Los deportes de apreciación como la gimnasia, el patinaje artístico o los clavados suelen encender discusiones por la subjetividad de sus criterios. Pero si esas disciplinas generan polémica, los concursos de belleza –hoy convertidos en marcas globales– son territorio fértil para la confrontación abierta. Miss Universo es el ejemplo perfecto: un certamen que mezcla espectáculo, dinero, poder, geopolítica y ahora, en su edición más reciente, un componente judicial que ha desbordado cualquier guion previsto. En medio de ese torbellino aparece Fátima Bosch Fernández, una reina que descubrió que portar una corona a veces implica caminar en una jauría.
Las 130 finalistas de Miss Universo de este año cumplen un estándar de belleza que cambia según lo dictado por la moda y la industria del entretenimiento. No hay sorpresa ahí. Lo que sí sorprendió fue que Fátima, Miss Universo México, rompiera el libreto. Su denuncia pública sobre maltrato laboral dentro de la organización del certamen no sólo capturó la atención internacional: marcó un antes y un después para una institución que prefiere el silencio detrás de vestidos brillantes. Fátima exhibió carácter cuando afirmó que no era una muñeca que sólo cambiaba de atuendo. Una decisión valiente —y peligrosa— en un ecosistema que castiga a quien rompe la coreografía. Después, como todos sabemos, ganó el certamen a la finalista local.
Hasta aquí la historia habría quedado en la arena del espectáculo. Pero México vive en un clima donde todo, absolutamente todo, se politiza. Y el origen de Fátima fue suficiente para alimentar el morbo. Tabasqueña; sobrina de Mónica Fernández Balboa, senadora de Morena; hija de un exdirectivo de Pemex que luego fue contratista. Aún más: celebró públicamente que México fuera gobernado por una mujer. Suficiente. Sectores de la oposición la convirtieron en un blanco para cuestionar su triunfo, insinuando favoritismo político, como si la joven fuera militante de la Cuarta Transformación o una pieza más del poder tabasqueño. En redes sociales, el linchamiento fue automático, otro capítulo de la polarización que ya contamina cualquier conversación pública.
Pero la historia no quedó en la esfera política. Al huracán se sumó el frente judicial: una socia de Miss Universo en Tailandia enfrenta investigaciones penales, mientras en México se giró una orden de aprehensión contra Raúl Rocha Cantú, propietario del 50 por ciento de la franquicia, por delincuencia organizada. El certamen se transformó así en un campo minado donde confluyen tensiones comerciales, disputas políticas, intereses internacionales y expedientes penales. Un escenario que ninguna reina de belleza está preparada para enfrentar.
Por eso Fátima aparece hoy como una reina entre lobos. No controla las pasiones que desata el concurso, tampoco los intereses que se mueven detrás. Su futuro está ligado al incierto destino de una marca global cuya operación está bajo sospecha en dos países. Sin embargo, en medio de este caos, también existe una oportunidad. La valentía que mostró al denunciar abusos podría convertirla en una voz inesperada: una mujer joven que no teme confrontar poderes establecidos, ni someterse a la servidumbre silenciosa que durante décadas definió a estos certámenes.
Tal vez el escándalo sea la antesala de algo mayor. Tal vez Fátima vuelva a sorprendernos. Y en un mundo que devora a sus reinas, eso ya sería una victoria. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.
@onelortiz

