Hace poco más de un mes el Presidente de China, Xi Jinping, estaba seguro de su férreo control del poder en la grandísima República Popular China. Había salvado la difícil prueba del vigésimo Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) –el más grande del mundo–,  el futuro, a largo plazo, parecía bonancible. Ningún otro mandarín había contado con tanto poder desde el tiempo de Mao Tsé Tung.

El destino de los políticos en cualquier parte de la Tierra es caprichoso. Pocos pocos días después del citado congreso, el liderazgo de Jinping se enfrenta a una inesperada prueba de fuego, que sus simpatizantes aseguran será agua de borrajas. Sin embargo, analistas extranjeros y no pocos nacionales no comparten visión tan pacifica. La aparente calma social en el antiquísimo país se ha roto; en diferentes ciudades brota la inconformidad popular contra las insoportables restricciones impuestas por el régimen comunista para detener la propagación del Covid19.

Acto seguido, la policía reprime los actos contra el gobierno y aplica la política de duros confinamientos. Los servicios sanitarios reportan de nuevo –algo que se creía no volvería a suceder–, más de 40 mil contagios en 24 horas; potencias extranjeras declaran la alerta por la crisis y Pekín denuncia la interferencia de gobiernos enemigos de China. El hartazgo popular ya es evidente: pese al despliegue policiaco, los ciudadanos piden abiertamente que Xi Jinping  “renuncie” y exigen “libertad”, algo que los chinos no han tenido en muchas décadas.

Las manifestaciones de protesta en China no han sido como las que ha conocido México en el mes de noviembre, en contra y a favor del “mesías” tabasqueño, pero dada la censura y el policiaco manejo que acostumbran las autoridades comunistas sobre sus habitantes, es relevante que se adviertan fisuras en el duro sistema de cemento hidráulico.

Los actos de protesta no han sido al azar. Se han dado en urbes fuertemente controladas  por el régimen como Pekín –22 millones–, Shangai –26.5 millones–, Chengdu –17 millones–, o Wuhan –11.5 millones–, donde enojados residentes se han rebelado para derribar muros que segregaban a la población del que fuera epicentro del origen de la pandemia, gritando: “¡La epidemia empezó en Wuhan, y acabará en Wuhan”.

Al parecer, las manifestaciones comenzaron debido a un devastador incendio en la capital de Xinjiang, Urumqi –en donde anteriormente hubo enfrentamientos entre 3 mil uigures, con un saldo de 300 muertos y más de 1000 heridos–, el jueves 24 de noviembre, situada al extremo noroeste de China. Después de que los bomberos y otros servicios de emergencia no pudieron entrar en un edificio de departamentos devastado por el fuego, se supo de la muerte de diez personas, niños tres de ellas. Lo peor del caso es que los damnificados culparon a las medidas de cierre del edificio de imposibilitar las labores de rescate.

El sábado 26 de noviembre, en una desorganizada conferencia de prensa, las autoridades de Urumqi negaron que las medidas sanitarias impuestas hubieran impedido la huida y escape de los afectados. La mayoría de los cuatro millones de habitantes de la capital provinciana han estado sometidos a un duro control y a uno de los cierres más largos en el país, con la prohibición de salir de sus casas durante 100 días.

En tanto, en Shangai, la ciudad más grande de China e importantísimo centro financiero internacional, los habitantes gritaban: “¡No a las pruebas de PCR, queremos libertad, libertad, libertad!”. Lo cierto es que la megalópolis no se ha recuperado de la pesadilla vivida durante dos meses de estricto confinamiento en el verano pasado.

Cabe señalar, además, que el mismo día en que centenares de personas salían a protestar en las calles de Shangai en contra el “cero Covid” y sus restricciones y confinamientos, las autoridades citadinas anunciaron un endurecimiento de las medidas en vigor. A partir de la mañana del martes 29 de noviembre, sería obligatorio obtener un resultado negativo válido en la prueba de la PCR en un plazo de 48 horas para entrar en los locales comerciales, restaurantes, supermercados, mercados populares, peluquerías, de acuerdo con las últimas medidas de control de la ciudad.

Por otra parte, en la elitista Universidad de Tsinghua de Pekín, un grupo estudiantil proclamó el domingo 27 de noviembre, “la libertad prevalecerá” o “esto no es una vida normal, estamos hartos. Nuestras vidas no eran así antes!” Otros entonaban lemas como éste: “¡Democracia y Estado de Derecho! Libertad de Expresión”, y demandaban el fin de los cierres patronales. Asimismo, decenas y decenas de personas que celebraban otra vigilia pacífica a las orillas del río desobedecían las órdenes de las fuerzas del orden de seguir adelante.

Algo diferente y relevante al mismo tiempo en manifestaciones parecidas en otras partes del mundo, los participantes levantaban hojas de papel en blanco –sin palabras ni dibujos–, algo que en China se ha convertido en un símbolo de las recientes demostraciones de enojo popular.

