Le decimos Adiós a Fernando Botero, una figura icónica del arte latinoamericano. Con gran reconocimiento a su singular visión artística, que desafió los convencionalismos estéticos para otorgar el espacio a la exuberancia, a la voluptuosidad, a la corpulencia. A través de su pincel, su cincel y su lápiz, Botero presentó, con una chispa de humor, el lado hermoso y digno de la gordura.
Suele decirse que las diferentes versiones del arte deben representar, en su mejor interpretación, el espejo en el que los seres humanos puedan verse reflejados. Quizás por eso la obra de Botero me hace sentir identificada. La ardua lucha cotidiana contra el sobrepeso, que perseguimos la mayor de las veces con infructuoso encono, en aras de una vida saludable y de una figura delgada, obtiene su reivindicación al contemplar la obra de Botero, en la que a menudo me siento dignamente representada.
En la última exposición de la obra de Botero en la Ciudad de México, mi esposo y yo hicimos la broma de que al acudir a la exhibición corríamos el riesgo de que nos pidieran algún autógrafo, confundiéndonos con los modelos del artista.
Fernando Botero, vio la luz primera el 19 de abril de 1932, en la ciudad de Medellín, Colombia. Sus padres David Botero, dedicado a vender objetos en localidades cercanas, falleció de un infarto cuando Fernando tenía solamente 4 años. Su madre, Flora Angulo, era modista. A la muerte del padre, la familia Botero Angulo quedó en condición muy precaria, lo cual no fue obstáculo para que Fernando desde temprana edad descubriera su vocación por el arte.
Pintó sus primeros cuadros a la edad de 17 años. Según la publicación de su biografía en “Artículos Destacados Elbibliotecom”, los pintores que influyeron en su obra temprana, fueron, fundamentalmente, Picasso, Gauguin y los muralistas mexicanos Rivera y Orozco. En 1949 comenzó a trabajar como ilustrador de un periódico de Medellín llamado “El Colombiano”.
En 1944, a sugerencia de uno de sus tíos, incursionó en la tauromaquia, la que abandonó al tener un percance con un astado. Lo que no fue obstáculo para que realizara su primera pintura taurina en acuarela.
En 1948 hizo sus primeras exposiciones. Con el premio obtenido en 1950 por su obra Frente al mar, y la venta de algunos cuadros financió su viaje a Europa. En 1952 llegó a España. Instalado en Madrid, tomó clases en la Real Academia de San Fernando. Posteriormente pasó un tiempo en París y después se mudó a Florencia en donde se inscribió en la academia de San Marcos. En Europa conoció y estudió las técnicas y los estilos de los grandes maestros, desde el Renacimiento hasta el Siglo de Oro Español. Sin embargo, Botero presentó en su obra un estilo original, único, mediante figuras corpulentas.
A su regreso de Europa estuvo en México, Nueva York, Colombia. En 1954 se casó con Gloria Zea, directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, con quien tuvo 3 hijos y se divorció seis años después.
En Elbibliotecom se narra que en 1957, Botero pintó Mandolina sobre una silla, lo que constituyó un momento decisivo en la definición de su estilo. La idea era pintar una mandolina de rasgos generosos, que se vieron acrecentados al dibujarle el hueco del instrumento casi como un punto, es decir, demasiado pequeño, esto permitió que la mandolina adquiriera una dimensión mucho más grande. Descubrir ese cambio, le permitió continuar haciendo trabajos voluminosos, no solamente en objetos, sino en los cuerpos de las personas. Descubrimiento que no fue una elección deliberada, sino un hallazgo casual.
Aunque había experimentado con estilos y temas diversos, fue hasta esa revelación cuando, plenamente convencido, las figuras voluminosas se convirtieron en la firma de su obra, en su estilo. Un lenguaje visual que le permitió explorar temas de poder, riqueza, violencia, la mujer, la tauromaquia y la complejidad de la condición humana, desde una perspectiva única.
En esta misma publicación se señala que Botero desestima que pinta “gordos”, pues su pretensión no es retratar la obesidad, sino, darle protagonismo al volumen y al espacio.
Incursionó además en la escultura, en la que desarrolló el mismo estilo. Esculturas que se encuentran exhibidas en diversas partes del mundo. Sólo por mencionar algunas: La Mano, en el Paseo de la Castellana en Madrid, España; El Caballito, en Medellín, Colombia; El Jinete en el Museo de Israel, en Jerusalén; El Gato en la Rambla del Raval de Barcelona.
En 1964 se casó con Cecilia Zambrano, con quien tuvo a su hijo Pedro, que falleció a la edad de 4 años, en un accidente automovilístico. La imagen de Pedro fue motivo de un gran número de pinturas, incluso, dio lugar a la inauguración de la Sala “Pedrito Botero” en el Museo de Antioquía, Colombia. Desafortunadamente, el accidente motivó la separación de su segundo matrimonio.
Posteriormente contrajo nupcias con la artista griega Sophia Vari. Unión que duró hasta la muerte de ella, cuatro meses antes que la de Botero. Sophia se convirtió en fuente de inspiración y apoyo mutuo, fue la unión de dos artistas con trayectorias consolidadas. En realidad, sus tres matrimonios fueron determinantes para Botero, pues cada uno dejó una huella importante en el desarrollo de su carácter y de su vida artística.
Sus obras han sido vendidas en prestigiadas casas de subastas, a precios que difícilmente son alcanzados en vida por artistas plásticos. Aunque muchas también fueron donadas a diversas y reconocidas instituciones públicas, con residencia en distintos países del mundo.
En el mundo del arte, donde prolifera el talento y la diversidad de los estilos, poseer uno propio y definido, se convierte: en el signo de identidad del autor; funciona como su; establece un diálogo mediante el cual el artista transmite al público: su visión, ideas, emociones y vivencias.
El 15 de septiembre se confirmó la noticia de la muerte de Fernando Botero, causada por una neumonía, en la ciudad de Mónaco. Su legado permanecerá en su prolífera obra artística en la que presentó su visión personal del mundo. Celebró el volumen y la corpulencia al reconsiderar las nociones convencionales de la belleza y la dignidad, las que demostró que pueden manifestarse de formas insospechadas. Reivindicó la abundancia de las formas, traspasó fronteras y se consolidó como uno de los artistas más importantes de esta y la anterior centuria. Descanse en paz.
La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
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