Carlos Guevara Meza
Durante el último fin de semana de marzo se acordó por fin que la OTAN tomaría el mando de las operaciones militares extranjeras en Libia. La negociación no fue sencilla ni los puntos clave están resueltos al momento de escribir estas líneas. Aún con la decisión tomada, los debates públicos (es de suponer que los contactos diplomáticos secretos también) continuaron al respecto de por qué y cómo la Alianza Atlántica interpretaría y aplicaría la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU. El compromiso para que la OTAN tomara el mando, implicó la formación de un grupo de apoyo formado por representantes de los países ya involucrados en la intervención, la misma OTAN y los países árabes, que se reuniría con el objetivo de delimitar con claridad los alcances de la misión militar.
El grupo se reunió el martes 29 de marzo en Londres y, no sin dificultades, logró llegar a un consenso sobre los siguientes puntos: 1. Gadafi y su régimen perdieron su legitimidad y tendrán que responder por sus acciones. 2. La Alianza continuará con los esfuerzos hasta que se cumplan los objetivos de la resolución 1973, es decir un inmediato cese al fuego, fin de los ataques a civiles y acceso total para dar ayuda humanitaria a los necesitados. 3. Se cumplirán las restricciones y sanciones contra el régimen y se actuará para prevenir las operaciones de mercenarios. 4. Se implementará, de ser necesario y en el marco de la ONU y organismos regionales, sanciones adicionales. 5. Se creará un grupo de contacto para encabezar los esfuerzos internacionales para un futuro sin Gadafi. La primera reunión se llevará a cabo en Qatar. 6. El pueblo libio deber ser libre de determinar su propio futuro. Y 7. Se destinará ayuda humanitaria para las 80 mil personas desplazadas por el conflicto.
Sin embargo, Estados Unidos puso sobre la mesa y, a pesar de los acuerdos anteriores, ha seguido insistiendo, en la posibilidad de dotar de armas directamente a los rebeldes, mientras países contrarios a la intervención como Rusia y China, así como países miembros de la coalición como Turquía y España, e incluso los militares de la OTAN (por no hablar de un importante sector de la política norteamericana), consideran que la resolución de la ONU es clara respecto a que el embargo de armas se aplica a todos en Libia. Queda claro sin embargo, que la rebelión no podrá avanzar mucho sin más apoyo militar extranjero. Su desorganización es enorme y sólo parecen capaces de avanzar en las zonas que la alianza ataca directamente, y se retiran de inmediato cuando la cobertura aérea cesa, dejando el terreno libre a los gadafistas. Esto ha sucedido en todas las principales plazas en disputa, incluyendo Sirte, la ciudad natal del dictador, por no hablar de los estratégicos puertos petroleros.
El objetivo de la alianza es pues, derrocar a Gadafi. ¿Cómo? ¿En cuánto tiempo? ¿A qué precio? Son las preguntas que todavía no tienen respuesta. Lo que sí está claro, es que el costo lo pagan, en primer lugar, los ciudadanos libios con su sangre; y con dinero y quizá vidas, los Estados que durante décadas toleraron si no es que apoyaron y sostuvieron directamente al dictador.