Parodiando a Mario Vargas Llosa, vale preguntar ¿cuándo comenzó la caída en picada de Estados Unidos de América? No son pocos los analistas que aseguran que esto sucedió desde hace muchas décadas, pero que el problema se agudizó desde el ataque a las torres gemelas del World Trade Center en New York City, y las instalaciones del Pentágono en Washington, utilizando cuatro aviones “suicidas” dirigidos por terroristas en la mañana del 11 de septiembre del año 2001, causando 2,755 muertos e infinidad de heridos. Estos ataques fueron dos indicadores evidentes de los graves problemas que enfrentaba y enfrenta USA, pero no los únicos. Hay otros que soslaya —y continúa haciendo—, el gobierno y la propia sociedad estadounidense. Por diferentes motivos, pero que finalmente han minado la otrora fortaleza e influencia del último gran “imperio” de Occidente. Hasta llegar a la esencia del American way of Life: la elección democrática del titular del Poder Ejecutivo. Sin claros liderazgos, jóvenes, frescos y modernos que inciten el voto sin polarización ni violencia, el Tío Sam olvidó desde hace muchos lustros, el arte de la política, entregándose, en cambio, al escandaloso boxeo de riñas callejeras. Sin olvidar la absurda adoración que profesa por la posesión y uso de armas de fuego buena parte de la sociedad estadounidense.

Además del bipartidismo que controla la política, en todos sus niveles, y el manejo de la administración pública bajo los mismos parámetros, el sistema ya envejeció, no se ha renovado y las nuevas generaciones tienen otros intereses. Eso privó en la pasada elección presidencial y en las anteriores. Ahora, en el primer debate entre el otrora ex vicepresidente Joseph Robinette Biden Junior, más conocido como Joe Biden y el extravagante empresario, que presumió de ser un aspirante apartidista, Donald John Trump, el proceso no ofrece ninguna novedad. Además, los contendientes, uno de 81 años cumplidos y el otro casi en los ochenta, apagan cualquier aspiración juvenil. Con perdón de los respetables ancianos que cada día suman más al norte del río Bravo. Y por si algo faltara, la legitimidad de los anteriores comicios presidenciales hasta la fecha ha sido “desconocida” por el turbulento productor de programas de televisión y de instituciones seudo comerciales, al grado que, como mandatario en funciones, incitó a sus simpatizantes para atacar el Capitolio y propiciar un “golpe de estado” que todavía está en litigio judicial. Con todas las expectativas de que el sistema judicial no llegue a condenar a Trump, porque sus abogados saben cómo salvar la ley e incluso aprovecharse de las lagunas legales en la materia. Conclusión, Trump puede regresar a la Casa Blanca por cuatro u ocho años más. Protegido por la Constitución.

Desde la campaña política del demócrata Barack Hussein Obama —primer mandatario afro estadounidense en llegar al poder en USA—, a la fecha, apenas se puede hablar de un candidato que movilizó a los electores con base en ideales políticos, por el Partido Demócrata, y el militar, héroe de guerra, John McCain, por el Republicano. En los últimos dos mandatos, EUA ha vivido un circo político de baja calidad y presencia, propiciado, fundamentalmente por Donald Trump y seguidores, y agravado por la debilidad (que no por la edad) de Joe Biden, algo que se hizo más que evidente en los pasados meses de la administración del ex vicepresidente.

Algo sucede políticamente hablando en EUA que ha permitido que personajes como Trump arriben exitosamente a los niveles más altos de la administración pública. Cuando el magnate anunció sus aspiraciones presidenciales muchos ciudadanos estadounidenses rieron sin recato; más de uno pensó que fracasaría, pero ¡oh sorpresa!, demostró lo contrario al arrasar a los otros precandidatos republicanos y ganó la presidencia. “Así es la democracia en EUA”, manifestaron sus críticos. En aquel momento, la vida política de la gran potencia dio un vuelco de 180 grados. La mentira, las calumnias incendiarias, la forma de sumar votos al dividir y fomentar el odio entre los vecinos del norte pasaron al diccionario político cotidiano. El fenómeno me recuerda a un caso semejante en México. Tan reciente como el de EUA. Y muchos mexicanos no solamente parecemos —sino que somos ciegos “y no vemos”.

Lo sucedido a continuación en la Unión Americana fue evidente: el caos y la crispación acompañaron al “gobierno” del empresario de ridícula caballera. Y, después de una derrota en su primer intento por retornar al poder, utiliza los mismos métodos; parece que el miedo y la ira son sus principales armas y motivaciones a corto plazo, pero quizás no sean los mejores para gobernar a la gran potencia, pero los problemas del presidente Biden —evidentes en el primer debate y en otros actos públicos nacionales y extranjeros—, le están facilitando las cosas al mentiroso neoyorquino acusado de 34 delitos, de algunos ya juzgado culpable.

El principal impedimento para que Trump no retorne a la Casa Blanca se dio el infausto 6 de enero de 2021, cuando azuzó a sus fanáticas huestes para asaltar al Capitolio —el centro de la democracia del Tío Sam— y no reconocer el triunfo electoral de Joe Biden. No hay la menor duda de que aquel día fue el de ayer peligro para la democracia del vecino del norte, quizás del mundo occidental. Y de la paz en el mundo. En esto tuvo razón Biden cuando en el reciente debate transmitido por la CNN, dijo: “Si quieren la Tercera Guerra Mundial, dejen que gane Donald Trump”.

