Un réquiem
De las causas perdidas también
se alimenta la resistencia de hoy.
Carlos Monsiváis
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
A pesar de augurios y presagios, algunos sectores de la sociedad —convencidos de los beneficios de una pluralidad política como elemento sustancial a la democracia—, esperaban que el proceso de elección de los integrantes de los órganos directivos del PRD, llevada a cabo el 23 de octubre pasado, fuese una oportunidad, para que ese partido desterrara del imaginario colectivo las estridencias y enconos que han caricaturizado a esa institución política, surgida del movimiento democrático más pujante de las postrimerías del siglo pasado.
Ilusamente, se esperaba que las amargas experiencias del pasado perredista se viesen superadas ante un responsable análisis del momento decisivo en el que se debate una debilitada vida democrática ante un autoritarismo criminal —y a la vez ramplón—, cuya obsesión por la violencia y la derrota de su cuna partidaria mantiene al país en vilo.
Aun dentro de las bases militantes del PRD se albergaba la esperanza de que los líderes supieran estar a la altura de las circunstancias, propiciando el fortalecimiento de los ideales democráticos, marcando una rotunda diferencia con el dedazo y la bufalada, como figuras de imposición y avasallamiento, o la franca simulación democrática, pactada por las cúpulas partidarias y las de los poderes fácticos.
Lamentablemente, la mezquindad y ambiciones personales se impusieron a esas sólidas razones y a los principios fundacionales del sol azteca, y en un alarde de las más ruines estrategias de baja política, —a través de la fuerza física y del uso de golpeadores profesionales—, en la madrugada del 22 de octubre se obstaculizó la entrega del material electoral del Distrito Federal y de otros estados, con lo que el proceso electoral quedó truncado e inserto en el vituperio y la deshonra.
Tan condenable acto, mostró a la sociedad que en el PRD la violencia y la amenaza valen más que la voluntad y la convicción democráticas de la gran mayoría de sus militantes, profundizando con ello la mala imagen que desde la República Mediática se ha construido, a fin de desprestigiar a la izquierda como válida opción de gobierno, a pesar de los logros y avances que sus administraciones han acreditado, sobre todo en el Distrito Federal.
Para el imaginario colectivo —que no entiende de tribus y corrientes—, se patentizó que para el PRD la democracia es sólo una palabra recurrente en el discurso, que la simulación, el acuerdo en “lo oscurito” y el poder económico son las verdaderas metas de sus dirigentes, y que el agandalle y las alianzas “hasta con el diablo” son sus objetivos, simple y llanamente porque son rentables.
De haber entendido que el mandato del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación representaba para el PRD una oportunidad de excepción, todos los integrantes de la dirigencia, sin excepción, hubiesen hecho lo imposible por evitar repetir el lodazal y el cochinero que unos a otros se lanzan.
La cerrazón de conspicuos líderes demostró su tácito desprecio a la esperanza de quienes albergaban la posibilidad de que esta elección no fuera el Réquiem a una utopía inconclusa que inició hace 22 años al abrigo de principios e ideales libertarios, de justicia y con un compromiso de generar condiciones reales de democracia y una Patria para todas y todos.
Lo ocurrido entre el 22 y el 24 de octubre es la más artera traición a los más de 600 compañeros que perdieron la vida por construir ese partido, y asimismo a los miles de militantes y simpatizantes que le brindaron sus mejores esfuerzos y desempeños por convicción y entrega a la causa surgida el 5 de mayo de 1989, y cuya pujanza se frenó cuando sus principios fueron desterrados por quienes transformaron al partido en una agencia de colocaciones y en una apetitosa fuente de recursos económicos.
La izquierda partidaria, aglutinada en el PRD, sufrió un severo revés con el desenlace de su último proceso interno, menos mal que la izquierda societaria, la que entendió que esa burocracia partidaria deshonraba los principios con pragmáticas alianzas, aquella que trabaja a ras de piso, que sostiene convencida círculos de estudio, grupos de reflexión y cree en la regeneración por la vía pacífica, o se inserta en otras expresiones partidarias afines al proyecto plasmado en 1989, está más viva y dinámica que nunca.
Por ello y parafraseando a Carlos Monsiváis, menos mal que de la causa perdida —en que se transformó el PRD— “se alimenta la resistencia que hoy nos convoca” a regenerar a la nción, y a construir el cambio verdadero que México merece.