AMLO, siempre tan echado para adelante, frente al ataque de Donald Trump a Marcelo de la semana pasada, se quedó callado. Hace años, cuando el mismo Trump afirmó que amenazó a Marcelo de cerrar la frontera con México, éste se agachó y de inmediato cumplió la orden que recibió. La figura erótica no la inventé yo, es del propio Trump.

Por mandamiento constitucional (art. 89, frac. X constitucional), AMLO es el responsable de dirigir la política exterior; Marcelo Ebrard, en el momento de los hechos, como secretario de relaciones exteriores, era un subordinado; hizo lo que se le ordenó. Si, efectivamente, como lo dijo Trump, Marcelo pidió diez minutos para resolver, no fue para consultar con sus asesores y ver qué hacía; ese lapso fue para recibir instrucciones de quien era su jefe política y jurídicamente, de quien era y es el responsable de la política internacional: AMLO

Por esa razón, si de coeficiente intelectual se trata, quien lo tiene de 50/60 y además no tiene valor civil, no fue Marcelo, es su jefe AMLO; éste fue el que no se atrevió a girar instrucciones que fueran propias de un jefe de estado soberano; fue éste quien no instruyó a su secretario de relaciones exteriores a que emitiera una respuesta digna ante las exigencias indebidas de Trump.

Marcelo no tenía facultades para movilizar al ejército. Tampoco las tiene la actual secretaria de relaciones exteriores: Alicia Bárcena. El único que podía ordenar la movilización era AMLO (arts. 73, frac. XIV y 89, fracs, VI y VII). De esa manera, el mensaje de Trump no encueró a Marcelo; desnudó a otro.

Quien se agachó y lo hizo rapidito y de buen modo fue otro, no Marcelo. Quien se puso para que Trump hiciera con él lo que quisiera; a quien humilló Trump fue a su supuesto amigo: AMLO. Marcelo, como secretario de relaciones exteriores, no se mandaba solo; se limitó a recibir la orden y a informar que ella sería cumplida. AMLO fue quien ordenó el despliegue de los soldados para evitar que los inmigrantes penetraran al territorio de los Estados Unidos de América.

Trump está agradecido con AMLO; en las pasadas elecciones, ante el triunfo de Biden, fue el último gobernante que lo reconoció. Por eso se fue contra Marcelo.

Ahora, AMLO, con poco valor y nula entereza, están dejando que Trump se ensañe y gane votos a costa de México y de Marcelo. Éste, disciplinado, institucional y hasta agachón, asumió y asume sobre sí la responsabilidad de las maniobras que derivaron en el cierre de la frontera y en la humillación que sufrió México.

En parte tiene razón Marcelo cuando dice que los alardes y habladas de Trump se explican por hallarse en campaña. Ello es cierto, pero, de ganar ese candidato la presidencia de los Estados Unidos, podemos tener la seguridad de que cada vez que se le compliquen los negocios políticos volverá a tomar a México y a su gobierno como un distractor. Para eso cuenta con sus autoridades.

La política sigue siendo el arte de tragar sapos y hasta mierda sin hacer gestos. Marcelo es un buen político, los tragó, no hizo gestos y, en ningún momento, ha dicho: me limité a transmitir instrucciones de quien tenía poder para darlas: el mismo que se agachó ante el poderoso y soberbio y que fue quien obedeció sus órdenes.

Un presidente de la república que se jacta de ser celoso defensor de la soberanía e independencia nacional, ha sido exhibido de mala manera. Ante la hablada de su amigo Trump, no ha sido capaz de decir yo fui el responsable de acatar las ordenes que violaban la soberanía de mi país y también de haber ordenado a la secretaría de defensa nacional sellara las fronteras.

Que AMLO tenga el valor de dar la cara y de decir: yo soy el del coeficiente de 50/60; yo soy el que dentro del plazo perentorio que se me concedió, instruí a Marcelo informara a Trump que el ejército sería movilizado tal como él me lo ordenó; el que dio la orden de que se sellaran las fronteras. No lo hará. No va con su personalidad reconocer sus errores y traiciones.

Contrariamente a sus deseos, al haber acatado las ordenes que le dio Donald Trump, AMLO pasará a la historia como un traidor más. Merece se le compare con Antonio López de Santa Anna, con Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, José López Portillo y otros que traicionaron a México al aceptar ser agentes e informantes de la CIA.  No lo digo yo, lo dicen quienes saben de eso:

“En las páginas de México moderno existe un capítulo nebuloso que –coincidencia, manipulación o estrategia– instaló en 25 años a cuatro espías o << agentes colaboradores>> de la CIA en la presidencia de nuestro país. Los nombres de esos informantes son Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo.

Todos –con excepción de López Portillo—fueron reclutados a finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta por un singular jefe de la inteligencia estadounidense en México, Winston Mackinley Scott, quien se dio a la tarea de seducir las ambiciones políticas de 12 mexicanos a quienes les prometía el respaldo político del imperio de las barras y las estrellas, a cambio de que fueran prestos informantes de lo que sucedía en los pasillos y cañerías del poder en México. A ese comando de informantes el jefe de la CIA en México les otorgó el código Litempo. …” (Ramón Alberto Garza, Dinastías, dos familias, una nación, Planeta, México, 20224, páginas 51 y siguientes).

Lo anterior es confirmado por otra fuente: “Por lo que parte del trabajo de la CIA consistió en la captura de altos funcionarios gubernamentales: convirtió en sus informantes a personajes como Adolfo López Mateos, Gustavo Días Ordaz, Fernando Gutiérrez Barrios y Luis Echeverría, de acuerdo con documentos desclasificados del gobierno de Estados Unidos.” (Gustavo Castillo García, El tigre de Nazar, Grijalbo, México, 2023, páginas 62 y 63).

Lo que hicieron esos políticos se llama traición a la patria. Lo que hizo Andrés Manuel López Obrador, al acatar las órdenes del presidente de los Estados Unidos Donald Trump, no sé cómo llamarlo. Algún lector me lo podría aclarar.

Cosas que sólo en México se ven: en la república mexicana hay calles, plazas, mercados, poblaciones, ejidos y otros sitios que llevan los nombres de esos traidores a la patria. Antonio López de Santa Anna, en su tumba, se ha de estar revolcando de ira al saber que ellos, que fueron iguales peores que él, tienen esos reconocimientos.

Con el cuarto López en la presidencia de la república, obedeciendo las órdenes del presidente de los Estados Unidos de América, queda en evidencia que ese apellido, en México y en ese cargo, es signo de sumisión humillante.