A pesar de sus muchos millones de pesos
Por Marco Antonio Aguilar Cortés
“Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son”. Esta expresión, tan breve como significativa, fue escrita por Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de los Estados Unidos de América, pero el primero que fue postulado por el Partido Republicano.
Las dos partes conceptuales de esa frase se llevan bien, retóricamente hablando, pero la primera no es cierta. No es verdad que todos los hombres nazcan iguales; pero es exacto que no existe igualdad absoluta y plena entre los seres humanos.
Basta observar que unos nacen mujeres y otros hombres, unos en familias ricas y otros en familias pobres, unos enfermos y otros sanos, y que todos en el horno materno de aproximadamente nueve meses absorbieron elementos diferenciales que se manifiestan al nacimiento.
Sin embargo, ese rejuego de la igualdad inicial del hombre al abordar este mundo, con la desigualdad que le prosigue hasta la muerte al sujeto, compagina bien con uno de los mejores conceptos que se han expresado en relación a la democracia también por parte de Lincoln: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”.
Pero siendo uno de los mejores conceptos definicionales al respecto, también es genérico, y por ello sujeto a interpretaciones al aterrizarlo en la realidad cotidiana; siendo su fortaleza el ser un útil referencial de carácter valorativo.
En otras palabras, y toda proporción guardada, ese concepto de “democracia” es como el concepto de “oeste” ¿Dónde queda el “oeste”? De manera genérica, y en nuestro planeta, es un rumbo geográfico que, a partir de un punto en donde nos situemos de pie, como la ciudad de México, colocando nuestro rostro hacia el Polo Norte, lo encontraremos al lado izquierdo de nuestro cuerpo.
O más sencillo, teniendo una brújula ella nos indicará dónde queda ese punto cardinal. Y si camináramos hacía el “oeste”, pensando que es un lugar fijo y preciso, nos equivocaríamos, ya que podremos dar una o varias vueltas a todo el globo terráqueo, y siempre iremos al “oeste”, sin encontrarlo como un punto fijo, ya que sólo es un rumbo referencial y de orientación.
Así, lo mismo pasa con la “democracia”. Unicamente es un punto orientador, un señalamiento axiológico de rumbo, pero no de sitio preciso, pues al descender pierde sus posibilidades teóricas. Por eso en la realidad la democracia sólo existe como una magnífica idea, abstracta, valorativa, general y orientadora, la que al bajarla a un tiempo, a un lugar y a un modelo concreto de vivir, asume carácter de guía en, para y por el mundo de lo concreto.
Por muchas razones es un error pensar que la democracia nació en la antigua Grecia, ya que ahí sólo le pusieron el nombre. Equívoco, por otra parte, al que es proclive nuestra cultura occidental.
Primera, porque antes de nuestra era Grecia no existía como tal. En ese territorio había ciudades Estado totalmente independientes: Tebas, Corinto, Olimpia, Egea, Delfos, Atenas, Esparta, entre otras.
Segunda, porque las semillas y balbuceos de la democracia brotaron antes en otras culturas más antiguas: en los países del Nilo, China, India, Babilonia. Pero en cada caso se desarrolló con las características de los modelos políticos de aquellos tiempos y lugares.
En Atenas hubo una democracia esclavista; entendían por demos al grupo constituido exclusivamente por hombres aristócratas, libres y ricos, o al menos propietarios de inmuebles.
El feudalismo europeo también tuvo su democracia, o sus aires democráticos; los que han dado lugar a los cuentos que narran: “Había una vez un país, muy lejano, en donde vivía un rey muy bueno, una reina y una princesa, con un pueblo que era muy feliz”.
Y desde luego que dentro del capitalismo actual también pueden darse etapas de democracia capitalista, con desempleados, analfabetas, enfermos sin posibilidad de atención médica ni medicinas, obreros de salario mínimo, niños abandonados viviendo abajo de los puentes o en los basureros a las orillas de las ciudades, y otros desechos humanos que produce esta forma de organización socioeconómica.
Claro que hay gobiernos capitalistas que quieren tanto a los pobres, que por eso producen tantos. Por ejemplo, en los 10 años que han gobernado México administraciones del Partido Acción Nacional, y que han gobernado Michoacán administraciones del Partido de la Revolución Democrática, ambos han generado demasiada miseria.
Y ahora esos partidos políticos, el PRD y el PAN, requieren de todos esos pobres para comprar sus votos con regalos pagados con nuestros impuestos. Son a quienes acarrean a reuniones, y a quienes trasportarán a las urnas el día de la elección, alterando con ello el resultado de la voluntad popular.
Pero en Michoacán, por más carretadas de miles de millones de pesos que gasten Luisa María Calderón Hinojosa y Silvano Aureoles Conejo, la ciudadanía libre, consciente, responsable, votará para echar fuera del gobierno a los perredistas, y para no dejar llegar a los panistas.
Esa es la mejor conducta democrática capitalista del momento: reprobar a los gobiernos malos emanados de esos dos partidos políticos. La democracia abstracta, ideal y genérica, sólo nos orienta, y no puede morir en la realidad cotidiana, puesto que en la vida concreta no ha nacido todavía.