Incertidumbre, indiferencia, términos al tenor de los tiempos. Por donde quiera que se vea, parece que el mundo ha perdido la brújula. A todas horas, el tremendismo parece ser la pauta, y en algunas partes, como sucede en México desde hace muchos años, la violencia se ha enseñoreado de la vida cotidiana y el gobierno en funciones, que debería cuidar que la sociedad viva en paz, se consuela al exclamar cotidianamente que el crimen —en todos sus órdenes—, se ha reducido porcentualmente desde que asumió el poder por obra y gracia del voto del pueblo “bueno y sabio”. Bendito sea el señor. ¡Ojalá y esto fuera cierto! No es así.

La situación caótica priva por todos lados. No es exclusiva de un solo país. Pero, ya se sabe, “mal de muchos, consuelo de tontos”, por no decir una frase más mexicana. Pero, tampoco es motivo para montarse en lo corriente. Algunos piensan que con mentir cotidianamente desde la tribuna más importante del país, con eso se “resuelven” todos los problemas. Dado el caso, los que por el momento tienen el poder en las manos, llegan al extremo de descalificar a los que piensan y actúan diferente. Lo que es peor, dividen a la sociedad en dos bandos: si no estás a favor mío, eres traidor a la patria. Tan simple como eso. Pero no todo es negro o blanco. “Yo bueno, tú malo”.

De ahí que de vez en cuando, una institución bimilenaria como la Iglesia Católica Apostólica Romana, sorprenda porque, aunque en los últimos tiempos su existencia tampoco ha sido paradigma de la cristiandad mucho menos de los no creyentes, aún pervive la visión de otra iglesia, la Iglesia que no estaba enferma, ni moribunda, la que no pretendía estar en posesión de la única verdad.

Aunque parezca difícil hay quienes ven más allá de los abusos a menores por parte de malos sacerdotes y del encubrimiento de tales conductas, aunque no ignoran que la Iglesia Católica sufre una crisis fundamental que los expertos califican como el sistema romano. La Iglesia, como tal, no puede seguir aferrándose al monopolio del poder y de la “verdad”, así como a su aversión a la sexualidad y su misoginia, una iglesia que se niegue a introducir reformas y se cierre en banda al cambiante mundo de nuestros días no puede durar mucho más. Milagro es que haya durado tanto. Para sorpresa de muchos, Cristo regresa una y otra vez. ¿Hasta cuándo? He ahí el quid de la cuestión.

Prolegómenos aparte, aunque parezca increíble, todavía hay santos. A lo mejor más de los que se pueda pensar. “Oficialmente” los santos canonizados son 1,726, pero si se incluyen a los beatos, mártires y los que son venerados localmente, el número podría oscilar entre 9,000 y 20,000. ¿Tantos? Para una institución religiosa como la católica, con más de dos mil años de historia, pueden ser “suficientes”; la historia cuenta que a lo largo de los siglos los fieles han demostrado su fe de diversas formas, en infinidad de casos verdaderamente extraordinarias.

Siempre habrá la discusión de quién verdaderamente puede considerarse santo o no. Entre creyentes y no creyentes el abismo nunca podrá salvarse, aunque a la hora de la verdad —la inevitable muerte—, no faltan los arrepentidos. Desde los mártires del tempo de las catacumbas, a la fecha, los conceptos de vida han cambiado.

El martirio era el testimonio supremo de devoción a Cristo y la teología de aquellos tiempos —cuando los primeros cristianos sufrían tormentos inenarrables que ni en los filmes más brutales se reproducen—, consideraba que el martirio garantizaba una santificación inmediata. Esto ya no es así, aunque hay de mártires a mártires.

Los santos modernos tienen otras facetas. Con San Juan Pablo II, el proceso de canonización cambió. El Código de Derecho Canónico de 1983 introdujo simplificaciones procedimentales y una mayor apertura hacia la canonización de laicos, mujeres y figuras contemporáneas. La santidad se hizo cada vez más accesible cercana al pueblo y contextualizada en el presente.

