El sábado 7 de diciembre, el mando de las tropas sirias notificó a sus oficiales que el presidente Bashar al Assad fue derrocado tras una ofensiva relámpago realizada por soldados simpatizantes de Turquía dirigidos por el Grupo Hayat Tahrir al Sham (HTS, antigua rama siria de Al Qaeda), quienes a su vez informaron que habían capturado la capital del país, Damasco, con lo que se ponía fin a la dictadura de medio siglo de la familia Assad, que ha mantenido al 90% del país por debajo de la línea de la pobreza.

Casi cinco lustros, dirigió personalmente el país el oftalmólogo egresado de una escuela de Medicina de Londres; de sus 24 años en el poder, Bashar encabezó una guerra civil desde 2011 al reprimir violentamente las protestas prodemocráticas que surgieron en el país en la llamada Primavera Árabe.

La guerra civil siria tuvo como consecuencia el exilio de millones de habitantes que huyeron del conflicto originando una crisis humanitaria de proporciones inusitadas. La “ofensiva relámpago” termina un desgarrador capítulo en la historia de este país, pero, al mismo tiempo, da inicio a un periodo sin fecha de término repleto de incertidumbre y de inestabilidad que nadie sabe hasta dónde conducirá.

Como suele suceder en este tipo de acontecimientos: los detentadores del poder (mientras más permanecen al frente de los destinos nacionales su soberbia los conduce a un desconocimiento de la situación real del entorno que “los protege” siendo que a la menor oportunidad son los que dan pie para su derrocamiento) piensan que éste es para siempre, tremendo error.

Por lo menos, el oftalmólogo Assad lo creía así. La realidad lo despertó de su idílico sueño. Entre el sábado 7 y el domingo 8 del mes en curso, las fuerzas rebeldes avanzaron rápida y certeramente, como si fuera un desfile militar. Tomaron Damasco y no encontraron resistencia. Los otros aliados de Assad brillaron por su ausencia: Rusia en Ucrania mientras que Hezbolá e Irán mantienen una desventajosa guerra con Israel.

La realidad se impuso y Bashar tuvo que escapar, en un conflictivo vuelo, con destino a Moscú. Rusia, que lo sostuvo en el sillón de mando desde que su padre —Hafez al Assad, de la minoría alauita (chiita) le heredó el régimen de terror que había mantenido desde 1971 hasta su muerte—, ya no pudo, o ya no quiso continuar sosteniéndolo. Moscú tiene bastantes problemas con la guerra de Ucrania para agregar otro frente bélico en Siria.

Bashar condujo el nefasto régimen heredado por su progenitor hasta la madrugada del domingo 8. El sueño se le convirtió en pesadilla. Las fuerzas sirias quedaron solas —y sin ánimo de defender a su antiguo líder—, por lo que las tropas rebeldes no desaprovecharon la oportunidad de lanzar su ofensiva en contra de Alepo, desde donde llegar a la capital era cuestión de pocas horas. Y fin de la historia.

Demora más levantar estatuas que echarlas por tierra, descabezadas. La historia así lo enseña.

Sin duda, los recipientes acontecimientos ponen punto final al régimen dictatorial de Bashar al Assad, régimen que desde 2011 propició la guerra civil. El oftalmólogo había reprimido, sin contemplaciones, el movimiento popular que surgió en Siria conocido como Primavera Árabe. Pero, una cuestión es el derrocamiento de Bashar y otra, la reivindicación de los ideales democráticos de los jóvenes que se jugaron la vida en las calles por defenderlos.

En principio, los rebeldes no están unidos homogéneamente, mejor dicho son fuerzas de una coalición de múltiples grupos contrarios al gobierno de Asad con diferencias entre ellos, algunas definitivas. El grupo que descuella es la milicia islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), con un pasado que lo une con Al Qaeda, lo que ya es preocupante. Los nuevos dirigentes sirios deberían pensarlo muy bien antes de concretas alianzas de fondo con este grupo.

La noticia buena es que el régimen de Bashar al Assad empieza a formar parte del pasado. Lo preocupante, por no llamarla mala, es que los sirios puedan estar al borde de un salto al vacío que puede originar el caos en el país. Si esta posibilidad empieza a tener sinos de realidad, las noticias buenas pueden trocarse en “malas” para una zona geopolítica —el Oriente Medio—, que desde hace mucho tiempo es un polvorín que solo necesita una chispa para incendiarse. ¡Ojalá y esto nunca suceda! Lo que menos necesita Siria es iniciar un incierto proceso de transición política.

De acuerdo a varios analistas internacionales la caída definitiva del régimen de Bashar al Assad puede centrarse en seis causas principales: el inicio se presentó el pasado 7 de octubre del año pasado, cuando la organización terrorista Hamás atacó inmisericordemente a Israel en varias colonias agrícolas judías: asesinatos, violaciones, secuestros, decapitaciones, etcétera, sin respetar ni género ni edad. Algo inusitado.

El mismo día Benjamín Netanyahu ordenó la guerra contra los palestinos en la Franja de Gaza. Aquí está el centro del movimiento radical palestino donde siguen sin libertad más de cien rehenes de israelíes.

Un día más tarde del ataque de Hamás, sucedió el segundo episodio del conflicto: 8 de octubre del mismo 2023: Hezbolá declara iniciado el conflicto bélico contra los judíos con el lanzamiento —sin medida— de misiles en el norte del país, “en solidaridad con los hermanos palestinos”. Al año siguiente, en octubre pasado, Tel Aviv decidió atacar al movimiento chiita libanés, e invadió la parte sur del Líbano, de donde se retiró hace dos semanas tras un débil cese al fuego.

