No, no pretendo quemar en leña verde (aunque hay miles, quizá millones) de imbéciles que de pronto deciden trascender a través de la palabra escrita y lo único que logran es dejar constancia palpable de su estulticia, o sea, de su imbecilidad.
Al caso debo confesar que yo me he hecho la misma pregunta. Desde hace ya algunos años y hasta ahora, me he atrevido a escribir cuentos, artículos periodísticos y hasta algún análisis jurídico o de políticas públicas. De éstos, algunos quieren ser de posicionamiento sobre temas de actualidad; otros pretenden ser ensayos (que me perdone Montaigne), y otros más, simples ocurrencias que me agradan y buscan agradar a otros (como el que están leyendo). Suele suceder que a los amigos a quienes envío mis escritos y a algún otro lector despistado, me preguntan si me he planteado escribir una novela. Al cabo de repetidas insinuaciones, de pronto me vi enfrentado a un problema existencial.
Así fue como una noche de insomnio, me levanté de la cama a vaciar la vejiga como solución a la falta de sueño, y pasando frente al espejo sin más me pregunté: “¿Has pensado alguna vez escribir una novela (y, titubeé en agregar), … imbécil”? El espejo guardó silencio. Pensé entonces, facilitarle la respuesta al bruñido cristal, separando al hombre de carne y hueso, y sólo referirme a la fría imagen contenida en el espejo. Dividí entonces la pregunta en dos partes. Primera parte: “¿ese que aparece en el espejo -dije-, piensa escribir una novela?”; segunda parte: “¿ese que aparece en el espejo, es un imbécil?”. El espejo no respondió, lo que me llevó a una tercera pregunta: “¿La imagen que aparece en el espejo ¿eres tú?… La misma respuesta: el espejo no pronunció palabra alguna.
En ese trance, me invadió el cuerpo esa quisquillosa sensación que promete una segunda oportunidad de conciliar el sueño y me encaminé a la cama evocando al dios Febo pidiéndole un poco más de sueño reparador. En el trayecto me invadió una sensación de sosiego teniendo por cierto que aquel que vi en el espejo, primero, sí quería escribir una novela; segundo, sí era una imbécil; y, tercero, no era yo.
Volviendo a la realidad del momento en que escribo estas líneas, debo aclarar que el título de este escrito, tan lapidario como sugerente, es el del último libro de Juan José Millás (Alfaguara. 2025). A riesgo de desvelar el final, la historia trata de un periodista y escritor que se platea la posibilidad de que un imbécil se aventure a escribir una novela, cuando el reto se lo está planteando a su otro yo, a su siamés, a su propio desdoblamiento. Aquí se nos presenta esa dualidad que habita en nosotros, ese lobo estepario que, cuando creemos saber, nos induce a dudar.
Es cierto que en ocasiones me he planteado la posibilidad de escribir una novela, pero es el caso de que una parte mía me dice: “¿querrás?”; y la otra: “¿podrás?” No es un empeño fácil de tomar a cuestas. Pretendo ser un asiduo lector de buena literatura y me parece tan difícil alcanzar alturas como Milton, Dostoyevski, Racine, Víctor Hugo, Paz o Fuentes, que prefiero escriban los genios y yo los lea, quedarme en el intento y dejar en duda si soy, o no, un imbécil.
Balzac, en su inacabado proyecto de La comedia humana, según Stefan Zweig ya manejaba una lista con un nítido perfil de más de mil personajes, lo que no he podido hacer conmigo mismo.
Lo que quiero decir al lector es que, cuando uno se atreve a incursionar en la verdadera cultura y nos tienta con llevarnos a la creación literaria (la que no recibe likes, la que no es trendy, la que el algoritmo moderno ha puesto al final de la lista de las plataformas digitales, la que no es tema de YouTube ni de influencers) nos abre un horizonte infinito de riquezas acumuladas a lo largo de los siglos. Nos abruma y aterroriza, pero, a la vez, nos despierta lo mejor del ser humano, lo egregio, lo universal de nuestra naturaleza racional y consciente, al tiempo que fantástica y creativa.
No es fácil acercarse a la cultura, y más aún cuando la cultura no se ha acercado a nosotros, ni en el mejor momento y ni en la mejor circunstancia. Sin embargo, ésta nunca será una lucha perdida. Tengámoslo presente: siempre habrá imbéciles que pensemos que, algún día, escribiremos una novela.