De tal forma, el nuevo Papa, León XIV —Robert Francis Prevost, el primer sacerdote católico estadounidense en llegar al trono de San Pedro, para sustituir al difunto Papa Francisco—, acaba de beatificar a los dos primeros santos de su pontificado: dos italianos: Carlo Acutis, de 15 años de edad, el tercer santo más joven en mil años de historia de canonizaciones católicas y el primero en predicar por medio de la Internet. Y a Pier Georgio Frassati, de 20 años, que murió en 1925 de poliomielitis, hijo de Alfredo Frassati, fundador del periódico La Stampa. La vida y sus haberes, los entregaba a los pobres. Con ellos se enfermó.

El primero, Carlo Acutis, murió el 1 de octubre de 2006, tres días después de que se le diagnosticó leucemia mieloide fulminante, y pocos meses más tarde de que el ya entonces conocido en las webs católicas como “influencer de Dios”, diera a conocer un video en el que, con serenidad asombrosa, anunció a sus miles de seguidores su fallecimiento: “Cuando pese 70 kilos, estoy destinado a morir”.

Cuentan los médicos que lo atendieron que, pese a los dolores de su enfermedad y que sabía que moriría muy joven, mantuvo la calma sin sobresaltos. Una vez que recibió la extrema unción, murió minuto más tarde. Su madre declaró al salir del cuarto: “Será santo”. Lo curioso del caso es que pesaba 70 kilos.

La ceremonia de canonización tuvo lugar el domingo 7 de septiembre en la Plaza de San Pedro, con la asistencia de 80,000 fieles, la mayoría jóvenes procedentes de muchos países. La ceremonia comenzó a las 10 horas a.m., tiempo de Roma. El párroco de la iglesia María de Nazaret, dijo: “Carlo Acutis, el primer santo de la generación millennia”.

En la misa al aire libre, además de los padres del nuevo sano, estaban sus dos hermanos, niños y adolescentes que en sus manos tenían estampitas con la foto de Acutis. Hizo acto de presencia el presidente de Italia, Sergio Matarella. Y la madre del nuevo santo, Antonia Salzano, se encargó de llevar al altar el relicario con un fragmento de corazón de su célebre descendiente que había llegado al mundo en Londres, Inglaterra, el 3 de mayo de 1991, donde vivía la familia Acutis por el trabajo de su progenitor. Tiempo después, el grupo familiar retornó a Milán donde haría su Primera Comunión a los siete años de edad. Desde tan temprana edad, Carlo comenzó a dedicarse a la Iglesia. Su devoción se hizo evidente y, al tiempo que practicaba los videojuegos y promovía las prácticas religiosas mediante la Internet, hizo famosa su frase: “La Eucaristía es mi autopista al cielo”.

Explica Fran Ruiz, en una interesante nota periodística que “trabajando con un estudiante de ingeniería informática en la página de la parroquia, aprendió a diseñar y crear páginas web y se apasionó tanto por esta actividad que en el verano de 2006 creó la página web con la que difundió por Internet la vida y enseñanza de Jesús”.

“Estar siempre unido a Jesús, este es mi plan de vida”, solía decir cuando los internautas le preguntaban. Por lo mismo pronto fue conocido como el influencer de Dios”. Hasta dónde han llegado las redes sociales.

A semejanza de otros santos, Carlo Acutis se sintió influído por il poverello de Asís, el que en su vida secular se llamó Giovanni di Pietro di Benardone, mejor conocido como San Francisco de Asís, fundador de la Orden Franciscana en 1209. Así, Carlo, ahora San Carlo, quiso emular al más pobre de los pobres: “por el respeto por la Creación, la búsqueda de la paz y la entrega a los más necesitados”.

