Como suele suceder con la caída de gobiernos y mandatarios autócratas en cualquier parte del mundo: el vacío de poder que su desaparición origina da pie para que dicho vacío se convierta en la razón más importante del desenvolvimiento de ese conflicto. Sin duda, el derrumbe del mandato de Bashar al Assad en Siria al finalizar el bélico año 2024 es el suceso geopolítico más importante del momento —después de la guerra de Rusia y Ucrania— y sus repercusiones nadie las puede calcular sin caer en exageraciones propias del choque de intereses en situaciones semejantes.

Tanto en lo interno como en lo internacional. De hecho, lo que pueda suceder en el país continúa siendo la mayor crisis de refugiados a nivel mundial, con más de seis millones de personas deseadas dentro del propio país y más de cinco millones de refugiados viviendo en naciones vecinas con Jordania, Turquía y el Líbano, la mayoría, por no decir la totalidad, en condiciones de extrema pobreza.

La remota reconstrucción del bíblico país es, en sí mismo, un desafío inconmensurable. Con 13 millones de desplazados y una economía por los suelos, los recursos que Siria necesita para una incipiente recuperación se calculan en 1.4 billones de dólares, que nadie sabe de dónde pueden llegar. El divisionismo interno y la falta de consenso político imposibilitan un esfuerzo coordinado. Ante el grave problema, la apática comunidad internacional —que mucho promete pero difícilmente cumple—, convierte el posible apoyo financiero en un galimatías poco común. Al tiempo que se pueden reunir los fondos necesarios para paliar el problema es necesario garantizar que esos recursos no vigoricen las facciones extremistas ni alarguen, sine die, la fragmentación de la sociedad siria. Algo nada fácil, tratándose de comunidades árabes que están enfrentadas casi desde su origen.

Que el régimen del clan Assad haya llegado a su fin no significa simplemente que se ponga punto final a otro capítulo en la historia siria, representa el inicio de un proceso que redefine el panorama político en el Oriente Medio. Como ejemplo, basta una corta crónica de los sucesos de la primera semana después de la caída de Damasco.

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH) reportó que la noche del domingo 15 de diciembre la aviación israelí bombardeó la ciudad de Tartus, donde se encuentra una base naval rusa, lo que significa que la fuerza aérea judía intensificó sus operaciones contra la costa de Siria, mientras Estados Unidos lanzó una ofensiva contra posiciones del Estado Islámico (EI). Sin reporte de muertes, el OSDH avisó de otro ataque sobre una instalación de misiles en los alrededores de Zama, situada a 35 kilómetros al noroeste de Tartus, incluso contra una armería en la región rural.

Por su parte, tropas estadounidenses eliminaron 12 presuntos miembros del EI en Siria en una ofensiva Bien calculada, informó el Comando Central de EUA con la intención de “desbaratar, degradar y derrotar a EI, impidiendo que el grupo terrorista realice operaciones externas y para garantizar que no busque oportunidades para reconstituirse en el centro del país”, informó el periódico The Jerusalem Post.

Además, como parte del esbozo de su futura política internacional cuando asuma la presidencia estadounidense, el 20 de enero próximo, Donald Trump aseguró que Turquía realizó “una toma de control inamistosa” de Siria —aludiendo a la reciente toma de Damasco por fuerzas apoyadas por Ankara-; “creo que Turquía es muy inteligente y llevó a cabo un procedimiento sin que se perdiera a muchas vidas. Pudo decir que Assad era un carnicero”, declaró el magnate a periodistas en la Florida, que al conocer la caída de Bashr al Assad manifestó en pocas palabras que “esa no es nuestra guerra”.

De tal forma, los kurdos de Siria, combatidos por Turquía y controlan una zona en el noroeste en la orilla oriental del gran río Éufrates, llamaron el cese total de los combates y tendieron la mano al nuevo gobierno. Además, la administración kurda también reiteró su compromiso de confiar la lucha contra el EI en coordinación con la coalición internacional y la Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), apoyadas por EUA. En el comunicado kurdo, se agregó lo siguiente: “Consideramos que la cooperación entre la administración autónoma en el noroeste de Siria y el liderazgo político en Damasco beneficiará a todos los sirios. Y nos ayudará a superar este periodo difícil con éxito”.

Por su parte, Kaja Kallas, encargada de la Política Exterior de la Unión Europea (UE), tras una reunión con los ministros europeos de Asuntos Exteriores, declaró que el extremismo, Rusia e Irán no deben formar parte del futuro de Siria. Y agregó que “la eliminación de la influencia rusa en Siria debería ser una condición para los nuevos dirigentes”.

En un viaje oficial a Damasco, para conocer al nuevo primer ministro de transición, Mohamed al Bashir, y al líder de la organización favorable a Turquía, Hayat Tahrir al Sham (HTS), Abu Mohammed al Jolani (cuyo verdadero nombre es Ahmed al Sharaa, el enviado especial de la ONU para Siria, Geir Pedersen reiteró a las autoridades interinas que es necesaria “una transición política creíble e inclusiva”. A su vez, Saeed Abu Ali, secretario general adjunto de la Liga Árabe (la organización regional más grande del mundo islámico formada actualmente por 22 países, fue fundada en 1945), condenó los sistemáticos ataques israelíes contra Siria.

Como consecuencia del derrocamiento de Bashar al Assad indudablemente la posición de Israel mejoró estratégicamente y Rusia, en general, ha sufrido uno de los reveses geopolíticos más importantes desde que Putin accedió al poder. Muchos son los analistas que creen que Moscú sufrió ese golpe porque su ejército está “atascado” en Ucrania. Al respecto, Antón Mardasov, residente en la capital moscovita ha explicado que “Nuestro involucramiento en territorio ucranio tuvo un costo: el costo fue Siria”.

