El escritor húngaro László Krasznahorkai es el ganador del Premio Nobel de Literatura 2025. La Academia Sueca señaló que el fundamento para otorgar este galardón fue: “por su obra cautivadora y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Tomó en consideración una serie de criterios que en conjunto reconocen su singularidad estética, filosófica y ética. Lo describe como el cronista de la Hungría comunista y postcomunista, que ha plasmado las heridas del siglo XX y la indefinición del país tras la transición a la democracia.
Krasznahorkai, nació en 1954, en Gyula, Hungría, un país donde las sombras de la historia convivían con un pueblo aferrado a la dignidad. En un contexto político donde la literatura era una forma de indagar en aquello que el discurso oficial silenciaba. Estudió derecho y hungarología, pero comprendió que el destino de su vida era escribir. Desde joven desarrolló una necesidad de viajar, observar, desbordar fronteras. Vivió temporadas largas en Alemania, Japón, China, Estados Unidos. Cada desplazamiento alimentó una mirada que combina el misticismo con la percepción aguda de la fragilidad humana.
Su primera novela “Sátántangó” (1985), escrita en plena tensión socialista, se convirtió en un clásico inmediato por su forma torrencial, donde cada frase empuja a la siguiente, como si el lenguaje no conociera descanso. Con ella nació un autor que revela la arquitectura secreta del desamparo contemporáneo.
Señalan sus seguidores que leerlo “es aceptar una invitación a caminar por el borde”. Sus novelas, relatos y ensayos “son celebrados por su estructura elíptica, su prosa de respiración larguísima y su obsesión por el tiempo como un tejido donde todo se enreda y se desgarra”.
Entre sus libros destacan: “Sátátangó”, descrito como el balé de la desolación rural. “Melancolía de la resistencia”, donde la irrupción de un circo con una ballena gigante desata el derrumbe moral de un pueblo. “Guerra y guerra”, meditación sobre la violencia, el fin del mundo y la inutilidad de los archivos humanos. “Seibo allá abajo”, recorrido espiritual por templos, obras de arte y rituales donde la belleza aparece como relámpago que exige reverencia. “Barbaros”, “Aprendizaje con el monje serbio”, “La última loba”, son piezas breves que condensan su visión poética y filosófica.
Entre los elementos que guiaron la decisión de la Academia sobresalen los siguientes:
Su capacidad de renovar la tradición literaria centroeuropea, pues su obra representa continuidad y revitalización de la gran tradición centroeuropea que incluye a Kafka, Musil y Bernhard.
La creación de una poética de la complejidad y la resistencia, por su prosa lenta, expansiva y rigurosa que se opone a las lógicas de simplificación propias de la cultura digital.
Explora la oscuridad humana sin renunciar a la belleza, al hacer coexistir la devastación con una estética de lo sublime, donde en el derrumbe y la desolación, la belleza aparece como un acto de resistencia moral.
Su obra incorpora tradiciones filosóficas orientales, místicas cristianas, reflexiones antropológicas, referencias artísticas y musicales de diversas culturas, en lo cual la Academia valoró una visión cosmopolita de la literatura.
Sus libros abordan el tiempo, la memoria, el archivo, la destrucción, el sentido o el sinsentido de la historia y la condición humana, en lo que la Academia reconoció la profundidad filosófica de su narrativa.
La relación de Krasznahorkai con el cineasta Béla Tarr permitió que sus novelas Sátántangó y Werckmeister Harmonies, encontraran en el cine una expresión de visión singular que amplió su influencia cultural y lo convirtió en un referente interdisciplinario.
Su dominio excepcional del lenguaje literario, fue elogiado por la Academia por la forma en que el autor lleva el idioma húngaro a sus límites expresivos, a través de frases largas, atmosferas densas, narradores inestables y una sintaxis que parece respirar en cámara lenta.
Finalmente, fue destacada por la Academia la integridad ética y estética de su obra, advertida en el reflejo de una búsqueda persistente de la verdad, belleza y profundidad, sin concesiones comerciales estilísticas o temáticas.
El discurso pronunciado por Krasznahorkai, al recibir el Premio Nobel ha sido descrito en distintos medios de comunicación, como un texto sobrio de ritmo lento y resonancias metafísicas y considerado como uno de los más memorables de la última década. Habló de su oficio con la humildad de un peregrino: “Escribimos porque la oscuridad no cesa. Pero también porque, a veces, la lengua humana consigue arder brevemente, como una lámpara de aceite que ilumina a quienes caminan detrás”. Esta metáfora de la luz precaria resume toda su obra, como una exploración del mundo donde la esperanza no se grita, sino que se susurra desde las zonas más vulnerables del espíritu.
En su discurso hizo tres afirmaciones que podríamos señalar como esenciales: 1. La literatura es un acto de resistencia, una forma de desafiar la velocidad, la superficialidad y la desmemoria que gobiernan nuestras sociedades. 2. La escritura es una forma de escucha, donde el autor se convierte en un intermediario entre lo visible y lo que apenas se intuye. 3. La belleza sigue siendo una obligación ética, porque en tiempos de ruido, la belleza es la única forma de recuperar la dignidad interior.
Manifestó: “No escribo para explicar el mundo, sino para que el mundo no se extinga en mí”.
La obra de László Krasznahorkai nos invita a detenernos a observar lo que duele y lo que permanece. A comprender que incluso en los parajes más sombríos del alma, la belleza es un gesto de resistencia y de fe. Nos invita a volver a esa lectura que no busca entretener, sino a transformar.
La autora es ministra en Retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación
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