El cuerpo del “influencer de Dios”, después de su rápida muerte, se ha conservado en la Iglesia de la Spogliazione (Expoliación), en Asís, donde es venerado en estado semi-incorruto y vestido con ropa deportiva. El Papa Francisco lo beatificó el 10 de octubre de 2020 en la Basílica de San Francisco de Asís. La Congregación para las Causas de los Santos le reconoció dos milagros. Uno en Brasil a un niño sudamericano que nació con una Malformación congénita del páncreas y otro, con una mujer de Costa Rica, en el año 2022, que había procreado a la niña Valeria que sufrió un grave traumatismo craneal al caer de una bicicleta.

La lista de santos menores de 15 años no es abundante. Uno de ellos fue Santo Domingo Savio que falleció antes de los quince. Fue discípulo de otro santo muy conocido, San Juan Bosco (1815-1888), fundador de la 0rden de los Salesianos, beatificado y canonizado por Pío XI en 1934.

Cuando su menda llegó al Seminario Diocesano de Xalapa, Veracruz —fundado por el obispo Rafael Guízar y Valencia, ahora santo cuyo cuerpo incorrupto está en la catedral de la capital veracruzana—, en 1957, apenas habían transcurrido tres años de la canonzación de Santo Domingo Savio, por el Papa Pío XII. La vida y obra del joven Domingo Savio era puesta de ejemplo para los jóvenes seminaristas que buscaban la vida sacerdotal pero que se truncó muy pronto. Mucho tiempo conservé una o dos estampitas con la foto del nuevo santo.

Los hermanos Francisco Marto y Jacinta Marto fueron dos de los tres pastorcitos protagonistas de las apariciones de la Virgen de Fátima (Portugal) en 1917. Eran los menores de siete hermanos. Al morir, él contaba diez años de edad y ella nueve. Fueron víctimas de la mal llamada “gripe española”. Ambos fueron canonizados por el Papa Francisco en 2017. Cien años después de las apariciones.

Otra menor de edad, de 11 años, la niña italiana María Goretti, ahora patrona de los jóvenes, de las víctimas de agresión sexual y la pureza, prefirió morir, herida con un arma punzocortante, antes de ceder a tener relaciones sexuales con un vecino de 19 años de edad. Fue canonizada en 1947 por el Papa Pío XII.

La Guerra Cristera, también conocida como la Cristiada (1926-1929), a consecuencia de la Ley Calles, que limitaba las actividades católicas en México, dio como consecuencia la muerte de centenares de católicos y de soldados federales. Esta guerra tuvo una secuela.  De un bando hubo mártires, del otro lado, militares que obedecían órdenes. Muchas familias quedaron huérfanas; hijos que dieron la vida por la fe, y madres y hermanos que lucharon al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, “¡Viva la Virgen de Guadalupe!”. Mi abuela materna, Todomira Torres Alarcón, perdió a dos de sus parientes más queridos. La fe católica tuvo sus costos. Esa lucha fue el motivo para que años más tarde el autor de estas líneas ingresara al seminario que fundó el cotijense Guízar y Valencia, así como su persecución por el mismo gobierno.

El niño mártir de la Cristiada se llamó José Sánchez del Río, nativo de Sahuayo, Michoacán, donde había nacido en 1913. A los 14 años de edad pidió a sus padres le permitieran unirse a las fuerzas cristeras que luchaban contra la persecución religiosa del gobierno de Plutarco Elías Calles. Al ser capturado por los federales, le exigían abjurar de la fe católica, a lo que se negó rotundamente. Lo martirizaron; le despellejaron las plantas de los pies y lo obligaron a caminar hasta el cementerio donde lo fusilaron y le dieron el tiro de gracia. Como última expresión de sus creencias, gritó: “¡Viva Cristo Rey! El Papa Francisco lo canonizó en 2016. Años antes Karol Wojtyla, Juan Pablo II, beatificó a los mártires de la Cristiada. Hay una película que recuerda esta hazaña.

Una síntesis histórica que vale la pena recordar. Nada más, nada menos. VALE.