Eran otras épocas y otros tiempos, incluso habría podido ser puente… El primero de septiembre era la fiesta del presidente; el día del Informe a la nación que mantenía a la ciudadanía a la expectativa; el día de las revelaciones sobre lo bien que nos iba. Ser invitado al informe era el signo inequívoco de que el distinguido era alguien en el universo político del país. No serlo podría significar el ostracismo, el final de una carrera.
Eran días de fastos republicanos. Desde la víspera —y en eso no hemos cambiado mucho—, a la ciudad nos la vestían con foquitos y oropeles, pues de ahí nos seguíamos encarrerados con las fiestas patrias, listos para ir al Zócalo con matraca y banderitas para vitorear al primer mandatario y a los héroes que nos dieron patria y libertad.
Los reclamos a los presidentes al rendir su informe no eran tan comunes, pero tampoco tan recientes, así, el diputado potosino Aurelio Manrique, interpeló a Plutarco Elías Calles llamándolo farsante. La piedra estaba lanzada. Más tarde, Porfirio Muñoz Ledo metió el desorden, cuando se atrevió a interrumpir a Miguel de la Madrid en mitad de su discurso. De ahí en adelante, todo cambió.
Sin embargo, el ex presidente Vicente Fox fue el primero en recibir el reproche del Congreso, al grado de no habérsele permitido el acceso al recinto legislativo de San Lázaro, a causa de sus torpes declaraciones e intromisiones en torno al proceso electoral de 2006, dejando al país políticamente dividido y con el primer antecedente que dejó altamente cuestionada la investidura presidencial.
Con esto, el 15 de agosto de 2008 el día del presidente llegó a su fin, fecha en la cual se publicó la reforma constitucional que permitió al actual mandatario olvidarse de la obligación que se le imponía para asistir a la apertura de sesiones del primer periodo ordinario del Congreso. Ahora sólo le basta enviarlo y, a sus secretarios de despacho, defenderlo como puedan…
Por supuesto que el presidente en turno fue el más agradecido de que se le dispensara de la obligación constitucional de rendir ante el legislativo el informe anual sobre el estado que guarda la nación.
Lo que no debemos olvidar, es que el Congreso terminó con ese acto, como tal, porque se convirtió en un simple y burdo evento de ensalzamiento al titular del Ejecutivo, que no cumplía con su verdadera naturaleza. ¿Cuál es esa? Hacer alcanzable la transparencia absoluta de los recursos públicos, para estar en posibilidad de exigir una efectiva rendición de cuentas al poder público, combatiendo la opacidad y los escándalos de corrupción gubernamentales.
En fin, el primero de septiembre pasado, el presidente nos envió un mamotreto lleno de cifras no reveladoras y frases insulsas para encumbrar su gestión. Eso sí, al día siguiente, contrariando a lo dispuesto por la Ley General de Museos, en el sentido de que éstos no serán utilizados por ninguna persona física o moral con fines distintos a su objeto o naturaleza —con una salvedad de la cual se abusa—, el licenciado Calderón reunió a sus fuerzas vivas con un mensaje dirigido a… a todos en una larga enumeración de más de veinte renglones que daban cabida a un público aplaudidor.
Cumplida la rendición de cuentas con el Honorable Congreso de la Unión al enviar por interpósita persona el susodicho informe —evitando así la comparecencia personal cuyo rito, desde don Guadalupe Victoria, primer presidente de la República, se venía cumpliendo en acatamiento al precepto constitucional—, el presidente se esmeró en defender su estrategia de seguridad, aun a costa de los 50 mil muertos que dan testimonio fehaciente de su endeble efectividad.
Luego repitió el esquema al que nos acostumbró su antecesor con su increíble Foxilandia… Todo va bien, nada —salvo el narco— nos amenaza. Los recursos públicos están óptimamente empleados y todos nos regocijamos con las crónicas del bicentenario, incluyendo el monigote del 15 de septiembre del año pasado y la maravillosa Estela de Luz que ya mero… se va inaugurar.
¡Gracias, señor presidente!
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