Tal parece que la humanidad nunca aprende la lección. Es costumbre que al finalizar el año, aunque sea hipócritamente, se hacen buenos deseos para el próximo. Creyentes y ateos. Cristianos, musulmanes, budistas, judíos, y otros se comprometen a lo mejor, aunque de antemano saben que muy poco cumplirán, sobre todo cuando se trata de sobrellevar relaciones con el prójimo, especialmente si ese prójimo procede de un país extranjero. De unos años a la fecha, algo ha sucedido (en la comunidad internacional) que ha ido —in crescendo—, el desencuentro entre las naciones. Así, al término de 2022, los tambores de guerra redoblan en muchas partes de la Tierra, no solo entre Rusia y Ucrania, que recién superaron diez meses de actividades bélicas, y contando. Sin duda, esta guerra no terminará en fecha próxima. Va para largo. Y posiblemente a peor.
En esta ocasión, ni la Navidad sirvió para que por unas cuantas horas Moscú y Kiev suspendieran sus actividades bélicas, para infortunio de la población civil que sufre mayores destrozos en sus viviendas y padece falta de electricidad y de gas, en pleno invierno, uno de los más crudos de la historia. Y el Papa que llegó a Roma procedente del fin del mundo (el sacerdote argentino Jorge Bergoglio Sivori) clamó el domingo 25 de diciembre, desde la plaza de San Pedro en el Vaticano, para que se “iluminen las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas” y “se ponga fin inmediatamente” a la “insensata” guerra en Ucrania, en su mensaje navideño pronunciado antes de su tradicional bendición Urbi et Orbi.
Al mismo tiempo, el pontífice católico —que en este año que hoy comienza podría anunciar su retiro debido a la imposibilidad de caminar porque sus rodillas ya no le responden y no pueden ser operadas quirúrgicamente—, pidió a la grey cristiana haga sus mejores esfuerzos para que “se pacifiquen las tensiones políticas y sociales que afectan a muchos países del continente americano”, refiriéndose, particularmente al pueblo haitiano, que “está sufriendo desde hace mucho tiempo”.
Al referirse a la guerra en Europa, Francisco pidió a los fieles recordar “los rostros de los hermanos y hermanas (sic) ucranianos, que viven esta Navidad en la oscuridad (auténticamente sin energía eléctrica), sin gas, a la intemperie o lejos de sus hogares, debido a la destrucción ocasionada por diez meses de guerra”.
El imposibilitado obispo de Roma, postrado en su silla de ruedas, hizo un llamamiento para “que el Señor nos disponga a realizar gestos concretos de solidaridad para ayudar a quienes están sufriendo, e ilumine las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y poner fin inmediatamente a esta guerra insensata”. “Lamentablemente —agregó—, se prefiere escuchar otras razones, dictadas por las lógicas del mundo. Pero la voz del Niño, ¿quién la escucha?”
Al hacer su acostumbrado repaso de los conflictos y otros males de la Tierra, el Papa Francisco lamentó, en un tono nunca antes escuchado en su mensaje de Navidad: “Nuestro tiempo está viviendo una grave carencia de paz también en otras regiones, en otros escenarios de esta Tercera Guerra Mundial”.
Sin duda, el mensaje navideño papal era obligado y lógico. Por lo mismo, reservó sus primeras palabras para la guerra de Ucrania, a sabiendas de que esa no era la única que ensombrece la faz de la Tierra. Por lo mismo no fue el único país citado. La lista es muy larga y nada nueva. Aunque no todos están en situación de guerra formal. Aparte de la guerra, otras situaciones son tanto o más destructivas que los tanques, las bombas, los misiles y los drones. En el Oriente Medio, en “Tierra Santa”, Siria, Líbano, Yemen, Myanmar, Irán, la región africana del Sahel, zona ecoclimática y biogeográfica del norte de África; limita al norte con el desierto del Sahara y al sur con la sabana sudanesa, siendo una zona de transición entre ambos, con una superficie de 3,053 millones de km2., Haití, Afganistán y los países del Cuerno de Africa: Yibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán del Sur, Sudán y Uganda; Nicaragua, Colombia, Venezuela. El Papa los ha englobado como una “grave carestía de paz”. Y hay otras que el pontífice no enumeró.
En lo que podría considerarse como un diagnóstico, el Obispo de Roma dice que en vez de negociar en cada parte conflictiva del mundo “se prefieren escuchar otras razones dictadas por las lógicas del mundo” como son la venta de armas, los intereses geopolíticos o el orgullo nacionalista.
El mensaje navideño papal sirvió para que Francisco, con rostro de preocupación y voz grave, se pronunciara al drama del hambre, especialmente al hambre infantil que crea millones de niños famélicos: “Pensemos en las personas que sufren hambre, sobre todos los niños, mientras cada día se desperdician grandes cantidades de alimentos y se derrochan bienes a cambio de armas”. Asimismo, se refirió al hecho de que la comida misma se usa como arma, impidiendo su distribución a los pueblos que ya la están sufriendo”.
