En el cuarto de siglo que tengo la fortuna de escribir mi colaboración semanal en Siempre, sobre todo la última del año, no había tenido dudas respecto al optimismo que suponía el advenimiento de los siguientes doce meses: la esperanza de mejorar nunca muere, al menos es lo que una persona común espera. En esta ocasión, tengo muchas dudas, intranquilidad, pese a que los voceros oficiales del gobierno que ahora tiene en sus manos el timón del país, dicen: “vamos muy bien” y que “lo mejor está por llegar”. Algo parecido dice el que sin duda es el “personaje del año” en todo el mundo, no para bien, sino todo lo contrario: el presidente de Estados Unidos de América (EUA), Donald John Trump, mejor conocido como el “magnate”. Y otros de su talante.
A decir verdad, el extravagante mandatario estadounidense que contra toda lógica regresó a la Casa Blanca después de un periodo en el que demostró gran parte de sus fobias y sus filias (que muchos creyeron, ingenuamente, corregiría en una segunda oportunidad), no es el único “malo” de la historia, sino que muchos de sus pares repartidos en el mundo son iguales o peores que él, y que ahora no saben cómo enfrentarlo en sus decisiones “cuasi imperiales” que, aunque no se quiera ha trastocado el statu quo que conoció el planeta después de la Segunda Guerra Mundial (SGM).
Aún sin cumplir el primer año de su retorno al poder, Trump con sus desplantes, órdenes ejecutivas, berrinches de niño malcriado y consentido, e infinidad de mentiras, cambió el escenario internacional que privó en el planeta durante ocho décadas. En su lugar ha implantado “algo” que nadie, ni él mismo, sabe por cuanto tiempo funcionará, si es que funciona. Entre tanto, ¿quién es el otro líder mundial —aparte del chino, el ruso y el indio—, que podrá enfrentarlo de igual a igual.
Por fortuna, en tan poco tiempo, estudiosos y expertos en cuestiones de estado y de gobierno, estadounidenses y extranjeros, ya han expuesto los propósitos del hombre de las corbatas estrafalarias, como el historiador Greg Grandin (autor del libro America, America: A New History of the New World), que publicó en The New York Times un análisis titulado “Trump quiere repartirse el mundo. Traerá desastre”, en el que dice: “Uno se pregunta qué pasa por la mente de los arquitectos de la política exterior del presidente Donald J. Trump. Parece como si todos se hubieran tomado el tiempo de estudiar los libros clásicos de historia sobre las causas de las guerras mundiales —“De la Paz a la Guerra” de Margaret MacMillan o “La crisis de los 20 años” de E.H. Carr—, y luego se hubieran dicho: ahí es a donde queremos llevar al mundo”
“Trump ha dejado claro —continúa Grandin—, que el consenso bipartidista post Guerra Fría —mediante el cual Estados Unidos supervisaba un orden mundial integrado regido por leyes comunes que regulaban las relaciones de propiedad, el comercio y los conflictos— ha dejado de ser útil. En lugar de ello, la Casa Blanca ofrece una visión del mundo dividido en esferas atrincheradas de influencias rivales”.
Este mes —amplía el historiador estadounidense—, la Casa Blanca (bien podría haber escrito, Donald Trump) publicó su reporte de Estratega de Seguridad Nacional, que buscaba codificar esta transición. El reporte aborda todos los aspectos asociados con el nacionalismo de “EUA Primero”: denuncia el globalismo, el libre comercio y la ayuda exterior, rechaza la construcción de naciones y exhorta a los miembros de la OTAN a aumentar el gasto en defensa. Estados Unidos, advierte el reporte, ya no “asumirá eternamente cargas locales que no tengan un vínculo directo con su “interés nacional”.
“Estados Unidos”, insiste el reporte de la Estrategia de Seguridad Nacional, “debe ser preeminente en el hemisferio occidental como condición para nuestra seguridad y prosperidad”, capaz de actuar “donde y cuando” sea necesario para proteger los intereses estadounidenses. Latinoamérica será asegurada y los latinoamericanos excluidos”.
