Desde los albores de la filosofía clásica, hasta la teoría jurídica contemporánea, la distinción entre el ser (lo que es) y el deber ser (lo que debe ser) ha configurado no sólo una reflexión ética, sino la arquitectura misma del Derecho. No es una dicotomía abstracta. Es la fisura permanente entre la realidad humana, con sus virtudes e imperfecciones y el horizonte normativo que buscamos construir para convivir en paz, dignidad y libertad. Esa hendidura es a la vez, el terreno donde florece la ética, el derecho y la responsabilidad pública.

El ser es el mundo en el que habitamos: dinámico, cambiante, contradictorio, profundamente humano. Es la realidad desnuda, tal como se nos muestra. Son las personas forjadas por su historia, su cultura y su profesión; poseedoras de virtudes y talentos, pero también de miedos, sesgos e incertidumbres. Instituciones que entre inercias y límites albergan tanto comportamientos ejemplares como vergonzosas corruptelas. Son las sociedades desiguales, donde conviven con la misma intensidad, el altruismo que eleva y el maltrato que hiere, dejando cicatrices que con razón o sin ella dan paso al resentimiento. El ser, es la arcilla imperfecta de la condición humana. Es la materia prima con la que trabaja el Derecho.

Recaséns Siches dijo: el derecho se gesta en la vida real y, sin embargo, aspira a trascenderla. Ahí surge la primera paradoja. Las normas buscan ordenar una realidad que no es dócil ni estática y que con frecuencia exhibe el peso de la historia, la desigualdad y el conflicto. El ser es una constatación y a la vez una advertencia. Es la verificación de que el Derecho se aplica en sociedades reales, no ideales.

Frente al ser, (la realidad), se levanta el deber ser, (el ideal). Desde la antigüedad hasta los tiempos contemporáneos, esta noción ha sido entendida como el imperativo ético que la razón identifica como necesario para una convivencia justa. Es la voz que ordena lo que debe suceder, más allá de lo que sucede. Su comprensión y entendimiento no es una mera recomendación, sino un imperativo racional.

En el mundo jurídico el derecho es un conjunto de normas que enuncia deberes no hechos. Para que funcione, quienes lo aplican deben adoptar una actitud de aceptación del deber, una convicción de que la norma no solo existe, sino que obliga.

El deber ser se expresa en principios, mandatos y aspiraciones que buscan elevar la acción humana hacia su sentido más alto. Se manifiesta en la existencia de un ordenamiento superior que regule el sistema jurídico, cuyo contenido establezca, entre otras cosas: una estructura jurídica y un régimen político, basado en los principios de supremacía constitucional, legalidad y división de poderes; los órganos creadores del derecho, los procesos de creación de las normas generales y los contenidos de éstas,  en los que se privilegie  la dignidad humana como fundamento del orden constitucional, la igualdad sustantiva, que corrige las discriminaciones históricas; la protección de grupos históricamente vulnerados.

El deber ser permite la creación de un espacio en el que se construya día a día “un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural”. Lo cual honraría nuestro postulado constitucional establecido en su artículo 3º.

Es el ideal que nos recuerda que no todo lo que es, tiene que ser así; que la historia no determina el futuro, pues su conocimiento no implica repetición, sino aprendizaje; que la injusticia no es destino, sino desafío.

Hacer coincidir el ser y el deber ser, es difícil. Ambos habitan planos distintos, el primero se inscribe en lo fáctico y el segundo en lo normativo. La realidad está hecha de contingencias, mientras que el ideal se compone de exigencias.

El deber ser presupone una racionalidad ética que no siempre gobierna el comportamiento humano. Las instituciones pueden tener reglas de conducta, pero la conducta depende de personas sujetas a emociones, intereses y presiones. Cuando el comportamiento de estas personas falla, la norma se convierte en letra muerta.

De ahí la importancia de que la ética en la función pública, ya sea en el ámbito ejecutivo, legislativo o judicial, no es un adorno del poder, sino la fuente misma de su legitimidad. Cada decisión, cada decreto, cada voto, cada opinión, debe nacer de la integridad, porque sin ella la autoridad pierde su razón de ser.

En materia de derechos humanos, la letra de la ley establece mínimos, pero la dignidad humana exige máximos. La diferencia entre ambos es el espacio donde la justicia se vuelve decisión, sensibilidad y humanidad. Por ello, para que el deber ser no sea utopía, necesita estructuras institucionales: profesionalización, cultura de igualdad, recursos suficientes, ciudadanía informada, mecanismos de control e independencia judicial. La justicia no es sólo una virtud moral, es también infraestructura.

La tarea jurídica consiste en acercar ambas orillas. Construir un puente que nos ayude a sortear el abismo, que no reduzca el ideal a la realidad, ni niegue la realidad en nombre del ideal. Los pilares de este puente son, entre otros: profesionalización profunda y permanente del funcionario; cultura de integridad que premie la ética, no la obediencia mecánica; un sistema de justicia fuerte, confiable, predecible, sensible a las desigualdades y capaz de escuchar; políticas públicas basadas en evidencia; compromiso con la igualdad.

Entender que el ser y el deber ser no son enemigos. Son polos complementarios de la experiencia jurídica. El ser nos recuerda nuestras limitaciones. El deber ser nos obliga a trascenderlas. El Derecho es el puente entre ambas riberas. Un puente que se construye cotidianamente, que requiere soluciones, vigilancia, ética, compromiso y convicción. Ese trabajo permanente es la esencia de la justicia.

La convergencia entre el ser y deber ser nunca es definitiva. Es un tránsito continuo, una tarea inacabada. El derecho vive en esa tensión creadora. Entre el ser y el deber ser está la aplicación de la ley como el mejor método para llegar a la justicia

Al final, la pregunta no es sólo, ¿qué es?, ni únicamente, ¿qué debe ser?, sino, ¿qué estamos dispuestos a construir? para que lo que debe ser, sea. Sólo así el Derecho cumple su verdadera misión: transformar la realidad sin traicionar sus principios.

La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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