Mis amigos se quejan de que me la paso escribiendo de política. “Habiendo tantas cosas interesantes o bellas, ¿Por que pierde el tiempo en eso?”, me dicen. Por razón de que mis comentarios están referidos a los negocios públicos de México, agregan algo más: “Estando AMLO de por medio, sus descalificaciones, peroratas, lagunas mentales y ataques a quienes no están de acuerdo con él, eso no puede se calificado de hacer política”. Estos, a su juicio, en el mejor de los casos, son chismes de lavadero. Lo dicen agregando la frase “Con perdón de las lavanderas, por compararlas con alguien que no está a la altura de ellas.”
Estoy de acuerdo con mis amigos. Eso no puede ser llamado política. En esta colaboración, por ahora, me abstengo de hacer referencia a las habladas de pulquería en las que AMLO ha convertido sus mañaneras y los negocios públicos. Aludo a un tema importante y trascendente: de las mujeres griegas entradas en años y de los consoladores que ellas usaban. El tema es grave, mi estudio erudito y las conclusiones trascendentes. No faltaba más.
En la Grecia del siglo quinto y cuarto antes de la era actual, para denotar que a una mujer ya se le habían ido los mejores años de su vida, se decía “Fueron en otro tiempo los milesios varones esforzados”. En ese contexto aparece citado el proverbio en la comedia Pluto de Aristófanes (V. 1001). En ella, una dama entrada en años, se queja de que mientras un joven mancebo fue pobre, le juraba amor eterno y estar perdidamente enamorado de ella; una vez que cambió su situación económica, que se enriqueció gracias a que Pluto había recuperado la vista, le despreció los regalos que le ofrecía y le pidió que jamás volviera a presentarse por su casa.
Los comentaristas, aludiendo a los antecedentes del refrán, refieren “… que los carios, cuando eran atacados por Darío el persa, de acuerdo con un antiguo vaticinio que le había dicho que se uniesen como aliados a los más valientes; fueron al oráculo de los Branquidas y preguntaron al dios si debían hacerse aliados de los milesios; y él les respondió: <<fueron en tiempos valientes los milesios>>. (Proverbios griegos, Gredos, Madrid, 1999, 80, ps. 206 y 207).
El oráculo de los Branquidas estaba en Dídima, una ciudad cercana a Mileto, en Turquía. En la actualidad pueden observarse las impresionantes bases de las columnas del santuario y el lugar en donde se formulaban las consultas y se respondían.
Posteriormente, cuando Alejandro el Grande pasó por Asía Menor con rumbo al Oriente: “En Mileto, al ver que había muchas esculturas de atletas que habían vencido en los Juegos Olímpicos y Piticos dijo: ‘Donde estaban cuerpos como estos cuando los bárbaros sitiaron vuestra ciudad’”. (Plutarco, Moralia, III, 180A, p. 40).
Ateneo, en su Banquete de los eruditos, proporciona otra versión: “En otro tiempo eran los milesios robustos y vigorosos.” (libro XII, 523).
En Mileto nació la filosofía; fueron nativos de ella: Tales (640 a 548-545, antes de la era actual); Anaximandro (610 a 547-546 antes de la era actual) y Anaxímenes (560-557 a 528-525, antes de la era actual) y, como se desprende de los testimonios que se conservan, también fue cuna de grandes atletas, a pesar de ello, al parecer carecía de guerreros que la defendieran ante los ataques de los grandes conquistadores.
Los milesios, en los tiempos de la guerra de Troya, eran tributarios de Príamo, por serlo enviaron un contingente de soldados a defender su reino. En la Ilíada se afirma lo siguiente: “Nastes iba al frente de los carios, de bárbara lengua, que poseían Mileto y el monte, de espeso follaje, de los Ftiros, las corrientes del Meandro y las escarpadas cumbres del Mícala. Al frente de éstos iban Anfímaco y Nastes. Anfímaco y Nastes, ilustres hijos de Nomión. El primero iba al combate cubierto de oro, como una muchacha, ¡Insensato! En absoluto le libró eso de la luctuosa ruina, pues sucumbió a manos del velocípedo Eácida en el río, y el oro se lo llevó el belicoso Aquiles.” (Canto II, 866 y siguientes).
Quinto de Esmirna informa que también de Mileto fueron a pelear a Troya, bajo las órdenes de Nastes, semejante a un Dios y del magnánimo Anfímaco, en defensa de ella, Itimoneo y Agelao Hipásida. A éstos los mató Meges, de Duliquio, que era sobrino de Ulises. (Posthoméricas, libro 1, 279 y siguientes e Ilíada, II, 625).
Hay algo más que comentar de Mileto: parte de la población se dedicaba a elaborar consoladores para las mujeres; los hacían de piel de perro. Estos, más que un lujo, eran una necesidad. Para hacer frente a tantos compromisos bélicos, los varones griegos, constantemente y por largas temporadas, se ausentaban de sus casas. Las esposas, a más no haber, ante el abandono marital, recurrían a ellos en busca de tranquilidad.
Ese es el contexto que aparece descrito en la comedia Lisístrata de Aristófanes. En esa obra las mujeres de las ciudades estado griegas, se quejan del abandono en que las tenían sus maridos y amantes, por estar ocupados en lo que en la historia se conoce como la Guerra del Peloponeso. En uno de sus versos se dice:
“Ni siquiera de amantes ha quedado ni una chispa; y desde que nos traicionaron los milesios no he visto ni un solo consolador (ólisbos) de un palmo que nos sirva de ayuda con su cuero. ¿Querríais, pues, si encuentro el modo, ayudarme a terminar esta guerra?” (108 a 111). En la traducción de R. Martínez Lapuente se asienta: “… Y desde que los milesios nos traicionaron no he visto ni siquiera un falo de cuero de ocho dedos de largo que pueda servirnos de consolador de nuestra viudez…” (Editora Nacional, México, 1967).
La traición de los milesios a que hace referencia Lisístrata, el personaje que da título a la comedia, es a la que narra Tucídides, en su obra la Guerra del Peloponeso (VIII, 17).
Existe el dato de que los consoladores eran fabricados con piel de perro; eran considerados como un artículo fino y de importación. En el Museo Arqueológico Nacional que está en Atenas, en una de sus vitrinas, se exhibe un consolador de cerámica de gran tamaño.
Las ruinas que quedan indican que Mileto, en la antigüedad, era una gran urbe. Su ubicación era privilegiada; daba lugar a la molicie y al placer, de ahí su falta de hombres que la defendieran.
Lo referido tiene una moraleja y un consejo: las mujeres maduras y con recursos no deben creer las promesas de amor eterno que les hacen los jovenzuelos; gocen el momento, pero menudeen los regalos. Quien los dosifica conservará sus bienes y “el amor” de sus pretendientes.
Prometí abstenerme de hacer alusión a las habladas de pulquería, es decir a eso en lo que se ha convertido la política en México. He cumplido mi promesa. También prometí un estudio erudito y solemne, creo que he cumplido.

