Los diputados y senadores gozan de un pésimo aprecio social. Por lo general, salvo contadas excepciones, los políticos son los peores evaluados en las valoraciones ciudadanas, muy por debajo de los médicos, profesores o miembros de las fuerzas armadas.

Las razones de estos bajos puntajes en la aprobación social son varias. Están en su comportamiento, aptitudes y actitudes, de las cuales podríamos hablar durante horas con ejemplos que van de lo cómico a lo patético.

Una de esas razones no es responsabilidad directa de los legisladores, pero sí corresponde al medio en el que habitan. Me refiero a sus instalaciones: el Palacio Legislativo de San Lázaro y la sede de Reforma e Insurgentes. Se dice que son casas del pueblo, pero por los hechos son lugares que aíslan a los legisladores de la sociedad que dicen representar.

En algún momento se pensó que las sedes legislativas fueran espacios abiertos a la ciudadanía, pero esos sueños guajiros pronto se esfumaron y ahora ambas instalaciones gozan de altos muros de seguridad que aíslan a los diputados y senadores.

Ambos recintos están custodiados por sendos grupos de seguridad, integrados por policías que, como todo policía mexicano, son serviles con el poder y déspotas con el pueblo. Los “sí, mi diputado” y “sí, senador” contrastan con el trato hostil hacia los visitantes a las sedes. Si no hay una orden expresa, por escrito y con antelación de algún diputado o senador, ingresar a San Lázaro o a Reforma es prácticamente imposible.

Dicen que la primera impresión es lo que cuenta, pues la primera impresión del Congreso de la Unión, el rostro de los diputados y senadores, al llegar a las sedes legislativas son policías hostiles y burócratas déspotas que no tienen idea del lugar en el que trabajan y que representan.

Con voluntad y protocolos, el tema de la seguridad puede resolverse. Ojalá que Ricardo Monreal en San Lázaro y Adán Augusto López Hernández en el Senado cambien, o por lo menos intenten cambiar, esta circunstancia.

No hablo de quitar muros o desaparecer los elementos de resguardo parlamentario. Se trata de mejorar protocolos, utilizar las tecnologías de la información y, sobre todo, cambiar la actitud. Por ejemplo, podrían poner varias estaciones de bicicletas de aplicación o poner más anclas para bicicletas particulares; esto disminuiría los requerimientos de lugares de estacionamiento para visitantes y trabajadores.

No les costaría nada  capacitar al personal de resguardo y a los responsables de acceso para que sean amables y promover, incluso, entre los visitantes  recorrer el museo legislativo, la biblioteca y la Garita de San Lázaro en la Cámara de Diputados, o la librería y la Casona de Xicoténcatl en el Senado.

El Senado está ubicado en un punto estratégico de la ciudad, en el cruce de Insurgentes y el Paseo de la Reforma, debe ser un lugar más a visitar. Abrir la Cámara de Diputados a la ciudadanía cambiaría la calidad de vida de las unidades habitacionales y fraccionamientos aledaños. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.

@onelortiz