La muerte de Carlos Manzo es prueba fehaciente del empoderamiento delincuencial sobre el Estado Mexicano o comprobación absoluta de impune convivencia entre ambos. Un hombre valiente investido de autoridad constitucional rogó durante todo un año por la presencia de las fuerzas federales y estatales en su municipio, Uruapan, y en vez de recibir auxilio encontró la muerte, víctima de un comploto urdido (no puede ser de otra forma) en la sórdida relación de autoridades y criminales.
Ni la SSPF ni el Ejército enviaron los refuerzos que pidió el valiente acalde, suplicando casi a diario que acudieran al rescate de sus gobernados, no para él. Lo tenían por imprudente o loco, cuando sólo pretendía cumplir con su deber. Y así lo trataron, ignorarlo fue la respuesta y a su muerte se apresuraron a decir que le mandaron guardias, catorce. De nada sirvieron, quien dice que no fueron esos mismos guardias los que facilitaron su muerte.
Su voz queda como testimonio del justo que predica en el desierto, denunciando complicidad entre autoridades militares y civiles con los grupos del mal, hartos de ser extorsionados por criminales que cobran cuota al comercio, la producción del campo (aguacateros y limoneros), pesca, servicios y en algunos municipios hasta predial, sin que el gobierno estatal y federal moviesen un dedo para protegerlos. Como en muchas otras partes del país, la extorsión es generalizada, sólo que los michoacanos ya no pueden más, están viviendo un infierno.
Secretaría de Seguridad, Ejército y Marina saben quiénes son, a que grupos pertenecen, donde están, quienes son sus cabecillas, conocen sus territorios de extorsión y deciden permanecer expectantes. Los dejan actuar impunemente, les permiten sembrar terror en las comunidades, les conceden derechos plenos sobre ciertos territorios. Los ciudadanos viven con temor en sus propios domicilios mientras los criminales señorean en las calles a plena luz del día o de la noche. ¿Qué no debería ser al revés?
Carlos Manzo ganó la presidencia de Uruapan al partido oficial, Morena, en una relación de cuatro votos contra uno, siendo postulado de manera independiente. Arrasó por el hartazgo de la gente, ya no aguantan más, los están llevando a su límite. Inmediatamente honró su palabra de campaña denunciando las atrocidades de que son víctimas, combatiendo a los criminales, exigiendo al gobernador Ramírez Bedolla que intervenga, pidiendo la presencia de las fuerzas federales.
Lo hizo con vehemencia y determinación, consciente de que sólo tenía tres caminos: la cárcel, la muerte o el éxito, como llegó a decir. Triste desenlace, encontró la muerte. Espero que no sea en vano, desde el domingo hay manifestaciones en Morelia, Uruapan y varios municipios michoacanos, dándo vida al “movimiento del sombrero”, como se identificaba el edil. Si en México todavía queda un poco de dignidad, ese movimiento debe prender a escala nacional. Si no, el sacrificio mortal de otro justo habrá servido para maldita la cosa.
Tiene que ser iniciativa de la gente, del mexicano con sangre en las venas. Del gobierno populista nada podemos esperar, lo acabamos de comprobar, otra vez, con las declaraciones de Claudia Sheinbaum en la mañanera de hoy. Incapaz de asumir la menor responsabilidad recurrió a la respuesta estándar del obradorato; invocar a Calderón y calificar a la oposición de carroñera, por exigir justicia y lamentar los hechos. La presidenta está rebasada, corta de ideas se conforma con repetir el guion de Jesús Ramírez, propagandista del régimen.
Es que se pasan de cínicos, los buitres carroñeros hablando de carroña. Hicieron su campaña nacional montados sobre la muerte de los 43 sucedida en un estado y un municipio gobernado por ellos (entonces el PRD) y ahora reniegan por que la oposición denuncia hechos violentos como los de Uruapan, con tres muertes emblemáticas en menos de un mes. ¿Tenemos que guardar silencio porque la denuncia pública incomoda a los carroñeros históricos? El mundo al revés, desde el empoderamiento populistas.
Ahora, Calderón dejó la Presidencia hace trece años y sí, es responsable de la guerra que catalizó la violencia, una guerra fallida. Pero los efectos de sus desatinadas acciones son juego de niños comparados con la perversidad de los abrazos y no balazos de López Obrador. Nunca en la historia del crimen nacional la complicidad llegó hasta el presidente de la República, como en el sexenio pasado. No sólo permitió que actuaran en impunidad, dándoles chanza de conquistar nuevos territorios, también les abrió los negocios del gobierno y los hizo aliados políticos. La estrategia de Calderón fue obtusa y subordinada a la DEA, la López Obrador criminal.
Hoy vemos las consecuencias de su complicidad; grandes franjas del territorio en manos de los cárteles, con capos mayores, medianos y menores actuando en política. En muchos países, no sólo en Estados Unidos, consideran que vivimos un narcogobierno y, con lo sucedido en Uruapan nuestras autoridades les dan la razón, si no son narcogobierno, se parecen mucho. Hoy es imposible distinguir donde termina el gobierno y empieza la criminalidad, coexisten en armoniosa complacencia gracias a López Obrador que los abrazó durante seis años.
Pero según la presidenta Sheibaum el responsable es Calderón, como si hubiese entregado ayer el gobierno. Su narrativa es la de quien no quiere resolver o al menos asumir la responsabilidad ganada con el cargo, la del político demagogo más ocupado en convencer a la sociedad de que otros tienen la culpa, que en cumplir con sus deberes y resolver los problemas. Así seguirá, son los usos y costumbres del populismo demagogo, culpar siempre al otro. El hecho es que mientras la Presidenta sigue cerrando los ojos, muren mexicanos valientes y la criminalidad avanza. Cuando eran oposición tenían todas las soluciones, hoy que gobiernan rehúyen su responsabilidad. Así nunca.