Greg Grandin termina su análisis enfatizando: “El ideal de la administración Trump de un mundo organizado en torno a un equilibrio de poder en múltiples frentes —con Estados Unidos presionando a China, presionando a Rusia, sembrando la división en Europa, amenazando a Latinoamérica, con todos los países buscando una posición ventajosa —significa que probablemente habrá más confrontación, políticas arriesgadas y guerra. “Debemos estar preparados” como dijo recientemente Mak Rutte, el secretario general de la OTAN, “para la magnitud de guerra que sufrieron nuestros padres y bisabuelos”.
Por este motivo, titulé mi escrito así: “2025 termina con zozobra y 2026 se inicia con gran incertidumbre”. Y agrego que “el odio campea” por los cuatro puntos cardinales del planeta. ¡Ojalá esté equivocado! Un conocido periodista mexicano radicado en EUA, Jorge Ramos Ávalos, escribió hace pocos días: “El odio viaja del norte al sur”, no hay que ser muy perspicaz para entender la frase.
Lo peor del caso, creo, es que Trump y todos los lideres internacionales convenencieros que le dan cuerda, actúan desembozados, a toda luz, cínicamente. Más aún, parece que la historia se repite, y no como farsa, dijera el clásico, sino como un déjà vu, como cuenta el escritor español, antiguo corresponsal de guerra, Arturo Pérez-Reverte en “Una historia de Europa (CXIX)”: “A diferencia de la guerra de 1914-1918, que nadie vio venir hasta que le reventó a Europa en las narices, la segunda carnicería continental vino poco a poco, dando tiempo a que la esperase todo cristo….Pero hasta que esto ocurriera iba a transcurrir antes una guerra atroz, en plan de escabechina general que andaban incubando unos por activa y otros por pasiva. La Sociedad de Naciones (antecesora de la actual ONU), era una puta piltrafa inoperante y cobarde (también como la ONU), que sólo servía para que los delegados internacionales cobraran dietas. Y Europa, convulsa por toda clase de tensiones, guerra de España incluida, se veía atrapada tanto por el nazifascismo, de un lado, como por el comunismo, del otro. Mientras Stalin enredaba cuanto podía, dispuesto a zamparse Finlandia y media Polonia, Hitler a lo bestia y Mussolini llevándole el botijo se lo montaban ante la timorata pasividad de las potencias occidentales, incapaces de dar un puñetazo en la mesa para parar su chulería…”
Agrega Pérez-Reverte: “El III Reich buscaba sin disimulo su lebensraun (espacio vital) —punto al que agrego, solo como breviario cultural: según los nazis, Inglaterra y Francia, por “decadentes” y los estados pequeños, menos Suiza y el Vaticano, deberían desaparecer, BGS—, para unir bajo la esvástica a todos los europeos de origen alemán. Eso traía veneno incluido, pues mucha de esa población vivía en oros países (Austria, Checoslovaquia, Polonia), y el mordisco territorial era imprescindible. Mirando de reojo a Francia e Inglaterra para ver cómo reaccionaban, y comprobando que no se atrevían pararle los pies, Hitler fue dando paso tras paso. El primero fue el Anschlus —eufemismo nazi para llamar a la apropiación indebida de un territorio ajeno—, o “unión” con Austria, expresamente prohibido por los tratados de paz tras la Gran Guerra. Pasándose los acuerdos por la entrepierna en 1938 las tropas armadas entraron en Viena; y luego, a toro pasado, un referéndum (imaginen en qué condiciones) confirmó el negocio”.
Por mera curiosidad, todo esto que cuenta el escritor español no les recuerda lo que hace Putin en Ucrania, o lo que propicia Trump en varias partes del mundo. Aunque uno que otro dirigente menor de vez en cuando alce la voz en contra de los cauces de la Casa Blanca.