Como lo explica el periodista británico Martín Wolf, en su interesante artículo “El delirante apoyo de los plutócratas a Donald Trump”: “Muchos multimillonarios apoyan a Donald Trump. Eso no es ninguna sorpresa”, con recordar lo que ha hecho  buena parte de la clase empresarial mexicana con Andrés Manuel López Obrador (incluyendo a Carlos Slim y otros) se entiende “como masca la iguana”, primero son sus intereses, luego sus intereses y después sus intereses no hay más que hablar. Los políticos y los hombres del dinero son iguales, y algunos son peores: aquello de que “primero son los pobres” solo es una frase farisea, retobona.

“Las preferencias de política económica de Trump—agrega Wolf—, son peligrosas en las circunstancias actuales…Planea lanzar una guerra comercial contra el mundo, no solo con China…Biden puede ser viejo, pero Trump está loco y, por desgracia, no es gracioso, es peligrosamente loco. Los instintos de Trump son también los de un dictador. Esto quedó claro desde que entró en la política. Pero esta vez, a diferencia de 2016, tiene gente a su alrededor con un programa para desmantelar al Estado y la Constitución (Cómo me recuerda a un tabasqueño ensoberbecido que busca lo mismo);…las ideas liberales han sido atacadas a lo largo de la historia, sobre todo en la guerra civil, pero el carisma de Trump como líder hace que este momento sea peligroso”.

 

SECUELAS DEL DEBATE

La realidad se impone, por más desagradable que esta sea. Lo cierto es que EUA vive un inesperado galimatías. Sin otras opciones para los electores, la contienda presidencial en curso se centra en un par de ancianos —que más allá de sus respectivas ideologías y conductas personales—, ninguno de los dos se excede en virtudes y capacidades para convertirse, primero, en paladines de la democracia y después en campeones del bienestar de la sociedad. En suma, ni Biden, mucho menos Trump son los candidatos idóneos para conducir, con toda confianza, el presente y el futuro de la principal potencia de Occidente. Verdad de peso que a muchos estadounidenses les disgusta. Pero eso es lo que tiene ahora el Tío Sam, les plazca o no.

El asunto después del primer debate entre los dos principales abanderados —que aún no son ratificados por sus respectivas organizaciones partidistas-, es que el bando demócrata ya no está convencido de que el actual presidente Joe Biden sea la mejor opción, no sólo por la edad (81 años cumplidos), sino por sus fallas de memoria, de orientación e incluso al caminar. La Unión Americana no conocía, en su historia, reciente o pasada, que por la incapacidad de uno de los aspirantes (Joe Biden), en forma automática deje las puertas abiertas al triunfo del contrario, Donad Trump. Desde el face to face entre el presidente Richard Milhous Nixon y el aspirante demócrata, John Fitzgerald Nixon, había sucedido algo semejante. Si en el siguiente debate se repite la debacle de hace pocos días —faltan exactamente cuatro meses para los comicios de noviembre y dos para otra “confrontación” de “ideas” entre los aspirantes—, todo estará perdido para Biden y los demócratas, para EUA y para el resto del mundo. El momento de las definiciones es ahora. Nada más, nada menos.

El panorama es muy nebuloso. El 75 por ciento de los electores en USA cree que el Partido Demócrata tendría más posibilidades de retener la Presidencia en noviembre si alguien que no fuera el ex vicepresidente Biden estuviera como abanderado oficial en contra del republicano Trump, según una encuesta de CNN publicada el martes 2 de julio, en la que publicó que la vicepresidenta Kamala Harris podría derrotar al magnate.

La misma encuesta publicó que en un enfrentamiento entre Biden y Trump, el republicano ganaría por seis puntos de diferencia (49 por ciento a 43 por ciento), refrendando la ventaja que el magnate a mantenido desde el pasado otoño.

En tales condiciones, al paso de los días la presión ha aumentado, sobre todo desde el martes 2 cuando se generalizó la información que uno de cada tres demócratas no ven ninguna posibilidad de triunfo con Biden. Por lo mismo, el octogenario debería abandonar sus propósitos de reelección, pero resulta, según otra encuesta de Reuters Ipsos, que ningún otro demócrata electo prominente lo haría mejor que el propio Biden…excepto la ex primera dama Michelle Obama, que en infinidad de ocasiones ha dicho que no tiene ningún interés en esa postulación. Ni antes de que su esposo llegara a la Presidencia, ni ahora. Repudia la política, según lo ha manifestado en entrevistas y en uno de sus libros autobiográficos.

Ahora, el congresista texano, Lloyd Doggett, pidió públicamente lo que ya hizo el editorial del periódico The New York Times tras el desastroso debate del jueves 27 de junio. “Representó el corazón de un distrito del Congreso que una vez representó Lyndon Bienes Johnson. En circunstancias muy diferentes, tomó la dolorosa decisión de retirarse. El presidente Biden debería hacer lo mismo”, dijo el texano Doggett, en alusión a la decisión del sucesor de Kennedy de presentarse a la reelección en 1968 por su impopularidad a causa de la guerra de Vietnam.

Nadie sabe, bien a bien, lo que piensa Biden. Cambiar de candidato a estas alturas en un endiablado problema y abre infinitas interrogantes. Para hacer el cuadro más complejo y precario, ninguno de los otros probables candidatos demócratas sustitutos reúne el perfil y reconocimiento de nombre nacionales; ninguno supera los números del presidente. Pero, como bien se sabe, los mejores candidatos aún no se conocen. Y donde menos se piensa puede surgir la figura necesaria. En tanto, Biden no se dobla, su familia, con su esposa a la cabeza, quieren que presente la batalla.

El hecho es que la situación es muy precaria para los demócratas, y para un país que sin duda está en el umbral de la mayor crisis democrática “que haya conocido la república liberal estadounidense de contrapesos y separación de poderes desde la Guerra Civil”. Lo único que les queda es continuar creyendo su lema: “In God We Trust”. VALE.