En estas notas de fin de años aludo a algunos pasajes de los evangelios; no lo hago fines proselitistas; simplemente me limito a deducir de los hechos referidos las consecuencias lógicas que ellos pudieran haber tenido; a éstas no hacen referencia los predicadores en sus sermones.

Bien vistos los hechos, algunos de los milagros referidos en los evangelios, evidentemente, redundaron en perjuicio de los supuestamente beneficiados y de los miembros de sus familias.

 

Resurrección de Lázaro

Juan ii, 43

Si efectivamente hay otra vida y en ella hay un paraíso, como premio a quienes aceptaron a Jesús como su salvador y llevaron una vida apegada a lo que él ordenó y, si también hay un infierno, en el que sufren tormento eterno aquellos que hicieron lo contrario, la resurrección no deja de tener sus asegunes.

Al parecer lo relativo al infierno, la gloria, una vida ultraterrena y la resurrección, si bien no fue invención de los griegos, todo apunta que los judíos tomaron razón de ellos al conocer el refinado pensamiento griego. Como lo afirmé en otra colaboración, lo relativo al concepto de otra vida después de la terrena, no aparece en el Antiguo Testamento. Las menciones que se pretende encontrar en él son tardías y atribuibles al conocimiento que los judíos tuvieron del pensamiento griego en su destierro en Babilonia. Los pasajes del Antiguo Testamento que se invocan para demostrar la existencia del concepto de otra vida después de la muerte son ambiguos o, en el mejor de los casos, forzados.

La resurrección de Lázaro fue algo inusitado. Ciertamente sus hermanas María y Martha, aparte de sorprendidas del poder de su Maestro, debieron haber de quedado muy agradecidas con él por haberlo resucitado. Sus vecinos, con toda seguridad, debieron de haber quedado sorprendidos por ese hecho nunca visto y mucho más lo estarían si tomamos en consideración que según lo dijo una de sus hermanas “Ya hiede”, según la versión de Casidoro de Reyna de 1910.

Pero los predicadores, comentaristas y los creyentes, en general, pasan por alto algunos detalles:

Si el tal Lázaro ya había probado los placeres que brinda el Paraíso, no le debió de haber hecho ninguna gracia volver a este Mundo a sufrir lo que implica vivir en él:  tener que trabajar, lidiar con las molestias que un mundo, como el que refieren los evangelios: de enfermedades, estar sujeto a un emperador que no era de su raza; pagar impuestos, vivir con el temor de ser reclutado en la leva más próxima, vendido como esclavo, exponerse a ser privado de nuevo de la vida o, lo que es peor, quedar lisiado de por vida.

Si el tal Lázaro al tiempo de su resurrección era joven, con toda seguridad vivía en el año 70 de nuestra era y, a la caída de Jerusalén en poder de los romanos, por estar viejo, fue uno de los sacrificados por los conquistadores, tal como lo refiere Flavio Josefo. Si todavía estaba en edad de trabajar, con toda seguridad, encadenado, fue vendido como esclavo o enviado a Grecia a intentar abrir el canal de Corinto y en ese intento perdió de nueva cuenta la vida.

Lázaro, hallándose en Corinto con hambre y encadenado, con toda seguridad, maldecía la resurrección de la que había sido objeto. Pudiera no tener mucha gracia el hecho de enfrentar dos veces la muerte.

 

La vocación de Pedro

Mateo 4, 18, Marcos 3, 16 y Juan 1, 40

Cuando Pedro dejó tirada sus redes y la barcaza con la que ejercía su oficio de pescador, para seguir a su Maestro, seguramente que los más felices al saber de determinación, fueron su esposa, su suegra y sus hijos. Es factible que se hayan dicho: buena nos la ha hecho el Maestro de Nazaret al llevarse a quien nos daba el sustento y dejarnos solos a morirnos de hambre. Seguro que los otros pescadores, al ver abandonadas la barcaza y las redes, se apropiaron de ellas y dejaron sin patrimonio a la familia. Ese hecho lo hace notar Pedro a su Maestro:

“Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. Y le dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.” (Lucas, cap. 18, vs. 28 a 30).

Si, efectivamente, el tal Pedro era precipitado y violento, con toda seguridad no le importó dejar que se muriera de hambre su familia. De los evangelios no se desprende que ese discípulo, después de la muerte de su Maestro, haya vuelto a su aldea nativa a hacerse cargo del sustento de su familia. En los Hechos de los Apóstoles (cap. 2, v. 14) lo encontramos recluido con los otros apóstoles en Jerusalén o regañado por Pablo en Antioquía (Gálatas cap. 2. v. 11). En la primera Epístola que se le atribuye, aparece que vivía en Babilonia y no en Roma (1ª Carta de Pedro, cap. 5, v. 13) y que más estaba preocupado por los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Asia, Bitinia y por su hijo adoptivo Marcos, que por los miembros de su familia (cap. 1, v. 1 y cap. 5, v. 13).

 

El ciego de Siloé

Juan 9, 7 a 11

En el Evangelio de Juan se refiere una historia cruel: “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.” (vs. 1 a 3). Es inadmisible que alguien haya sido cegado únicamente con el propósito de que un tercero: el Hijo de Dios, se “luciera” a su costa haciendo el milagro de concederle la vista.

Es factible que el ciego de Siloé, a base de pedir limosna, invocando su ceguera, fuera el único sustento de su familia. Al recuperar la vista, al no tener la deficiencia con la que daba sustento a su familia y, por no tener oficio ni beneficio, seguramente su esposa o su familia le reclamaron: buena nos las hizo el tal Jesús, te felicito porque ya ves, dime: ¿ahora quién nos va a mantener?, no sabes hacer nada; ¿quién te va a dar trabajo? ¿de qué vas a vivir tú? El famoso ciego, aparte de tener la “desgracia” de ver, junto con su familia, tuvo que comparecer ante los fariseos a responder del por qué había recibido el don de la vista en sábado.

Aparte de lo anterior, para los efectos de la leva y de los impuestos, al ser persona normal, podía ser llamado a filas a prestar su servicio militar en los ejércitos romanos y, de la misma manera, estaba obligado a cubrir el impuesto de capitación, por el simple hecho de tener cabeza sobre sus hombros.