Por Martín Tavira Urióstegui
En nuestro tiempo, a la palabra izquierda le ha pasado lo que a las monedas: de tanto manosearse han perdido sus signos, águila o sol. Hoy se habla de izquierda moderna, que se niega a tener alguna coloración marxista, menos un enrojecimiento leninista. Esta izquierda moderna quiere parecerse a la socialdemocracia europea que proclama algunas reformas sociales sin cuestionar el sistema capitalista.
Desde que surgió el término en 1791, cuando los diputados radicales se sentaron a la izquierda del presidente de la Asamblea Nacional de Francia hasta el presente, esta categoría política ha tenido un contenido acorde con el sistema de la vida social afincado en un momento histórico.
En la convención francesa, el Partido de la Montaña era el de la izquierda, del que formaban parte, entre otros, Robespièrre, Dantón, Marat y Saint-Just. Representante de las masas populares, implantó una dictadura a través del Comité de Salvación Pública, dirigido por Maximiliano de Robespièrre. Desmanteló el poder de la Iglesia y destruyó el orden feudal. Derrotó a los girondinos, representantes de la “burguesía ilustrada”, que pugnaba por la república, sin cambios en la estructura económico-social.
Lo que caracteriza a la izquierda de todos los tiempos es que tiene como meta transformar de manera profunda la situación económica, social y política en un sentido de avance.
Estrictamente hablando, sólo puede llamarse de izquierda un partido que se propone una meta histórica: la instauración del socialismo. ¿Y quién puede trazarse ese objetivo? La clase trabajadora manual e intelectual. Esta clase constituye el proletariado, porque no es propietaria de los medios de producción y de cambio.
Lenin afirmó que “el proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose en un partido político distinto…”
Por su parte, Gramsci apuntó: “La capacidad estratégica del partido es la capacidad de organizar y unificar en torno a la vanguardia proletaria y a la clase obrera todas las fuerzas necesarias para la victoria revolucionaria…”
De manera que un partido político —y en especial el partido del proletariado— se distingue no sólo por las metas que se propone alcanzar, sino por su inteligencia para encontrar los medios o los métodos para arribar a ellas.
Uno de los factores que ha mantenido en la dispersión a la izquierda mexicana ha sido su diversa concepción de la realidad nacional, así como su línea estratégica y táctica diferente.
En un sentido amplio, puede considerarse de izquierda un partido que lucha por el progreso social y la independencia económica y política de la nación respecto del imperialismo.
Un frente con este carácter no puede ser sólo de la izquierda, sino de amplios sectores dispuestos a dar su esfuerzo para que la nación desarrolle sus fuerzas productivas, distribuya con equidad los frutos de la producción e impida que los capitales extranjeros desplacen al capital nacional y se lleven la riqueza creada por los trabajadores de México.
¿Será posible formar un frente así para las elecciones federales de 2012?
¿Será posible que los militantes sean leales a sus partidos y no obren por intereses personales en las luchas electorales de Michoacán de 2011 y de México de 2012?
Porque el espectáculo que han dado y están dando muchos miembros de los partidos no es nada ejemplar.
En Michoacán se habló de un posible candidato apoyado por las tres fuerzas mayoritarias, PRI, PAN y PRD. ¿Con base en qué? Nunca se aclaró suficientemente. Ahora ya esos tres partidos han nominado a sus candidatos. Comienzan las puyas entre los tres candidatos a la gubernatura. Pero solamente eso: puyas. Se acusan de pecados, mortales y veniales. ¿Y los programas? Brillan por su ausencia. A estas horas debieran estar confrontando sus plataformas sobre el desarrollo de Michoacán en sus múltiples aspectos. La paciencia del pescador no puede llegar a tanto.