Lo que antes parecía cosa de películas de ciencia ficción, como ataques o sabotajes a satélites, hoy es una amenaza real que preocupa a expertos y gobiernos en todo el mundo.
¿Por qué? Porque el número de satélites en órbita ha crecido exponencialmente en los últimos años, gracias a que es más barato y accesible para empresas privadas y países ponerlos en el espacio. Esto es bueno para la tecnología, las comunicaciones, los mapas GPS que usamos en el celular y muchas cosas más. Pero también crea nuevas vulnerabilidades. Ahora, no solo los gobiernos, sino grupos que ni siquiera son estados, pueden intentar atacar o interrumpir esos satélites para causar caos.
Por ejemplo, en 2022, un grupo vinculado a Anonymous hackeó la agencia espacial rusa Roscosmos como protesta contra la invasión de Ucrania. Aunque no causaron daños graves, esa acción hizo que Rusia advirtiera que atacar satélites podría considerarse una causa para la guerra. Además, en Europa, se reportan miles de casos de señales GPS interferidas, que afectan desde la aviación hasta servicios básicos. En uno de estos incidentes, los pilotos tuvieron que aterrizar un avión casi sin acceso a la tecnología, haciendo uso solo de mapas y brújulas tradicionales.
Pero no solo hablamos de interferencia electrónica. También hay expertos que demostraron que, con poco dinero, se pueden interceptar comunicaciones militares y civiles por satélite por falta de cifrado, lo que abre paso a espionaje y ataques aún más sofisticados. La realidad es que la ley internacional, creada hace más de 50 años, no contempla cómo manejar estos nuevos tipos de amenazas. Es como si la tecnología avanzara a toda velocidad, pero las reglas del juego aún estuvieran dando pasos lentos.
Es fundamental que todos estemos atentos a cómo evoluciona esta situación y que se impulsen leyes y colaboraciones internacionales para proteger el espacio, que no es solo territorio de naves y científicos, sino también parte esencial de nuestra vida actual y futura.


