Manlio Fabio Beltrones, primero, y Enrique Peña Nieto, después, propusieron que el método para seleccionar al candidato del PRI a la Presidencia de la República fuera a través de una elección abierta a la ciudadanía.

Aparentemente, se trata de una primera coincidencia o negociación entre quienes son, hasta hoy, los únicos aspirantes a competir dentro de ese partido por el 2012.

El Consejo Político Nacional del PRI tendrá que definir, al final del día, el procedimiento. Sin embargo, valdría hacer algunas preguntas.

Primero, ¿ya se olvidó el priísmo de las consecuencias que tuvo la selección abierta en el 2000 y 2006?

El presidente Ernesto Zedillo, quien buscaba pasar a la historia entregando el poder al PAN, obligó a su partido —al  que miraba a distancia tapándose la nariz— a montar una farsa democrática cuyo epílogo fue desastroso para el PRI.

Aunque resulte paradójico, lo menos grave que le sucedió a ese órgano político fue haber perdido la Presidencia de la República. La  conspiración que se dio desde Los Pinos para provocar la derrota, las traiciones, los enfrentamientos, marcaron al PRI y minaron de raíz la estructura de ese órgano político.
Zedillo operó como un terrorista que se introdujo en las entrañas del andamiaje de un edificio para colocar y hacer explotar una bomba.

Las heridas, aunque zurcidas, están vivas. Ahí están los sobrevivientes, quienes siguen mirándose con recelo y desconfianza. Ahí está, para decirlo rápido, una grieta que todavía enfrenta y divide al PRI.

El fracaso del 2006 fue, simple y sencillamente, un segundo acto de la misma obra con el agregado de que se trató de una elección de Estado.

El gobierno de Vicente Fox operó para que el PRI fuera el principal y verdadero adversario del PRI. Diseñó el escenario para, desde los medios,  sacar de la contienda al candidato.

¿Por qué hoy las cosas tendrían que ser diferentes?

Sobre todo cuando Felipe Calderón ha dicho en público y en privado que prefiere entregar la Presidencia al mismo diablo, que aparecer en una fotografía rindiendo honores al pasado.

Segundo, un método de selección abierta no garantiza lo más importante: el triunfo del candidato y, sobre todo, la legitimidad del futuro Presidente de la República.

Una candidatura es, fundamentalmente, producto y consecuencia de la decisión interna de un partido que tiene instrumentos para democratizar la decisión, para medir la aceptación popular o capacidad política de cada precandidato y pulsar la opinión de cada militante.

Quienes aspiran al cargo dentro del PRI, deben recordar que México paga hoy un costo muy alto por tener un presidente que llegó al poder como consecuencia de un resultado no sólo apretado, sino duramente cuestionado.

Tal vez para muchos resulte simplista decirlo, pero en este momento, bajo el actual contexto de ruptura, desorden e ingobernabilidad, de emergencia nacional, es más importante para el país tener un candidato y un presidente fuerte, que un espectáculo aparentemente democrático que sólo satisfaría la perversidad del adversario y el bolsillo de los medios de comunicación.

Lo que estará en juego en el 2012 es mucho más que una victoria electoral. Se trata de conducir la reconstrucción de un país. Ojala y así lo entiendan quienes hoy buscan ser candidatos del PRI a la Presidencia de la República.

Beatriz Pagés