Beatriz Pagés

Sin duda, el círculo que aconseja o con el que departe a diario el presidente Felipe Calderón propuso que los gobernadores del PRI fueran los principales objetivos del golpeteo y guerra sucia que el PAN utilizará para intentar ganar las elecciones en el 2012.

En la revisión de expedientes eligieron, evidentemente, como primera víctima, al ex gobernador y presidente del PRI nacional, Humberto Moreira.

La animadversión hacia Moreira no es nueva. Tiene su origen en la firmeza con la que el ex mandatario  defendió las partidas presupuestales de su estado, siempre regateadas,  por el gobierno federal.

El desafecto y desencuentro procede también de la guerra sucia que el PAN de Coahuila —por órdenes o en complicidad con Los Pinos— desató en contra de la administración del gobernador y ante la que Moreira tuvo que mostrar su fuerza.

Hubo que recordarle, en ese momento, a Calderón, que su compadre, el senador y ex candidato por Coahuila, Guillermo Memo Anaya Llamas, estaba en la lista de  políticos que los medios vinculan con el narcotráfico.

Los panistas y particularmente el Ejecutivo federal encontraron siempre en el gobernador de Coahuila una especie de pared en la que chocaban los chantajes, amenazas, guitoneadas o presiones de la federación.

Por eso, precisamente por eso, el presidente de la república intentó meter la mano en el proceso para elegir a quien sustituiría a Beatriz Paredes en el PRI.

La estrategia se dio más o menos así: varios integrantes del gabinete calderonista comenzaron a invitar a comer a algunos diputados, senadores y personajes relevantes del PRI, para decirles que Moreira —por su estilo intransigente— se convertiría en un obstáculo para hacer avanzar las reformas, alianzas, pero sobre todo la distribución del presupuesto a favor de los estados.

La audacia —¿o desesperación?— hizo que en Los Pinos se traspasara, incluso, la frontera de la prudencia y se recomendara a los priístas elegir  “mejor” como presidente de su partido a tal o cual.

Calderón quería tener, como se dice en política, un dirigente del PRI “a modo”, comprable, chantajeable, con el que se pudiera negociar lo mismo la elección del Estado de México que la de Michoacán.

¡Caray¡, pero se les atravesó Moreira a los panistas y ahora recurren a la deuda de Coahuila para intentar bajarlo del carro.

Los jilgueros azules están dedicados a repetir una y otra vez el monto de la deuda, y como si se tratara de una canción salida de un viejo cilindro, repiten que de 323 millones se elevó a 31 mil 934 millones de pesos.

Lo curioso del caso es que no dicen más. No profundizan en las razones por las cuales, sobre todo durante los regímenes panistas, los gobiernos de los estados han tenido que endeudarse.

Tampoco, ¡claro está!, hablan de los famosos subejercicios, de cómo utilizan el presupuesto federal para impedir que los gobernadores —que no son del PAN—  cumplan con sus promesas de campaña, fracasen en sus gestiones y se desprestigien ante el electorado. De eso, no hablan, ¿verdad?

Las matemáticas no mienten, son exactas. Pero los números tienen también un valor o interpretación política. El problema no son los 31 mil 934 millones de pesos sino el uso que se le dieron.

Los gobiernos del PAN se distinguen por guardar el dinero  —¿en dónde?— y paralizar la economía: cero carreteras, cero obras de infraestructura, cero mantenimiento a los hospitales públicos, cero inversión en el campo.

¿O acaso, los más de 55 millones de mexicanos pobres son consecuencia de un ejercicio eficaz y transparente?

Calderón busca —a través de la intromisión— dividir el PRI para que sea el mismo PRI quien sustituya a Moreira.

Y otra más y más relevante: tratar de hacer llegar a la presidencia del PRI a quien acepte negociar Michoacán, dejar a la hermana Cocoa en la gubernatura y, ¿por qué no?, colocar en ese escenario de trueques la Presidencia de la República.