“Y pasa con esto como dicen los médicos del tísico; que, al principio de su mal, es fácil de curar y difícil de conocer, pero con el paso del tiempo, al no haber sido conocido ni curado, se vuelve fácil de conocer y difícil de curar. Así pasa con las cosas del Estado; porque, conociendo a distancia (lo que no es dado si no a un prudente) los males que nacen en él, se curan pronto; más cuando, por no haberlos conocido, se dejan crecer de modo que todos los conozcan, y no tienen remedio.” (De principatibus, III, 32 y 33).
El PRI, que fue heredero de los autores de las matanzas de Hutzilac, Topilejo, de los panistas de León; autor de los asesinatos colectivos, que rayan en genocidio, de don Rubén Jaramillo y su familia, de Tlatelolco, Jueves de Corpus, Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa y de otros crímenes, colectivos o aislados; el que encarceló y persiguió a los disidentes; el que solapó la corrupción y la incompetencia de sus miembros; el que hizo de la frivolidad una forma de gobernar, ese mismo está a punto de desaparecer.
Durante los gobiernos priistas, México no era considerado como un país democrático. No lo era; no permitía la existencia y actuación de partidos independientes; no existía una oposición real; no se respetaba el sufragio ciudadano; y no existía un estado de derecho.
En su momento fueron farsas de partidos el Popular Socialista, de Vicente Lombardo Toledano, el Auténtico de la Revolución Mexicana y otros.
Las dolencias que pusieron al PRI al borde de su extinción son muchas; al inicio fueron difíciles de diagnosticar, como bien dice Maquiavelo; ahora todos lo ven, pero nadie está en posibilidad de hacer algo para impedir su muerte. En buena hora; que él y sus escasos miembros se vaya al basurero.
Nada desaparece; todo se transforma. Las nuevas siglas del PRI son: MORENA: En éste están los mismos hombres, programas y poder absoluto; idéntico mesianismo, corrupción y despilfarro; parecidos excesos, nepotismo, mañas y cinismo. Los ahora morenistas, anteriormente priistas, muestran su sed desmedida de poder y de dinero mal habido.
El PRI, como clase gobernante, perdió el poder lentamente. Con su nombre actual resintió el primero cisma en las elecciones de 1945, con la candidatura de Ezequiel Padilla; posteriormente, en 1952, con la fundación de la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano, que sostuvo la candidatura del general Miguel Enríquez Guzmán. Fueros sismas pasajeros; de una u otra forma, quedaron bajo control.
El Partido Sinarquista y su apéndice El Yunque, por ser opciones extremas, no cuajaron o no fueron consideradas como válidas. Mucho menos lo será ahora, en que existe una sociedad que cada día es más secular, que se preocupa menos por el más allá y se compromete más con el más acá. Las creencias religiosas pasaron a un segundo término. Prueba de ello fue el poco caso que los electores hicieron a las arengas del cardenal en retiro Juan Sandoval Iñiguez. Para desgracia de las creencias, la sociedad moderna tiene nuevos Dioses (así, con mayúscula); son reales, terrenales y tangibles.
Durante algún tiempo fue evidente que el PRI, como organización, no fue institucional y, mucho menos, revolucionario. En honor a la verdad habrá que reconocer que nunca pudo conciliar ambos conceptos, no lo pudo hacer por cuanto a que son contradictorios. Muy pronto dejó de ser revolucionario para convertirse en institucional. Eso minó su virtual monopolio del Poder público.
Un golpe de graves consecuencias para el PRI fue cuando en la elección de 1994 perdió el control del Congreso de la Unión. Tuvo que aprender negociar y ceder. Otro fue cuando Ernesto Zedillo, presidente en funciones, contra el sentir de los priistas y con el fin de evitar la venganza de Carlos Salinas de Gortari, reconoció el triunfo de la oposición panista y de Vicente Fox Quezada en la elección presidencial del año 2000. En 2006 volvieron a sufrir otra derrota para el mismo puesto; en este entonces vendieron caro su amor: pactaron reconocer el triunfo de Felipe Calderón a cambio de que en 2012 se les devolviera la silla presidencial, con tal de no entregársela a AMLO.
Pusieron como candidato a un hombre frívolo, superficial y sin oficio político: Enrique Peña Nieto. Éste, en 2018, con tal de ponerse a salvo de la acción penal, entregó el poder antes de tiempo.
Los priistas perdieron sensibilidad política; no se dieron cuenta de que los tiempos habían cambiado. No supieron valorar la personalidad de AMLO, el alcance de su acción, el grado de descomposición interna en que se hallaban y la necesidad de que definieran su ideología: fue revolucionario, partidario de la educación socialista, de la intervención decidida del Estado en la economía, de un estado benefactor, anti latifundista y nacionalista; también fue lo opuesto: neo liberal, privatizador, capitalista y partidario de la libre empresa. En el PRI hubo de todo y, sobre todo: corrupción. Los priistas no tuvieron (ni tienen) llenadera.
El previsible que, ante la falta de fuerza propia, mientras no desaparezcan totalmente, sus restos caigan bajo la fuerza de atracción de AMLO y Morena y se conviertan, junto con el Verde Ecologista y el del Trabajo, en un satélite más. En ese contexto es previsible que sus legisladores en el Congreso de la Unión pasen a engrosar la mayoría a disposición de Morena y que aprueben todas las reformas constitucionales y legales que les impongan. Mientras tengan un aliento de vida, serán dóciles y obedientes.
El tal Alito Moreno, presidente vitalicio del PRI, como buen priista, antepuso sus intereses personales a los de su organización. Pretende ponerse a salvo de las acciones penales que hay en su contra, tanto en Campeche como en el nivel nacional. Rindió la plaza; colaborará con AMLO y Claudia; tiene la esperanza de que, al hacerlo, estará a salvo de la Fiscalía General y de Layda Sansores. Por arrastrarse hallará gracia ante los ojos de quienes ahora mandan.
Alito aspira a tener el privilegio de cerrar el féretro y de pronunciar la oración fúnebre de la organización casi centenaria que encabeza. Es de desearse que, una vez que ella desaparezca, nadie más vuelva a utilizar los colores patrios con fines partidistas.
El PRI, al igual que el tal Alito, no tuvo principios, tuvo intereses. Los que sufrimos los excesos de los priistas, deseamos que pronto desaparezca y que, en poco tiempo, se convierta en un mal recuerdo.