Así, sin el menor respeto por el Derecho Internacional, Trump continúa su “marcha triunfal” sin importarle, al menos eso es lo que parece, lo que sus medidas puedan originar. De tal surte, cuñando empezaba a escribir esta colaboración, el sábado 20 de diciembre, la Guardia Costera y el Departamento de Guerra de EUA interpretaron e incautaron, por segunda vez en menos de dos semanas, “un petrolero que estuvo atracado en Venezuela”, según las palabras de Kristi Noem, secretario de Seguridad Nacional de la administración Trump.
A su informe agregó Noem: “EUA continuará persiguiendo el movimiento ilícito de petróleo sancionado que se utiliza para financiar el narcoterrorismo en la región”, aunque, como de costumbre, no presentó pruebas de sus acusaciones, “los encontremos y los detendremos, escribió en X.
¿Las razones de este proceder? El secretario de Guerra, como ahora se llama el titular de la antigua Secretaría de la Defensa estadounidense, Pete Hegseth, afirmó en las redes sociales: “El presidente Donald Trump ha sido claro: el bloqueo a los petroleros accionados que parten de Venezuela o se dirigen a ese país seguirá en pleno vigor hasta que la empresa final de Maduro devuelva todos los activos robados”, reiteró al referirse a las expropiaciones petroleras realizadas a compañías de EUA hace años cuando Venezuela nacionalizó el sector.
Si a esas vamos, México debería no hacer mucha confianza en el trato de Trump a la presidenta Claudia Sheinbaum. Un mal día, el magnate amanece de malas y si en Palacio Nacional no atienden una de sus innumerables quejas en la guerra contra del narcotráfico, le exigirá a México que devuelva a los empresarios estadounidenses las compañías expropiadas por el presidente Lázaro Cárdenas en 1938. Con el empresario neoyorquino nunca se sabe por dónde va a saltar la liebre. Ese es el problema.
Hegseth agregó que continuarán “con firmeza operaciones de interdicción marítima por medio de la operación Lanza del Sur”, la que ya causó 104 personas asesinadas en 28 ataques a embarcaciones en el Caribe y el Pacífico, frente a Venezuela, que según el Pentágono contrabandeaban fentanilo y otras drogas legales hacia su país. “La violencia, las drogas y el caos no dominarán el hemisferio occidental”, aseguró.
Con la zozobra de una posible intervención armada, Venezuela por parte del ejército estadounidense, acto que pudiera tener implicaciones directas en varias naciones latinoamericanos —hoy por hoy, la zona convertida en la prioridad estratégica de la política exterior de la Casa Blanca, en una reinterpretación agresiva y militarizada de la Doctrina Monroe, que en sus principios se resumía en un “gran garrote”, la versión actual es “habla duro y lleva un misil”. En esta ocasión, la “doctrina Trump” más extrema es la amenaza de ocupar territorio venezolano para remover del poder ilegítimo (hay que decirlo), a Nicolás Maduro Moro, el heredero de Hugo Chávez, el promotor del bolivarismo que ha conducido a su país a un grado de pobreza y emigración como nunca en la historia.
En tales condiciones, los presidentes de México, Claudia Sheinbaum, y el de Brasil, Luis Inacio Lula da Silva, son los más significados en denunciar la intervención de Donald Trump en el país sudamericano con mayores reservas petroleras del planeta. Las advertencias de Vladimir Putin, el ruso invasor de Ucrania que busca una “paz” en el país que atropelló a cambio de que le concedan los propios terrenos sometidos, y del cauteloso jerarca chino Xi Jinping, el que mejor ha aprovechado las embestidas de Trump en contra del mundo, así como el distanciamiento de la Unión Europea —que había sido la gran aliada de la Casa Blanca desde antes de la Primera Guerra Mundial—, forman el valladar que puede impedir un enfrentamiento global debido a la guerra en Ucrania, y ahora por la crisis del Caribe.
Este inédito coctel de intereses nacionales e internacionales es lo que quita el sueño y hace pensar que el 2025 termina mal, y que el 2026 no arribe con los mejores vientos posibles. Sin embargo, deseo a todo mundo, no perder la esperanza por conocer bonancibles tiempos. Y que los vivamos. VALE.