No dejó fuera el Papa, prácticamente, muchos puntos de la penuria humana. También recordó que el mundo está enfermo de indiferencia porque se olvida de los inmigrantes y los refugiados, los marginados, los ancianos, las personas solas y los presos, que miramos solo por sus errores y no como seres humanos. Un mensaje que “se opone a la publicidad, que rodea las festividades de fin de año que únicamente son dominadas por el consumismo, el engañoso reclamo de una felicidad superficial que desconoce la triste condición de tantos hermanos y hermanas nuestras que carecen de lo elemental para poder sobrevivir con dignidad y decoro”.
Aunque las palabras del Papa no sirven para resolver los conflictos bélicos —por eso José Stalin llegó a preguntar cuántas legiones tenía el Pontífice a su disposición, haciendo a un lado que la “fuerza” de la Iglesia católica no era precisamente de soldados, armas y equipo militar, sino moral—, y, en último caso, la iglesia católica asume un papel de mediador —a petición de las partes—, más o menos oficiosos para buscar salidas negociadas, tanto para sellar un acuerdo de paz definitivo, como a la hora de propiciar intercambios de prisioneros, crear corredores humanitarios para la entrega de ayuda o facilitar el éxodo de la población civil.
Más allá de mensajes verbales a todos los protagonistas que forman parte del más de medio centenar de guerras abiertas —o semiocultas— en el mundo, el pontífice se dirige asimismo a los millones de católicos que lo escuchan por los medios de comunicación tradicionales, más las “benditas redes” —que en ocasiones son malévolas—, amén de los miles de peregrinos en la plaza de San Pedro.
En fin, Jorge Bergoglio Sivori, obispo de Roma, instó a la cristiandad a sostener la concordia en su entorno, evocando a Cristo como “Príncipe de la Paz”: “Sí, porque el mismo Jesús, es nuestra paz: es paz que el mundo no puede dar y que Dios padre dio a la humanidad enviando a su hijo”. En tal sentido, Francisco recalcó que “también el camino de la paz”, en tanto que “abrió el paso de un mundo cerrado, oprimido por las tinieblas de la enemistad y de la guerra, a un mundo abierto, libre para vivir en la fraternidad”.
Y, agregó: “Jesús nace entre nosotros, es Dios —con nosotros—, viene para acompañar nuestra vida cotidiana, para compartir todo con nosotros, alegrías y dolores, esperanzas e inquietudes…Viene como un niño indefenso, nace en el frío, pobre entre los pobres…necesitado de todo, llama a la puerta de nuestro corazón para encontrar calor y amparo”… ”No nos olvidemos hoy de tantos migrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta en busca de consuelo, calor y alimento”. En, fin, el sacerdote argentino, hasta de los migrantes desesperados que llegan a nuestra frontera con Estados Unidos de América, se acordó. Y nuestro “mesías”, voltea la cara a otros rumbos menos complicados.
Horas antes de celebrar la Navidad en el Vaticano, en el aula de las bendiciones, Francisco afirmó, al terminar la tradicional audiencia navideña concedida a los miembros de la Curia Romana: “En nombre de ningún Dios se puede declarar santa una guerra”. Además, en dicha reunión el pontífice aclaró: “Nunca como ahora hemos sentido un gran deseo de paz…Pienso en la martirizada Ucrania, pero también en tantos conflictos que están teniendo lugar en diversas partes del mundo. La guerra y la violencia son siempre un fracaso. La religión no debe prestarse a alimentar conflictos. El Evangelio es siempre Evangelio de Paz, y en nombre de ningún Dios se puede declarar santa una guerra”…”No existe sólo la violencia de las armas; existe la violencia verbal, la violencia psicológica, la violencia del abuso de poder, la violencia escondida de las habladurías”. Y, finalizó: “Ante el Príncipe de la Paz, que viene al mundo, depongamos toda arma de cualquier tipo. Que ninguno saque provecho de la propia posición o del propio rol para mortificar al otro”.
Pocos días antes de finalizar 2022, el presidente Zelenski visitó EUA, donde Joe Biden le aseguró el apoyo estadounidense hasta cuando sea necesario, incluyendo 45 mil millones de dólares y misiles Patriot. En su discurso en el Congreso ante senadores y representantes, el mandatario ucraniano dijo: que “la ayuda no era caridad, sino una inversión en la seguridad y la democracia mundiales”. Y Vladimir Putin, por segunda ocasión en una semana, aseguró que no renuncia a entablar negociaciones sobre Ucrania, pero que Kiev y los países que lo apoyan “se han negado a hacerlo. Es cosa suya, no somos nosotros los que nos negamos a negociar, son ellos”. Además, el jerarca ruso acaba de dar luz verde a un proyecto para aumentar su ejército en más del 30%. Y anunció que Rusia “mejorará la preparación para el combate de nuestra triada nuclear”, en referencia a los ámbitos de tierra, mar y aire. Anuncio nada halagüeño para el futuro de la paz mundial. Así están las cosas. VALE.