En esta segunda parte aludo a otros pasajes del evangelio de los que, por una parte, derivaron consecuencias inadmisibles y hasta trágicas para quienes intervinieron en ellos y, por otra, se refieren hechos que, por chocar con la realidad, son inadmisibles.
La historia de Zaqueo
Lucas ca. 19, vs. 2 a 19.
En el evangelio de Lucas se refiere: “Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un sicómoro para verle, porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.
Seguro de que la mujer de Zaqueo se murió de alegría al saber que, de buenas a primera, a su marido se le había ocurrido la idea de invitar a comer a su mesa a trece gorrones; también es factible que en ese momento haya dicho: buena me la hizo este Zaqueo; ahora, ¿de dónde saco comida y vino para tanto invitado; loza para servirles, lugar para darles de comer; y sitio para alojarlos? En la villa donde vivimos no hay tiendas ni almacenes en los que pueda comprar carne, vino, pan, útiles de mesa y lechos para dormir.
Los hijos de Zaqueo, pocos o muchos, grandes o pequeños, se han de haber muerto de gozo al enterarse de que su señor padre iba a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a devolver cuadruplicado a las posibles víctimas, el exceso en que pudo haber incurrido por el ejercicio de su profesión de cobrador de impuestos.
Es factible que a la esposa no le faltaron ganas para decirle a su marido: “Zaqueo llévate a tus amigos a ver adónde, pero aquí no entran, mucho menos, comen y se hospedan”.
El endemoniado gadareno y los cerdos
Mateo, cap. 8, vs. 28ª 34. También en Marcos, cap. 5, v. 1 y Lucas, cap. 8, vs 26 y 37.
“Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá a atormentarnos antes de tiempo? Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. Él les dijo: Id. Y salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas. Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos”.
Si hemos de dar crédito al relato del evangelio atribuido a Mateo, en primer lugar tenemos que aceptar algo inadmisible: que en Gádara no había autoridades, locales o externas, que pusieran en su lugar a los llamados endemoniados; además, a los propietarios de los cerdos, en particular y habitantes de la ciudad de Gádara, en general, les habría hecho feliz la noticia de saber que toda la inversión en ganado porcino, tal vez de la que dependía su subsistencia y futuro, había desaparecido de buenas a primeras. Le fue bien al Maestro el que a los gadarenos se hayan limitado a pedirle que se retirara del lugar.
Los niños sacrificados de Belén
Mateo, cap. 2, vs. 8 y 16.
En el evangelio de Mateo se refiere lo siguiente:
“Herodes, entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme el tiempo había inquirido de los magos”.
Como lo he dicho anteriormente, quien escribió ese cuento no conocía la geografía de Judea ni la previsión de Herodes. Éste, para nada, necesitaba de los supuestos magos para saber del nacimiento del nuevo rey de los judíos ni del lugar en que había ocurrido. De lo que refiere Flavio Josefo, que sí conocía la historia de su país y de lo que era capaz de hacer Herodes, se desprende que nada importante de lo que sucedía en su reino le era desconocido.
De ser cierto el relato de Mateo, es evidente que a los padres de los menores sacrificados en Belén por órdenes del rey Herodes, no les ha de haber hecho ninguna gracia el hecho de que, por culpa del nacimiento del Mesías, hijo de un matrimonio de fuereños y que habían estado de paso, hubiera provocado que murieran sus hijos inocentes.
Seguro que, durante toda su vida, debido a ese incidente, Jesús no volvió a poner los pies en Belén por temor a represalias de parte de los padres, hermanos o parientes de los sacrificados. Tampoco reclamó para sí el ser nativo de lo que en ese entonces era una aldea.
En los evangelios se menciona que Jesús creció y vivió en Nazaret; se le conocía como Jesús de Nazaret; en los evangelios sinópticos y Juan no se menciona que haya vuelto al lugar en donde supuestamente nació; la muerte de los inocentes pudo haber sido la razón. En la Biblia la tal Belén Efrata no vuelve a ser mencionada.
Mar de Galilea
Lucas, cap. 8, vs. 22 a 25.
El incidente de una tormenta en el supuesto “mar” de Galilea, sólo se le pudo haber ocurrido al autor del evangelio conocido como de Lucas. Este evangelio, como lo dije en una colaboración anterior, si bien es el más bello, que sigue la sistemática griega de manera escrupulosa, narración, discurso, narración y un nuevo discurso, es el menos creíble de los cuatro evangelios considerados como canónicos.
A todas luces se ve que su autor, quien haya sido, no fue testigo directo de los hechos que refiere, pues comienza su texto diciendo: “… tal como nos las enseñaron los que desde el principio lo vieron son sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde el origen, escribírtelas por orden oh excelentísimo Teófilo” (cap. 1, vs. 2 y 3). Lucas tampoco conoció lo que se denomina Tierra Santa.
Sólo a Lucas, un ignorante de la geografía de Palestina, se le ocurrió escribir: “Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una tormenta de viento en el lago; y se anegaban y peligraban. Y Vinieron a él y le despertaron, diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron y se hizo bonanza”.
Quienes menos deben de creer en el pasaje de los evangelios que refieren la tormenta, que estuvo a punto de hundir la barcaza en la que navegaban Jesús y sus discípulos, son los pescadores y habitantes de sus costas. El mentado “mar” no era ni es capaz de levantar olas que preocupen a alguien, muchos menos a pescadores. Ellos mismos pudieran reconocer que es absurdo que se suponga la existencia de un pescador que no sepa nadar y, sobre todo, en un pequeño lago como el de Galilea.
Del texto del evangelio parece desprenderse que se trata de un barco en toda forma y no de una barcaza de pescadores pobres, con dos o tres tablas atravesadas que servían de asiento, en los que era difícil andar de un lugar a otro.