Hablar de homicidios y desapariciones no es hablar de simples estadísticas. Detrás de cada dato hay una tragedia, una familia en duelo y una herida sin cicatriza. Resulta indispensable hablar con seriedad de la aparente correlación entre la disminución de homicidios y el aumento de desapariciones durante el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum.

En su primer informe, la mandataria destacó una reducción cercana al 25 por ciento en los homicidios dolosos, logro que sin duda merece reconocerse. La oposición, sin embargo, ha buscado restarle mérito argumentando que esa caída se explica porque ahora los crímenes se esconden bajo la categoría de desapariciones. Es un señalamiento grave que, más que aportar al debate público, genera confusión y desconfianza.

Quienes revisamos de manera constante los reportes preliminares de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana sabemos que las estadísticas provienen directamente de las fiscalías estatales. Cada mes se consolidan las cifras, corrigiendo variaciones. Lo relevante es que la clasificación de un homicidio es difícil de maquillar: se requiere un cuerpo, una necropsia y una causa de muerte. Pretender esconder un asesinato bajo la etiqueta de “desaparición” sería insostenible en términos periciales y judiciales.

Incluso con la peor de las voluntades, podría alegarse que una muerte fue por causas naturales o accidente. Pero las cifras de defunciones por esas razones no han mostrado cambios sustantivos que expliquen la reducción de homicidios.

El tema de las desapariciones es diferente. Sí existe una “cifra negra”: casos nunca denunciados o familias que, por miedo o desconfianza, guardan silencio. Observamos recientemente un aumento en las denuncias, lo cual no necesariamente refleja un incremento en los casos, sino una mayor disposición de los familiares a reportar la ausencia de sus seres queridos.

Esto podría interpretarse como un signo de confianza en las instituciones de búsqueda. El Estado, sin embargo, debe garantizar que esa confianza no se vea defraudada: de nada sirve que se presenten más denuncias si las búsquedas no se realizan con prontitud, con recursos suficientes y con protocolos claros.

Discutir si disminuyeron los homicidios o si aumentaron las desapariciones es necesario, pero insuficiente. El debate de fondo debe girar en torno a cómo garantizar la vida, la seguridad y la búsqueda efectiva de las personas. Una disminución marginal en un delito no es victoria si no se acompaña de justicia, prevención y reparación del daño.

La presidenta Sheinbaum tiene razón en destacar la reducción de homicidios como un logro, pero también debe asumir que en desapariciones persiste una deuda enorme. No basta con contabilizar menos muertos: se requiere un sistema integral que atienda la violencia en todas sus manifestaciones, desde el feminicidio hasta la trata de personas, y que coloque a las víctimas y sus familias en el centro de la política pública.

La correlación que algunos sugieren entre homicidios y desapariciones no se sostiene. Lo que sí se sostiene es que México no puede celebrar descensos estadísticos mientras haya madres buscando a sus hijos en fosas clandestinas. Ese es el verdadero reto del Estado en este sexenio. Eso pienso yo, usted que opina. La política es de bronce.

@onelortiz