Al respecto, el dirigente del Kremlin no ha dicho ni media palabra sobre lo sucedido en Siria. De hecho, el alcance de las consecuencias para Rusia de la salida de Al Assad no se han estudiado por completo. La cuestión clave, dicen los expertos, es si Rusia logra concertar un acuerdo con el nuevo gobierno sirio para conservar su base naval de Tartus y su base aérea de Hmeimim, donde Putin pronunció su discurso de victoria en el 2017.

El citado Madrasov no está seguro si Moscú sería capaz de lograr un acuerdo en esos términos, dado que Putin utilizó esas instalaciones para ataques aéreos contra la oposición siria después de que el Kremlin intervino en la guerra civil Siria en el 2015. Perder las bases sirias frustraría varias de las ambiciones del ex agente de la KGB como potencia mundial, ya que son cruciales para la capacidad rusa después actuar en lugares tan lejanos como África Occidental.

En ese sentido, Eugene Rumer, director del Programa Rusia y Eurasia del Fondo Carnegie para La Paz Internacional, en Washington, dijo “Siria es su único punto de apoyo real en Medio Oriente y el Mediterráneo”. La victoria rebelde, agregó, se ha convertido en “parte del precio que están pagando por la guerra en Ucrania”.

Incluso, no es nada improbable que la administración rusa pague una cuota mayor en su imagen. En el creciente enfrentamiento de Putin con Occidente, ha tratado de situar a su nación como líder decisivo y confiable de una coalición global contra lo que él llama la “hegemonía estadounidense”.

Por eso, Eugene Rumer preguntó en una conferencia “¿De qué sirve Rusia como socio si no puede salvar a su cliente más antiguo en el Medio Oriente de una chusma de milicianos?, además del revés operativo, también es un golpe diplomático a su reputación”.

Qué ironía, hace apenas unos años, Siria destacaba como el mayor símbolo del resurgimiento de Rusia en el escenario mundial. Sus sangrientos ataques aéreos sometieron a los grupos de oposición y voltearon los combates a favor de al Assad, enviando el mensaje de que Rusia estaba dispuesta a utilizar la fuerza abrumadora para apoyar a sus aliados y hacer valer sus propios intereses.

En contra, EUA era considerado cada vez más en la región como una potencia poco confiable que se estaba desconectando del Medio Oriente. Y, después de que parecía firme la mano de al Assad en la autoridad, Rusia utilizó sus bases en Siria como punto de partida para competir con Occidente por influencia en países africanos como Libia, Mali y la República Centroafricana. Después de que Putin invadió Ucrania en el 2023, Siria se desplomó en la lista de prioridades del Kremlin. Las bases rusas en Siria pasaron a ser conocidas como lugares a donde eran enviados los comandantes que habían fracasado en Ucrania y como un lugar que atraía a soldados buscando evitar la guerra de trincheras.

Ahora, nueve días después de la caída de su régimen, Bashar al Assad rompió su silencio y asegura que no quiso abandonar el país el pasado 8 de diciembre, sino que fueron los rusos los que lo pusieron en un avión y le pidieron salir de Siria, tras considerar que el imparable avance rebelde ponía en peligro no sólo la seguridad de su familia, sino las dos bases militares en el estratégico Oriente Medio.

“No abandoné en la última hora de la batalla…Durante los últimos acontecimientos no me planteé ni una sola vez la posibilidad de renunciar o solicitar asilo en otro país ni recibí ninguna propuesta al respecto de ninguna parte o individuo”, dijo descartando así que su aliado, el presidente ruso, Vladimir Putin, se lo ofreciera.

En un mensaje publicado por Telegram, enviado por su oficina de prensa, Assad explica en tercera persona que “el personaje que nunca abandonó la resistencia en Palestina y Líbano, ni traicionó a los aliados que lo apoyaron, no puede ser el mismo personaje que puede reunir a su propio pueblo o traicione a su ejército y a la nación a la que pertenece”.

“Sin opciones viables de abandonar la base, Moscú exigió a la comandancia la inmediata evacuación a Rusia (del todavía presidente sirio) en la tarde del domingo 8 de diciembre”, señaló.

En fin, Bashar al Assad, acusado por crímenes de lesa esa humanidad al igual que su padre Hafez al Assad, de quien heredó todo el poder tras su fallecimiento en el año 2000, intentó así justificar su fuga, que fue descrita por el embajador sirio en Moscú, como “vergonzosa y humillante”.

La oprobiosa fortuna de los Assad, hecha a base de sangre y lágrimas del pueblo sirio, —cuyo valor neto (las estimaciones más conservadoras) la colocan en los dos mil millones de dólares en cuentas de efectivo, empresas y otros activos—, le aseguran una desahogada existencia para el exiliado clan en los próximos años, siempre y cuando Putin no les haga una trastada (puede suceder, pero es poco probable).

Recuérdese la frase de origen español: “Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”. Aunque no hay seguridad donde se alojará la familia Assad en Moscú, algunas fuentes señalan que podría vivir en el exclusivo barrio de Barvija, donde reside la familia de Slobodan Milosevic, ex presidente de Serbia y de Yugoslavia. El clan Assad, lo forman Bashar, de 59 años, su esposa, Asma, de 49, y los tres hijos del matrimonio, Hafez, de 24 años, Karim, de 21, y Zaim, de 22. El exilio dorado. VALE.