Las recientes elecciones en Venezuela apestan a que no todo está bien. En apariencia ganó Maduro en un ejercicio muy, pero muy parecido al de México, es decir, todo apuntaba que iba contracorriente, con una durísima crítica internacional, ejerció del narcotráfico y violencia y un populismo exagerado que convierte a los pobres en más pobres.
De alguna forma los flujos migratorios hechizos participan y lo más grave: votan. Son miles y miles de acarreados que desde hace años viven de trasladarse de país en país para participar en las urnas. Esto junto con las fuertes bandas criminales que presionan a la población invitan a modificar los resultados.
Nadie puede esperar que la población opte por regímenes opresores, militarizados, con dominio territorial de los delincuentes, una economía que descansa en el narcotráfico y un gobierno que pacta con gobiernos que aún creen son comunistas para comerciar.
Inaudito que gobiernos como el venezolano presuma triunfos llenando de soldados las calles y evitando que observadores internacionales auditen los comicios. En pocas palabras se restringen los derechos fundamentales del ser humano que busca libertad y expresión.
Mantener a la población sobre bajísimos estándares de educación logra adoctrinamientos oficialistas que van permeando de generación en generación formando brigadas de incondicionales radicales dispuestos a todo, incluso a convulsiones sociales. De ahí parte y mucho el recurso público que el gobierno arranca de los impuestos para su propio beneficio. Estas conductas han sido evaluadas y severamente censuradas por instituciones internacionales que solo quedan como espectadores de fraudes y engaños generados desde el poder.
El pacto que fortalecen los miembros del llamado Foro de São Paulo permite que los gobernantes constituyan verdaderas cadenas de apoyo continental para mantenerse en el poder. Sus “revoluciones” se transforman en dictaduras, en una insana permanencia de sujetos que hacen desaparecer a las democracias.
Los alarmantes gritos de desesperación de gran parte de los cubanos, nicaragüenses y venezolanos se traducen en el abandono obligado de su país sufriendo toda clase de humillaciones, maltrato y vejaciones en su lastimoso camino en caravanas anacrónicas. Pero sucede y no parece empatar con lo que termina siendo un festín de festejos por la perpetuidad de los dictadores.