracional industrialización que está llevando al planeta a su envenenamiento irreversible. Antonioni, comentan los historiadores  del cine, fue un realizador que propuso, en todas sus películas, no sólo en El desierto rojo, que no saldremos ya de los límites de una clase de seres sin conciencia social que no sólo estamos completamente despolitizados, sino que nos hallamos encerrados en los límites estrechos del egoísmo más estéril. Lo cierto es que la incomunicación y la falta de amor, conducen a la histeria, a la depresión. Los historiadores del cine afirman que El desierto rojo produce una sensación de excesiva complejidad, sobre todo en las escenas que se desarrollan en una calle repintada con los oportunos tonos pastel. Los historiadores del cine afirman que en El desierto rojo la mujer trastornada, reduce su monótona vida a su marido, a un trabajo y a un hijo. A su supuesto amante le dice: “Hay algo de terrible en la realidad, pero no sé qué es”, lo que da origen al título del film, aunque el desierto rojo podría ser la ciudad industrial, la temida Patagonia, la cama, un lugar de anhelos y frustraciones, o cualquier combinación de estos elementos.