De acuerdo a fotos y videos de Sina Weibo –el producto estrella en microblogging de una de las empresas chinas más veteranas y potentes como es Sina, que ofrece multitud de servicios y es líder en muchos de ellos: blogs, deportes, SMS, juegos y un sitio de noticias que está entre las diez más visitadas de China–, que fueron borrados posteriormente, en la Universidad de Comunicación de China en Nanjing, al este del país, dos estudiantes levantaron hojas de papel en blanco, en una plaza del campus. Por la noche se les unió una multitud de universitarios que encendieron sus teléfonos celulares y cantaron el himno nacional, incluyendo la frase: “Levántate, los que se niegan a ser esclavos”.

Por otra parte, todo indica que tanta medida sanitaria no ha favorecido el fin de los contagios. La Comisión Nacional de Salud informó el domingo 27 de noviembre, que al finalizar el sábado se habían registrado en todo el país: 39,501 casos de coronavirus, de los cuales 35,858 eran asintomáticos, al tiempo que se realizaban pruebas masivas de detección en todo China, para así identificar nuevos focos de infección. Ese día fue el cuarto consecutivo en que se registró un aumento de casos, el más alto desde que en  abril pasado se registrara un fuerte repunte de contagios en ciudades importantes, como Shanghai.

Mientras el gobierno de Jinping se ancla en la “legitimidad” de su política de “covid cero”, se entrevé que una posible “revolución de los colores” podría empezar a tomar forma. Cuando el pueblo empieza a demostrar su hartazgo por un gobierno dictatorial, como lo es el del partido comunista chino, todo es posible, incluso en la antigua nación asiática. Lo que se vio en Shanghai y en Pekín fueron concentraciones de una magnitud que no se veían dese las protestas de la Plaza de Tiananmen en 1989, donde hasta la fecha no se sabe cuántas personas murieron a manos del Ejército y otros organismos de seguridad. Pudieron ser cientos o miles.

Ni los propios chinos, ni los analistas extranjeros ignoran que el poderoso Xi Jinping se considera, a sí mismo, como el “salvador de la patria”, ungido por la élite comunista para alejar al PCCh y a su país de la corrupción y la influencia extranjera, hacia una “nueva era”  de prosperidad, poder y devoción política. Propuesta que me recuerda mucho a la Cuarta Transformación de AMLO. Pero, el miedo o el pánico –como se quiera– a una posible “revolución de colores” ha hecho agonizar al fortísimo mandarín desde su toma del poder en 2013, como lo demuestran sus múltiples esfuerzos por hacer de la segunda economía mundial una fortaleza infranqueable.

Entre otros miedos, Jinping teme que la República Popular China se divida, alejándose de los principios fundamentales del centenario partido. Por esto, considera que eliminar la contaminación de “influencias extranjeras” en la sociedad es el primer paso para salvaguardar el régimen. Así, en abril de 2013 imprimió el “Comunicado sobre el estado actual de la esfera ideológica” en la que se advertía de la amenaza de siete valores occidentales peligrosos, y por ello los vetaba.

Entre estos se incluye la democracia constitucional occidental, los “valores universales” (los Derechos Humanos), la sociedad civil, el neoliberalismo, la independencia de los medios de comunicación, el “nihilismo histórico” que critica el pasado del PCCh y el cuestionamiento de la naturaleza socialista de la República Popular. Como se parece este planteamiento, al que expone, cada vez que se le ocurre, al dirigente de la 4T en México.

En este contexto –como expone Mar Sánchez-Cascada en su reportaje “Xi intenta frenar una “revolución de colores”–, algunos medios de comunicación en línea dentro de la China continental, han apuntado a fuerzas extranjeras como las instigadoras de las manifestaciones que han desestabilizado el país este fin de semana. En este sentido, la tecnología moderna le ha permitido además un estricto control de la población, aún mayor que él ya aprendió de Mao, como la vigilancia por parte de numerosos “comités de barrio”. Entre los desarrollos más notables se encuentra el Sistema de Crédito Social nacional, que califica, castiga y premia a todas las Empresas y personas, así como las tecnologías de vigilancia masiva como el reconocimiento facial, el seguimiento de la ubicación de los celulares y el “pasaporte digital” ideado durante la pandemia de Covid19.

Por último, mientras son peras o manzanas, las autoridades ordenaron que los residentes de ocho distritos de Zhengzhou, en la provincia de Henan, no abandonen la zona durante cinco días y levantaron vallas alrededor de los edificios de viviendas consideradas de “alto riesgo”, y puntos de control para restringir los desplazamientos. Esta historia todavía continuará durante mucho tiempo más. Hay Covid para rato. Xi Jinping piensa lo mismo. VALE.