A los que somos viejos, el encarcelamiento de los Duarte: el de Chihuahua y el de Veracruz, priistas ambos, de parte de los gobiernos morenistas, nos recordó cuando esos mismos priistas, ahora disfrazados de morenistas, aplicaban lo que ellos llamaban justicia: lo hacían en forma selectiva, sin intervención de los tribunales y sin llegar a los auténticos y reales responsables. Para los priistas imponer orden, en no pocos casos, significaba la muerte o desaparición de los disidentes.  Bien los iba a los que pasaban largas temporadas en prisión.

Contrariamente a lo que afirmaba Heráclito en el sentido de “… que todas las cosas pasan y nada queda inmóvil (fragmento 6), en política todas las cosas subsisten, todo es inmóvil. Todo se mueve en un círculo y, por serlo, es vicioso. La acción del ministerio público y la de la Fiscalía General de la Nación, que se entiende es un ente autónomo, es discrecional y al gusto del cliente: el gobierno federal. La impartición de justicia es un servicio que se presta a gusto y conveniencia del gobernante, ahora la facción morenista. No puede ni debe ser de otra manera. Para eso fue la reforma de 15 de septiembre del año pasado, promovida y promulgada por AMLO.

A los Duarte le está yendo relativamente bien. A uno sólo se le ha privado de su libertad; y al otro, no se le ha dejado salir de prisión antes de tiempo. Hasta ahora la justicia de la 4T no se ha metido con su patrimonio y con su vida. ¡Cómo han cambiado los tiempos!

La señora Amparo Casar corrió con suerte; debido a las protestas de la ciudadanía y, sobre todo de la prensa libre, la acusación que pesaba sobre ella, en principio, ha sido retirada. Se atribuyó la autoría de ella al Fiscal saliente: Alejandro Gertz Manero. Como éste no puede defenderse, esa es la verdad legal. Más vale que la señora Casar no se confíe. Con los morenos, salvo la delincuencia organizada, nadie puede sentirse seguro.

En el pasado, esos priistas, ahora con camiseta morenistas, no fueron avaros al ejercer la violencia y al reprimir. Todo lo contrario: fueron generosos y pródigos al hacerlo. En los tiempos de Adolfo López Mateos la pena de muerte se aplicaba al margen de los tribunales; se asesinaba a los opositores, uno de ellos; mi general Rubén Jaramillo. Díaz Ordaz, en cuestión de asesinatos y derramamiento de sangre, fue generoso y derrochador; el brazo justiciero hacía recaer su fuerza en los auténticos izquierdistas: David Alfaro Siqueiros, Valentín Campa, Filomeno Mata, Othón Salazar, luchadores sociales de verdad, no perfumados y corruptos como los de ahora. El corolario del gobierno diazordacista culminó de manera apoteótica: con el asesinato de cientos de manifestantes en Tlatelolco.

Con Luis Echeverría los priistas continuaron con su acción exterminadora: no olvidamos la matanza del Jueves de Corpus.

Hubo un elemento común en los excesos cometidos durante esos gobiernos priistas: carencia de investigación y ausencia de castigo. Nadie fue responsable del asesinato de la familia Jaramillo, del genocidio de Tlatelolco y de la matanza del Jueves de Corpus.

Un buen amigo, diré su nombre: el gran artista y pintor don Jorge Espinosa Chacón, me hizo llegar esta fotografía; la tomó de un muro de una casa de la colonia Nápoles que iba a ser demolida:

 

Aquí va la foto

Esa pinta, como otras parecidas: presos políticos libertad, …eran comunes en los tiempos de las dictaduras de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. Durante los sexenios de ambos, por las noches, en brigadas o de manera solitaria, salíamos a las calles a hacer pintas para exigir la libertad de los presos políticos. No había botes de spray; teníamos que cargar con brochas, botes de pintura y aguarrás; ésta para quitarnos los restos de pintura y lavar las brochas.

Anteriormente, en los tiempos de Adolfo Ruíz Cortines, las pintas las hacíamos utilizando agua con cal y sal; los letreros los escribíamos con “chulos”. Estos todavía son utilizados por albañiles y jardineros: son brochas grandes que se hacen con mecate o lazos de ixtle que se amarran fuertemente; hecho lo anterior se corta un extremo para que de esa forma resulte una brocha gruesa.

En ese entonces se necesitaba valor para hacer esa clase de “pintas”. Quien era sorprendido haciéndolas o con las manos manchadas de cal o pintura y no podía acreditar ser pintor de brocha gorda, en el mejor de los casos, recibía una golpiza y una estancia en las cárceles. Ahora, quién encapuchado y vestido de negro, lesiona a disidentes o daña propiedad ajena, privada o federal, es premiado, protegido y hasta elogiado.

La fotografía que recibí es una de las que sobrevivieron al tiempo y a las inclemencias. Ya desapareció.

En los tiempos de la 4T se observa un cambio: la responsabilidad de los crímenes de los políticos disidentes se atribuye, con o sin razón, a la delincuencia organizada. Se aparenta que se investiga; pero no se persigue ni castiga.