En el contexto de un insolente Netanyahu, declarando que partes de Gaza y Cisjordania, tierras palestinas, son de Israel: “son nuestras”, afirma iracundo y de Trump ninguneando a la ONU y declarándose “hacedor de paz” en el caso de 8 guerras, y merecedor del Nobel de la Paz, el escenario internacional muestra una avalancha de reconocimientos a Palestina como Estado.
La Asamblea General de la ONU, que recién inicia su período anual de sesiones -el número 80- registra una avalancha países, europeos, de la UE más el Reino Unido, Canadá, Australia, etc., que han decidido reconocer internacionalmente al Estado de Palestina. Con lo que esta Organización estaría registrando a 147 de sus 193 miembros, que lo reconocen.
Antes de referirme al fuerte impacto internacional de tales reconocimientos, destacadamente el de Francia, hago comentarios al caso de México, pues la presidenta Claudia Sheinbaum da a entender que “por primera vez”, durante su gobierno México acreditó a un diplomático -por cierto, mujer- como embajadora del Estado de Palestina “con todos los derechos diplomáticos”. La mandataria exigió también detener el “genocidio”.
Sin embargo, ¿la relación política con Palestina data de 1975, cuando el presidente Luis Echeverría Álvarez se reunió con el entonces jefe de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasir Arafat y ese mismo año la OLP abrió una Oficina de Información en la Ciudad de México? Momento, por cierto, complicado para nuestro país por el tercermundismo irresponsable del mandatario mexicano y la insoportable arrogancia de Israel y de ciertos núcleos judíos.
Años después, en junio de 2000, la canciller Rosario Green, visitó Gaza y Ramala, se reunió con Yasir Arafat y le transmitió la invitación del presidente Ernesto Zedillo para que visitara México; y en febrero de 2013, por vez primera un embajador de Palestina presentó oficialmente sus cartas credenciales al presidente de México.
Debe aclararse que el primer embajador palestino lo fue de la Autoridad Palestina, en tanto que la actual representante diplomática es embajadora del Estado Palestino. Pero, en cualquier caso, antes de la recepción de credenciales de la que habla la presidenta Sheinbaum, Palestina ya contaba en México con un embajador. El que, por cierto, participó en un panel sobre el tema en la UNAM, que, en mi condición de Titular de la Cátedra Solana, organicé en la UNAM, en 2017.
Arafat nunca vino a México, aunque cuenta con un busto en uno de los parques de nuestra capital y tuvo contacto con diplomáticos mexicanos -yo lo saludé, hacia 1998, en Marruecos y en Togo. De la misma manera que en esas épocas tuve relaciones cordiales y valiosas con André Azoulay, el respetado consejero judío del rey Hassan II. Padre, Azoulay -valga esta muy larga digresión- de Audrey Azoulay, actual directora general de la UNESCO, organización a la que Trump acusa ¡de antisemitismo!
Entro, ahora sí, al tema del reconocimiento internacional del Estado de Palestina -de Palestina- en el que tuvo un papel destacado el presidente Emmanuel Macron, de Francia.
La proclamación de Macron ha tenido lugar en la Conferencia de Alto Nivel para la Solución Pacífica de la Cuestión de Palestina y la Aplicación de la Solución de Dos Estados, una iniciativa de la ONU copatrocinada por Francia y Arabia Saudí que se lanzó en julio y ahora acoge la declaración de Francia, Reino Unido, Canadá, Australia y otros países europeos y de otras regiones. Declaraciones que -repito- ahora dan como resultado 147 estados que se pronuncian por el reconocimiento de Palestina como el Estado de Palestina, de los 193 miembros de la ONU. (Aclaro que las cifras varían poco significativamente en las informaciones de diferentes fuentes).
El discurso de Macron en Naciones Unidas fue amplio, completo y sumamente cuidadoso, pero sin omitir las críticas al Israel de Netanyahu que la realidad y la justicia exigen. El mandatario galo dijo: “Este reconocimiento es una forma de afirmar que el pueblo palestino no es un pueblo de más”. Dejó clara su condena a las masacres, la destrucción de construcciones y la hambruna y enfermedades que Netanyahu produce en contra de los palestinos en Gaza y Cisjordania. Exigió el fin de la guerra y afirmó: “No estamos dispuestos a aceptar la ia idea de que exista un Gran Israel, desde el Mediterráneo hasta el Jordán”.
En congruencia con Macron, el bloque árabe pidió a Hamás dejar las armas y abandonar el poder, algo que también pidió Mahmud Abbas, el otro presidente, que ejerce su poder en parte de los trasquilados territorios palestinos.
Sin embargo, la ultraderecha, parte de la derecha y parte de la izquierda socialista francesas, criticaron acremente el discurso. La ultraderecha de Marine Le Pen (el RN) absurdamente, pues recuérdese que el fundador de este partido, Joseph Marie Le Pen fue un nazi, condenado como tal. En el caso de la izquierda socialista la condena es comprensible, por la cercanía de algunos de sus miembros a la muy influyente comunidad judía de Francia.
La declaración de Macron, saludada eufóricamente por muchos países y que contará seguramente con el apoyo de China, Rusia más Reino Unido y ¡por supuesto Francia!, en el Consejo de Seguridad de la ONU, fue, en boca del secretario de Estado norteamericano Marco Rubio, “rechazada enérgicamente y calificada de irresponsable”. Aunque, hacen notar analistas expertos, que más incomodó a Trump la decisión de Reino Unido, ¿por ser de la familia?
Sin demérito de las declaraciones y posicionamientos sobre el tema, de Pedro Sánchez, presidente de gobierno español y del premier británico Keir Starmer, quiero referirme brevemente al discurso del rey Felipe VI en la tribuna de la ONU, en su Asamblea General. Un discurso que “rompió moldes” por abordar la grave realidad de Gaza, Cisjordania y el pueblo palestino victimado. Cuando es regla que pronunciamientos sobre temas de fondo -y, no se diga, polémicos- corresponde hacerlos el jefe de gobierno (salvo en el caso de jefes de estado que también lo son de gobierno. Como México).
El Rey abordó, con enorme prudencia temas clave de la agenda internacional, expresó respeto a Israel, hizo notar los profundos y antiguos lazos de España con los judíos -los sefarditas- y, al referirse al genocidio que comete Netanyahu, evitó el término y exigó a Israel que pare “la masacre” -en lugar de genocidio- en Gaza y sus “actos aberrantes que repugnan a la conciencia humana”.
Condena que no puedo menos que apoyar, aunque Aznar y su inexplicable -¿o explicable?- apoyo a Netanyahu queden escaldados por el rey.