En la actual época de transición, con una virtual presidenta electa dando a conocer a los miembros de su gabinete en tandas de tres futuros secretarios, llama la atención la actitud del presidente López Obrador por hacer sugerencias de funcionarios que deben continuar, como fue el caso de la declaración en la mañanera del pasado 17 de julio para que sigan en sus cargos Zoé Robledo, Alejandro Svarch y López Ridaura al frente de IMSS, COFEPRIS y la Subsecretaría de Salud, respectivamente.

Claudia Sheinbaum, a pregunta expresa de los reporteros en una conferencia de prensa, señaló que “siempre tomo en cuenta recomendaciones”, por lo que es posible que veamos al gabinete del próximo gobierno con el sello de López Obrador quien ha buscado la manera de negar que se dé una especia de maximato en el sexenio por venir.

Pero, pese a que el 18 de julio señaló desde una de sus mañaneras que “no voy a asistir a ningún evento ni en México, ni el extranjero, ya terminé mi ciclo” y que sólo participará si se lo piden, es notorio que el gabinete entrante tendrá en sus filas a varios de sus incondicionales, como es el caso de la futura secretaría de Gobernación.

Para el presidente —y para sus fanáticos— su paso a la historia es un tema que lo obsesiona, por lo que es claro que buscará no sólo imponer a parte del próximo gabinete, además de la continuación de lo que considera obras que pondrán su nombre en los libros que aborden su paso por el gobierno federal.

Pero debemos preguntar si esto es bueno para el país en un entorno en el que la economía nacional empieza a dar signos de desacelaración, el presupuesto —como lo ha reconocido con el tema de las pensiones para adultas mayores la propia presidenta electa— estará sometido a presiones por el déficit y la deuda heredados de la actual administración y con el enfrentamiento con la oposición y el Poder Judicial.

 

Y es que la obsesión por el poder del actual mandatario y su intención de dejar su marca vía las llamadas obras insignia de su administración —además del uso de los programas sociales como herramienta electoral que afecta el presupuesto—, podría dañar el ejercicio de gobierno de Claudia Sheinbaum, quien se verá en la disyuntiva entre seguir estando subordinada al líder de su movimiento o romper —como otros presidente han hecho en el pasado— y ejercer el gobierno con su proyecto y a su estilo.

Pero siempre tendrá como espada de Damocles el recuerdo de a quien le debe el puesto y la amenaza de que pueda verse afectada por una revocación de mandato impulsada desde cierto rancho chiapaneco, además de que muchos en Morena y en el gobierno deben estar aterrados de que en un mensaje en redes sociales del ya para entonces expresidente los tache de traidores a su movimiento.

La polarización seguirá siendo un factor que afecte los planes y programas de gobierno, con las ideas y creencias del actual presidente como guía de la administración pública federal y no los estudios que muestren qué se necesita y cómo debe hacerse.

Pero esto a muchos ciudadanos no importa, pues en tanto sigan recibiendo bonos, becas, subsidios, pensiones o ayudas sociales en efectivo, podemos tener un gobierno ineficaz y con temas de los que se van a seguir quejando —como la economía, inflación o inseguridad—, para que vuelvan a votar por quien les da dinero y un buen gobierno.

El paso a la historia

Para López Obrador, que hizo un gobierno desoyendo consejos o recomendaciones de especialistas, encumbrando incondicionales o fanáticos, una de sus obsesiones es pasar a los libros de historia como el mejor presidente que ha tenido México, pero tal vez es un tema en el cual debería darse por vencido porque es claro que esta categoría no lo incluirá.

Esto por la polarización que ha alentado, pues al menos la mitad de los mexicanos no opinarán que fue el mejor mandatario en la historia del país, además de que muchos de los que ahora repiten que es el mejor presidente o el que más ama al país —como la propaganda busca vender a base de mencionarlo muchas veces— podrían cambiar de opinión por tener que agradecer a la nueva presidenta los apoyos recibidos.

Y es que la lealtad sobre la que se basa la intención del actual mandatario se debe al dinero que ha repartido, pero una vez que deje el poder —en particular si la nueva presidente decide ejercerlo sin tener que pasar por la aprobación de su antecesor— la opinión del “pueblo” podría cambiar y mandar a un temprano olvido a quien tanto se obsesionó con trascender a la historia y estar en las mismas páginas que Madero, Cárdenas y otros presidentes.

Pero quizá muchos lo recuerden más por sus fallos y falta de diálogo con los que no son sus incondicionales que por sus obras insignia, que posiblemente pasen a la intrascendencia y provoquen hasta quejas de los funcionarios entrantes.