Cada vez que un político mexicano propone la privatización de Pemex se encienden las alarmas y trae a la memoria la cantidad de negocios ilícitos que funcionarios, hijos o parientes del presidente de la república en turno y empresarios asociados anónimamente  a políticos, han hecho dentro del sector.

La oposición a la apertura de Pemex es más, mucho más, un problema de confianza que de nacionalismo exacerbado, como algunos lo han señalado.

Ningún político mexicano ha sabido explicar para qué o por qué es necesaria la apertura del sector. Todos, sin excepción, hablan de la privatización como si ésta, en sí misma, fuera una panacea. Una especie de fórmula mágica que nos fuera a colocar, de manera automática, en el primer mundo.

No lo es, y tan no lo es que las concesiones carreteras o aeroportuarias son un ejemplo de cómo, ni siquiera con la privatización, México logra tener vías y aerovías de primer mundo o cuando menos de óptima calidad.

El problema es mucho más complejo que la privatización o la estatización. Enrique Peña Nieto, como probable próximo presidente de México, puede dar a la apertura del sector energético un giro cuando logre imprimir a su propuesta el contenido social y desarrollo que necesita tener para ser aceptada.

El éxito de Luiz Inácio Lula da Silva con Petrobras radicó precisamente en eso, en la confianza que despertó entre los diferentes sectores de una población más disímbola y contrastante que la nuestra. Le propuso al empresario lo que necesitaba el empresario y al pueblo lo que necesitaba escuchar el pueblo.

No es lo mismo decir a boca de jarro: ha llegado la hora de privatizar Pemex, que como lo explicó Lula en Querétaro: “No quiero que Petrobras compre Pemex. Quiero que las dos se asocien y que se cree una tercera empresa para explotar otros mercados, otras tecnologías sin que ninguna renuncie a sus creencias”.

Para transitar, la propuesta de Peña Nieto tiene que estar anclada, necesariamente, en lo social. Hay preguntas que es indispensable responder: ¿cómo garantizar que la apertura de Pemex impactará en la disminución de la pobreza, en el desarrollo de la industria y en la productividad del campo?

Ricardo Lagos, ex presidente de Chile, dijo en alguna ocasión que la globalización había llegado para quedarse, que no era un decreto, sino consecuencia de la evolución tecnológica.

Es cierto, México tiene que encarar la nueva realidad mundial, pero no de rodillas. El modelo neoliberal globalizador ha resultado ser una dictadura empobrecedora que lejos de favorecer a los pueblos ha cancelado su futuro.

El reto es que el próximo gobierno mexicano, como lo hizo Lula en su momento, logre llenar el tarro de la globalización con contenidos más sociales y humanos.

Ahí mismo, durante el foro México, Cumbre de Negocios, el ex presidente brasileño dio una lección de lógica de gobierno y vocación social. “Los políticos —dijo— hablan sólo de los pobres cuando están en campaña, pero cuando llegan al poder sólo almuerzan con los banqueros”.

Por la popularidad y aceptación que hoy tiene, Peña Nieto contará con la legitimidad que necesita un líder o jefe de Estado para hacer cambios.

Peña Nieto puede ser un “Lula mexicano”, en la medida en que construya lo que hasta hoy pocos han logrado: una mesa donde puedan almorzar, el mismo día y a la misma hora, tanto los pobres como los ricos.