En poco más de doce meses, el ejército judío desarticuló las dos ramas terroristas de Irán en Oriente Medio: Hamás y Hezbolá, éste último además en Siria donde los cazas israelíes destruyeron bases de Hezbolá que apoyaban al régimen chiita de Basah Al Saad en su guerra contra las milicias de la mártir milicia de la oprimida mayoría sunita siria.

Lo que ha sorprendido del movimiento opositor iraní fue que Teherán se abstiene de buscar venganza por la caída de su alado en la capital siria. Sobre todo, por las muertes del jefe de la Guardia Revolucionaria y del líder de Hamás. En esa ocasión, los iraníes no lanzaron misiles a partes habitadas de Israel, sino sobre terrenos baldíos, lo que se entendió como la preocupación de que no buscaban la guerra abierta con Israel, así como lo sigue haciendo.

Por último, Moscú se abstuvo de defender hasta el final a gobierno de su aliado Al Assad, con su decisión de mantener en tierra sus cazas en las dos bases militares con que cuenta en Siria. Además, Moscú no impidió el rápido avance de los rebeldes islamistas desde el norte de Siria hasta entrar en Damasco.

La falta de apoyo del Kremlin a Assad no fue un mero pretexto de Putin para no acudir en apoyo de su viejo aliado, sino que esto pudo en claro el desgaste de sus tropas en Ucrania —aunque Rusia no lo reconozca oficialmente—; influyendo en la decisión del antiguo agente de inteligencia de la KGB de abandonar el frente sirio y centrarse en el ucraniano  para llegar en posición de fuerza  unas probables negociaciones con Kiev, como podría ocurrir cuando Donald Trump asuma el poder el próximo 20 de enero de 2025.

Otras fuentes comentan que no se descarta la posibilidad de que el propio líder del Kremlin haya sido quien manifestó a Bashar al Assad que no podía continuar proporcionando armamento para detener el gobierno de Damasco, por lo que tendrían que abandonar el país, si no quería terminar sus días como el dictador Muammar Gadafi, asesinado por el pueblo libio en 2011, en venganza por sus abusos de poder.

Incluso, la cancillería rusa informó que pidió a los dirigentes de la oposición siria que permitieran salir a Bashar y su familia con vida, como reconocimiento a la decisión rusa de no impedir con sus cazas la contraofensiva, con lo que se salvaron muchas vidas de ambos bandos, aunque también fue una decisión con mar de fondo en beneficio del Kremlin, pues entendieron que la caída del oftalmólogo solo era cuestión de días, o de horas, por lo que la única manera de lograr la supervivencia de sus base navales (las únicas de Rusia en el Mediterráneo) era aliarse con los opositores, ofreciendo sus fuerzas para evitar un contragolpe de la minoría Chiita siria o de un enemigo exterior. En las palabras, Moscú cometió una “traición pragmática”, ni más ni menos.

En este sentido, cabe decir que el régimen de Assad no sobrevivió tantos años solo, sino que lo logró gracias a alianzas clave con potencias interesadas. Rusia, sobre todo. En 2015, la intervención militar de este país marcó un punto de inflexión en el conflicto, con bombardeos aéreos que permitieron al heredero de Hafez recuperar ciudades clave como Aleppo. El apoyo, claro, no fue altruista: Moscú consolidó su presencia en el Mediterráneo mediante la base naval de Tartus, asegurando un punto estratégico en la región y logró crea la imagen de que desde el Kremlin podían sostenerse gobiernos autoritarios si se negociaba con Putin.

Al mismo tiempo, el régimen enfrentó un creciente descontento interno debido al colapso económico y la incapacidad de reconstruir el país. Este descontento se transformó en un impulso que permitió. Los rebeldes lanzar una ofensiva que culminó con la toma de Damasco, lo que obligó al dictador a huir de la capital, marcando con ello el fin de la historia del clan Assad.

Una vez que los rebeldes aseguraron el control de las fuerzas armadas y que Rusia e Irán no promoverían un contragolpe, el país empieza su era de “libertad”; a los cambios se agrega una decidida persecución contra criminales de guerra en todo el país. La caída del régimen ha permitido que la comunidad internacional conociera uno de los lugares más siniestros de Siria, la cárcel de Saydnaya, el “matadero humano” de la dictadura siria.

La entrada de los insurgentes liderados por el grupo de ideología yihadista Hayat Tahrir al Sham (HTS), permitió el domingo 8 la liberación de miles de personas que llevaban encarceladas en la cárcel —a 30 kilómetros de Damasco—, desde que comenzó la guerra civil; y, algunos de ellos mucho antes. El infierno. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en Londres, asegura que 30,000 personas murieron por torturas, maltratos y ejecuciones entre 2011 y 2021 en Saydnaya. En 2017, Amnistía Internacional estimó que entre 10,000 y 20,000 estuvieron detenidas en ese centro de torturas.

Abu Mohamed al Jolani o Ahmed al-Sáhara, advirtió que castigarán a los represores, Pues no tolerarán a quienes tienen las manos llenas de sangre. Bajo este escenario Damasco sigue en la mira de todo el mundo. Así, el movimiento rebelde afianza la ruta al iniciar la era post Basar al Assad con un interino de tres meses.

Después de designar a Mohammed al Bashar (ingeniero eléctrico), como encargado de transición del país, la TV siria informó que el elegido fungirá como primer ministro interino hasta el 1 de marzo de 2025, estableciendo un plazo para la nueva normalidad en libertad en coordinación con ex funcionarios, quienes ya entregaron documentación para ceder el poder, así como de todos los frentes en un intento de mostrar al mundo su capacidad de gobernar y de lograr la unidad, lo que buena parte de la sociedad siria ve como un buen señal. ¡Ojalá! VALE.