Las leyes se expiden para ser acatadas y obedecidas. Eso es lo que va con su naturaleza. Las autoridades, federales y locales, están obligadas a respetarlas y hacerlas cumplir. Eso es lo que explica su existencia; de ello depende que pueda afirmarse que exista un estado de Derecho.
Es cierto que, a partir de 2018, año en que entraron a gobernar AMLO y sus morenos, algunas leyes han pasado a ser letra muerta. Los que protestaron respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan, no se sienten obligados a cumplir lo que prometieron. Han pasado por encima de ellas y, en el mejor de los casos, las han ignorado.
A pesar de lo anterior, el autor de estas líneas, como ciudadano común y corriente, me siento obligado a respetar las leyes y lo mandado por las autoridades electorales competente, por ello, en respeto de la veda decretada, en esta colaboración no hablo de elecciones: limpias o sucias; de los candidatos: buenos o malos; o de los programas: reales o irreales, que cada uno de los partidos sostienen.
Escribiré sobre un tema delicado que afecta a la sociedad y que, al parecer, no reconoce como origen la acción o las omisiones de las autoridades; ese tema, a pesar de ser delicado, en principio, no tiene nada que ver con lo político y con las elecciones.
Aludo al problema de los suicidios que se dieron en el estado de Zacatecas y de los que informa en la prensa. En efecto:
“Tres estudiantes se suicidan en Zacatecas; habrían hecho reto viral de TikTok. Según la fiscalía, los suicidios estarían relacionados con el reto viral de TikTok llamado ‘Desafío del desmayo’, que consiste en ahorcarse y aguantar el mayor tiempo posible.” (Proceso, 4 de mayo de 2024).
El suicidio de adolescentes, sobre todo de adolecentas, no es una novedad; se tiene noticia de ellos desde la antigüedad. Invoco el testimonio de algunos autores clásicos, el primero Plutarco; éste refiere:
“En cierta ocasión un terrible y extraño mal de origen desconocido se apoderó de las doncellas de Mileto. La conjetura más común era que el aire había adquirido una contaminación extraña e infecciosa que les producía alteración y confusión mental. Les sobrevino, en efecto, un repentino deseo de morir y un loco impulso de ahorcarse, y muchas se ahorcaron sin ser advertidas. De nada servían las palabras ni las lagrimas de los padres, ni los consuelos de los amigos, sino que, burlando la vigilancia y toda la habilidad de los vigilantes, se daban muerte. El mal parecía ser de origen divino y superior al remedio humano, hasta que por consejo de un hombre sensato se publicó una propuesta: que las ahorcadas fueran llevadas desnudas por el ágora. Una vez sancionada la propuesta, no sólo retuvo a las jóvenes, sino que éstas dejaron por completo de darse muerte.
… no aceptaron ni soportaron la vergüenza que les vendría después de la muerte” (Obras Morales y de costumbres, (Moralia), III, 249 B y C, Gredos, Madrid, 1987, p. 283).
Polieno repite la historia con las variantes de que el consejo lo dio una mujer y de que se expusiera en el ágora o plaza el cadáver desnudo de las suicidas. (Estratagemas, libro VIII, 43, Gredos, Madrid, 1991, p. 562).
Dado el recato que existía, la simple posibilidad de que su cuerpo fuera exhibido desnudo en la plaza pública puso fin a los suicidios de las doncellas milesias.
En otros sitios se recurrió soluciones más simples para prevenirlos. Se cuenta que, en Atenas, Grecia, Erígone, al descubrir el cadáver de su padre Icario, que había sido muerto por unos pastores, se suicidó colgándose del árbol a cuyo pie yacía el cadáver de su padre. Siguiendo ese ejemplo a las adolescentes les dio por suicidarse. Las autoridades intentaron dar remedio a esa moda trágica. Apolo, por conducto de su oráculo en Delfos, aconsejó hacer justicia por la muerte de Icario y establecer una fiesta de la oscillatio o de los columpios, en su honor en las que las doncellas se mecían en los columpios. Con eso cesaron los suicidios de las doncellas.
Las mujeres, niñas, adolescentes o amas de casa, cuando están sentadas o caminando, les da por moverse. Si están sentadas con las piernas cruzadas, mueven la que se halla encima. También mueven las manos y la cabeza. Atendiendo a esa circunstancia el Dios Apolo aconsejó a las autoridades locales poner columpios en los lugares públicos a fin de que se mecieron las mujeres. A los hombres se les prohibió utilizarlos. Con eso dieron fin a los suicidios. (Higinio, Fábulas, CXXX, AKAl/Clásica, Madrid, 2008, p. 129; Higinio, libro 2, 4, 5, p. 247; y E. Arteaga Nava, Edipo, una víctima del destino, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, México, 2012, p. 160).
El suicidio fue un fenómeno recurrente en Grecia y Roma. Higinio dedica un capítulo completo a referir un número crecido de personas ilustres que se privaron de la vida (Fábulas, CCXLIII), refiere que Semíramis, la reina de Babilonia, se arrojó a una hoguera al perder su caballo.
Un acto personalísimo, como es el disponer por sí mismo de la vida, en la cultura occidental se ha considerado como algo que interesa a la sociedad y al Estado. De los relatos anteriores se observa que, desde que se tiene memoria, el suicidio ha sido calificado como un problema social que rebasa el ámbito personal y familiar, que incide en la sociedad, por cuanto a que altera la paz social y afecta el orden público. Por ello se ha visto que son las autoridades públicas las que han procurado prevenirlos y dar soluciones.
En el Mundo moderno, por virtud de las redes, es fácil transmitir mensajes; estos pueden ser para bien como para mal de la sociedad o de los miembros que la integran. De nueva cuenta es el Estado el que debe procurar soluciones a problemas que, en apariencia, son privados, pero que afectan a toda la sociedad como lo es el suicidio.
En fin, estas líneas tienen un mensaje específico: por nuestro bien, todos debemos respetar las leyes y acatar lo mandado por las autoridades, incluyendo las electorales. Los tiempos de “A mi no me vengan con que la ley es la ley”, están a punto de pasar a la historia. Hagamos changuitos para que así sea.

