La Décima Cumbre de Líderes de América del Norte (CLAN) fue la segunda y última que se dio bajo la administración del presidente López Obrador. Para este gobierno representó la oportunidad dorada de demostrar capacidad logística, propuestas vanguardistas y visión de Estado.

Pero la Cumbre comenzó y terminó mal para nuestro país. Ya desde la presión que se ejerció para que los mandatarios aterrizaran en el Aeropuerto Felipe Ángeles se vaticinaba la lógica presidencial de convertir a la Cumbre en un acto más de propaganda, en una mañanera plagada de ocurrencias e ideas delirantes, tal como sucedió en el cierre de tan importante evento.

Lo que está en juego en la CLAN es el futuro de América del Norte. Estados Unidos y Canadá han metido el acelerador para convertir a la región en la más grande potencia mundial, atrayendo cadenas de valor y limitando al máximo la dependencia de Asia y China para la producción de suministros vitales en industrias sensibles como la de micro conductores, autos eléctricos y suministros médicos.

La Cumbre tuvo como resultado la concreción de acuerdos fundamentales en temas sensibles como migración, cambio climático, inseguridad, comercio, energía y lucha contra la discriminación. Los compromisos asumidos obligan a realizar esfuerzos inéditos para consolidar políticas nacionales de avanzada.

En medio de tan importantes acuerdos, el presidente López Obrador propuso la integración de América, como el más grande ideal de la Cumbre. Idea por demás atractiva pero que se basa en el desconocimiento del orden global actual y de la extrema fragmentación del continente. La integración americana debe basarse en acuerdos de libre comercio, para después escalar a una unión aduanera y a una unión económica.

La agenda acordada por los mandatarios es ambiciosa y vanguardista: apunta al futuro de nuestra región, con un país como México que está todavía sumido en el pasado. Para López Obrador, el salto al futuro es inevitable: es ahora o nunca. Ha llegado el momento de las grandes decisiones y de las acciones necesarias para que México se suba al tren de la modernidad.

Este gobierno está obligado a cambiar, de forma radical y dramática, su dinámica de destrucción y devastación. Urge consolidar un auténtico Estado de derecho, en el que se garantice plenamente el cumplimiento de la ley. El uso faccioso de las instituciones de procuración y administración de justicia debe terminar para garantizar justicia pronta, expedita e imparcial para todas y todos.

Las inversiones y los empleos no se crearán por decreto, si el gobierno sigue dando muestras de incertidumbre e irresponsabilidad. El cumplimiento puntual del T-MEC y de los acuerdos comerciales de los que somos parte es vital para generar confianza y certeza.

La política migratoria deberá rediseñarse para cumplir con los altos ideales del respeto irrestricto a los derechos de las personas que hayan optado por migrar. México no es hoy un lugar seguro para las oleadas migrantes, quienes se ven asoladas por los grupos criminales y por autoridades corruptas. Este panorama es desolador a la luz del acuerdo para recibir 30 mil personas de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela a cambio de unos pocos dólares.

En materia de seguridad, las responsabilidades son compartidas: el fortalecimiento de las policías estatales y municipales es imperativo para recuperar la paz y la tranquilidad, revirtiendo una política centralista, concentradora del poder y que garantiza libertad e impunidad a los grupos criminales.

América del Norte será verde, a pesar de la política energética contaminante y atroz del gobierno actual, la cual nos tiene en la antesala de un panel trilateral con costos no menores de 30 mil millones de dólares. La apuesta de los Estados Unidos y Canadá es la transición definitiva a una nueva economía basada en energías sustentables, sólo así podremos reducir las emisiones de metano del sector de residuos sólidos y aguas residuales en al menos un 15 % para 2030 a partir de los niveles de 2020.

Los líderes se comprometieron a promover sociedades diversas, inclusivas, equitativas y democráticas que combatan el racismo. López Obrador se ve así ante el imperativo categórico de revertir sus reformas autoritarias y su apoyo a naciones totalitarias. No hay futuro para México sin una democracia sólida y estable, en la que la oposición sea respetada, en la que cesen los ataques a los órganos constitucionales autónomos, así como el intento brutal de subordinar a los Poderes de la Unión a los designios y apetitos presidenciales.

Para López Obrador ha llegado la hora: o es capaz de encabezar la agenda de cambio para un futuro limpio, libre, democrático y competitivo o se obstina en ser el presidente que, con la mira puesta en el pasado, siga poniendo el freno a una nación que no tiene otra alternativa que sumarse al ideal de la región más próspera, competitiva y poderosa del planeta.