La concentración ciudadana denominada “Concentración por la democracia, el INE no se toca”, del domingo 26 en el Zócalo de la Ciudad de México y en más de 100 ciudades del país y del extranjero fue mucho más que una defensa de nuestra máxima autoridad electoral, esa que costó décadas de esfuerzos ciudadanos para consolidarse. El domingo estuvo en cuestión el futuro de México y la posibilidad de poner un alto a un acelerado proceso de devastación institucional, de destrucción del tejido social y de vulneración de los derechos y de las libertades ciudadanas.

La descalificación de esta respuesta ciudadana del domingo es una señal clara del abierto talante autoritario, de la intolerancia sin límites y de la desesperación de un presidente que, habiendo llegado con la promesa de un cambio, ha defraudado todas las expectativas.

Morena se ha evidenciado hoy como el nombre de un proyecto destructor de la Nación, anclado en el más acendrado odio y motivado por el resentimiento y el apetito de venganza. Desde el triunfo electoral de 2018, inició el gradual proceso de liquidación de nuestra historia reciente, cuando han sido quienes hoy gobiernan los primeros beneficiarios de la democracia mexicana.

Por lo tanto, décadas de esfuerzos ciudadanos y de la sociedad civil organizada para transitar a un orden democrático, con instituciones sólidas que limitaran los abusos y la concentración del poder, están a punto de ser parte del basurero de la historia, por obra de un movimiento que ha demostrado una inmensa incapacidad para construir un futuro promisorio.

Las promesas vertidas durante una larga campaña y los recorridos interminables por los rincones del país contrastan con la realidad de un gobierno fraudulento, mentiroso, improvisado y que traspira a través de todos sus poros el tufo de la corrupción y el hálito de la incapacidad.

En perspectiva, la elección federal de 2018 es uno de los más grandes fraudes de nuestra historia, superando inclusive a los orquestados por el partido de Estado para derrotar a Juan Andrew Almazán o a José Vasconcelos. No fue un fraude en el que se usaran los medios tradicionales, como el rellenado de urnas o el cambio de dirección de las casillas, sino las mentiras y engaños interminables que la gente creyó.

Hoy, ante el evidente desastre del gobierno, se pretende orquestar una reforma electoral que destruiría al árbitro electoral y convertiría al proceso 2024 en un golpe de Estado. Las recientes elecciones locales nos han puesto en guardia ante la nueva dinámica del fraude político: uso del aparato de propaganda gubernamental para promover imágenes personalizadas como la del presidente, en una abierta violación a nuestra Constitución; coacción sobre representantes de casilla, autoridades y candidatas y candidatos para desincentivar la participación; uso del crimen organizado como brazo armado de Morena; empadronamiento ilegal de personas en estados que no son suyos; amenazas a beneficiarios de programas sociales y un largo etcétera de medios violentos y vulgares de fraude.

Los desastrosos resultados gubernamentales ya no pueden ser ocultados por un aparato de propaganda descomunal, que es lo único que queda de la mermada administración pública. Ante el escandaloso e histórico fracaso del proyecto presidencial, al movimiento sólo le queda buscar perpetuarse en el poder, pasando por encima de la voluntad popular, doblegando voluntades mediante la amenaza, persiguiendo opositores con el aparato represor del Estado y orquestando la destrucción de un órgano electoral con prestigio mundial, para administrar las ruinas del país que están dejando y saquear los pocos tesoros que aún quedan sin tocar; pero México somos todos y lo mantendremos de pie, a pesar del régimen.

El domingo no marcharon los enemigos de un régimen perverso, nos manifestamos quienes amamos a un país que este gobierno está destruyendo ante nuestros ojos. Marchó la madre de familia que se esmera por llevar el pan a su mesa, marcharon los jóvenes que ven su futuro cancelado, marcharon las víctimas de este gobierno y quienes, desde la sociedad civil, están conscientes de que la pasividad es el mejor alimento para una naciente tiranía.

El Poder Legislativo, convertido en un apéndice lamentable de Palacio Nacional, aprobó un bodrio legislativo que, si no es detenido por el poder judicial, nos llevará a una nueva era de terror, confusión, oscuridad, devastación y muerte. Si el llamado Plan B prospera habremos retrocedido cien años, a los tiempos del odio y la oscuridad, de la confrontación y el rencor, de la violencia y la incertidumbre.

La concentración es una expresión indudable de una sociedad libre y soberana, cuyas libertades son atropelladas y cuyo poder es negado. Como expresión de la libertad, la manifestación contrastará ampliamente con la respuesta de un régimen que, ante las presiones ciudadanas, sólo sabe responder orquestando exhibiciones de un poder abusivo, tramposo y corruptor, con marchas convocadas con base en el engaño y la coacción, que perpetúan la esclavitud y legitiman la barbarie política.

A lo largo del siglo XX vivimos la tortura de una hegemonía política, de un régimen autoritario con un ideario que secuestró el proyecto de la Nación, para convertirlo en los ideales de un gobierno que manipuló nuestra historia patria, subyugó instituciones y sometió a millones de consciencias durante décadas. La marcha del domingo debe ser, para México, un nuevo despertar, una llamada de atención para que recuperemos aquello que perdimos en 2018: una país libre y orgulloso, con futuro para nuestras hijas e hijos.

El presidente y su movimiento, ante la inminencia de la derrota, ante la baja popularidad de sus corcholatas, pretende orquestar el mayor fraude de nuestra historia reciente como la única alternativa para quedarse con un poder que ansiaron durante décadas y que nunca tuvieron la capacidad, la pericia, la altura de miras, y la calidad ética para honrar con sus actos y cuidar con sus decisiones.

La autora es senadora por Baja California y presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores América del Norte.

@GinaCruzBC