Agamenón rehuyó ser sacrificado y en su lugar puso a su hija. Tenía otras inclinaciones: en alguna ocasión, estando en Áulide, vio a Argeno, un joven de extrema belleza y se enamoró de él; éste, al verse acosado por Agamenón se arrojó a un río y se ahogó. (Grimal, ob. cit., p. 45).

También existe la versión de que la primera expedición contra Troya fracasó por no saber su ubicación y que los expedicionarios, después de ocho años, volvieron a reunirse de nueva cuenta en Áulide; fue entonces, que guiados por Télefo, dieron con su objetivo y lo tomaron (Higinio, ob. cit. 101, 3 a 5).

Troya, de una u otra forma, finalmente, después de diez años, cayó en manos de los aqueos. A su caída fue saqueada e incendiada. Los hombres, incluyendo a su rey Príamo, fueron sacrificados; las mujeres, como ganado, repartidas entre los vencedores; se convirtieron en parte del botín. Todavía, en la costa occidental de Turquía, en el Helesponto, se pueden observar los restos de la acción expedicionaria. Las piedras, que son mudas, mucho dicen a quienes saben interrogarlas.

Clitemestra, ignorante de que su hija había sido salvada de manera milagrosa y de que se hallaba a salvo, tramó, junto con su amante Egisto, la muerte de su esposo Agamenón a su regreso, junto con la cautiva Casandra, que le había sido asignada en el reparto de los despojos que los expedicionarios habían capturado a la caída de Troya.

Según lo refieren los autores clásicos Agamenón, el líder de la expedición contra Troya, tenía muchos defectos: era ventajoso, fanfarrón, aprovechado, soberbio, miedoso e ingenuo. Aquiles, que en teoría era un subordinado, lo critica por tener mirada de perro (Ilíada, I, 225). Supuso que a su regreso a Micenas sería bienvenido como esposo y rey después de haber sacrificado a Ifigenia, de traer a su amante Casandra, con la que había tenido dos gemelos, de haber acosado hasta la muerte a Argeno, un joven de extrema belleza y de haber abandonado el lecho conyugal durante diez años. En su ausencia Clitemestra se había conseguido un amante que se convirtió en rey del lugar: Egisto.

“Agamenón regresó a Micenas con Casandra y fue asesinado por Egisto y Clitemestra: ésta le dio una túnica sin mangas ni escote y, mientras se la ponía lo mataron, y Egisto reinó en Micenas. También dieron muere a Casandra.” (Apolodoro, Biblioteca, Epítome, 23, Gredos, 1985, p. 237). Casandra era hija del rey Príamo, fue entregada a Agamenón, quien se enamoró perdidamente de ella. Ulises u Odiseo, cuando bajó al Hades informó: “Oí, en esto, la voz lastimera de la Hija de Príamo, de Casandra, a la cual sobre mí la falaz Clitemestra daba muerte; expirante ya en torno al cuchillo, los brazos intenté levantar, mas en vano. Y aquella impudente apartóse y no quiso, ni viéndome ir ya para el Hades, con sus manos mis ojos cubrir ni cerrarme los labios.” (Odisea, XI, 420 a 426).

Junto con Agamenón y Casandra, también fueron asesinados Teledamo y Pélope, hijos gemelos de ambos. Pausania, a su paso por Micenas, informó que vio su sepultura: “… una única de Teledano y Pélope –dicen que estos fueron gemelos de Casandra y, siendo todavía niños, Egisto los mató junto con sus padres–, …” (ob. cit. libro II, 16, 7).

En el Peloponeso aún se hallan las ruinas de la bien edificada fortaleza de Micenas (Ilíada, II, 569), de anchas calles (IV, 52) rica en oro (VII, 180 y XI, 46), como la denomina Homero; en la parte más alta están los restos del que fue el palacio en el que, supuestamente, tenía su trono Agamenón y en el que, según el mito, fue asesinado junto con Casandra, su amante y sus dos hijos gemelos que aún eran niños.

Pausanias, que viajó por Grecia en el siglo II de nuestra era, es decir más de mil cuatrocientos años después de la guerra contra Troya, por lo que se refiere a Áulide, escribió lo siguiente:

“Por esta parte el Euripo separa Eubea de Beocia y a la derecha está el santuario de Deméter Micalesia, y avanzando un poco de él está Áulide. Dicen que tomó su nombre de la hija de Ógigio. Allí hay un templo de Ártemis e imágenes de mármol blanco, una llevando una antorcha y la otra en actitud de disparar un acto. Dicen que cuando los griegos se disponían, siguiendo la profecía de Calcante, a sacrificar sobre el altar a Ifigenia, la diosa puso como víctima un ciervo en lugar de aquella.

Del plátano que menciona Homero en la Ilíada, lo que todavía se conserva del tronco lo guardan en el templo. La historia es que los griegos no tenían en Áulide viento favorable, pero de repente apareció una brisa buena, y entonces cada uno sacrificó a Ártemis lo que tenía, víctimas hembras y machos por igual; y desde aquello se ha mantenido la tradición de que todas las víctimas son aceptables en Áulide. También muestran la fuente junto a la que el plátano estaba y en un alto cerca del umbral de bronce de la tienda de Agamenón.” (Descripción de Grecia, libro IX, 19, 6 y 7, Gredos, Madrid, 1994, p. 285).

En cuestiones religiosas, como en el derecho, lo que se hace una vez sienta precedente, éste, con el tiempo, se torna obligatorio. Como se desprende del texto de Pausanias, en honor de la Diosa, en Áulide, por no ser tierra rica en ganado, se sacrificaba de todo, no así en otros lugares en los que, por exigencia de los responsables de los sacrificios, había que sacrificar una víctima propiciatoria específica. La dieta a los Dioses la determina el lugar y el paladar de sus sacerdotes.

Más de tres mil doscientos años después, pasé por Áulide; sólo vi piedras labradas regadas por el suelo de lo que pudo haber sido el santuario; había un letrero que indica que en ese lugar estuvo el templo de Ártemis, pero nada del tronco del plátano o arce que vio Pausanias; no había huella de las esculturas en mármol blanco que vio Pausanias, ni del manantial del que habla Homero; si todavía existe, tal vez fue entubado para proveer de agua a una población cercana. En la actualidad las esculturas que, al parecer vio Pausanias por su paso por el lugar, se hallan en el museo arqueológico de Tebas.

Las ruinas de Áulide que vi estaban cubiertas de polvo y contaminadas debido a la existencia y funcionamiento de una fábrica de cemento en las proximidades.

A unos cuantos kilómetros se halla Calcis, que es el sitió en el que murió Aristóteles; éste, a la muerte de Alejandro el Grande, su discípulo, fue acusado y salió desterrado de Macedonia; se avecindó en Calcis; en ese lugar murió a la edad 63 años, en el mismo año en que murió Demóstenes en Calauria (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos ilustres, V, 10 y X, 1. Alianza Editorial, Madrid, 2011), de pena por no haber podido encontrar la explicación al fenómeno de las mareas que convierten en isla o en tierra firma a Eubea.