Aprender del pasado
Guadalupe Loaeza
Empecemos desde el principio. Han de saber que los antecedentes de la “guerra personal” de Villa contra los norteamericanos están en una serie de agravios recibidos por el Centauro del Norte por parte de Estados Unidos, después del reconocimiento al gobierno de Carranza. Una vez derrotada la División del Norte en abril de 1915 en el Bajío, lo que siguió en su contra fue un implacable embargo de armas por parte de Estados Unidos, que no dejó más camino que conseguirlas a través de comerciantes inescrupulosos para luego ser introducidas ilegalmente en territorio nacional.
A Villa le quedaban pocos caminos por seguir: o se rendía, o huía, o continuaba su lucha con los escasos recursos que le quedaban. Los avances del gobierno carrancista sobre el terreno que una vez fue suyo le apretaban como tenazas de las que pronto no escaparía. Decidió entonces disolver su ejército en la Hacienda de Bustillos e iniciar su guerra de guerrillas, en espera de mejores tiempos.
Sentía una particular amargura por la actitud de los estadounidenses, a quienes tanto protegió en sus vidas y bienes a lo largo de la Revolución. Así las cosas, escuchaba con cada vez mayor atención a quienes le aconsejaban que se vengara por tanta ingratitud.
El 16 de enero de 1916, mientras un tren ocupado por un grupo de ingenieros y trabajadores de esa nacionalidad se dirigían de la ciudad de Chihuahua al mineral de Cusihuiriáchic, a su paso por el poblado de Santa Isabel, un grupo villista cayó sobre el convoy y asesinó a sangre fría a casi todos sus ocupantes.
A resultas de este ataque, Villa se llevó un respetable botín, muy apropiado en esas épocas de crisis, para luego perderse en la serranía. Washington protestó ruidosamente ante el gobierno de México, exigiéndole la nada despreciable suma de un millón 280 mil dólares, situación que agradó a Villa, quien vio en las presiones de Estados Unidos una manera de debilitar al presidente Carranza. Un rencor se sumó a otros: Wilson permitió a las tropas del gobierno el paso franco por territorio norteamericano para auxiliar al General Plutarco Elías Calles, que entonces se encontraba en Agua Prieta a punto de sucumbir ante el asedio villista.
Con esta derrota, el guerrillero sufrió más defecciones de sus filas; entre ellas se encontraba la de un michoacano llamado Lázaro Cárdenas. Ya no tenía otro pensamiento que el de la venganza, y la gota que colmó el vaso fue una nueva traición, ahora la de uno de sus proveedores de armas y parque: Samuel Rabel, comerciante de Columbus, Nuevo México, villorrio infame y no menos polvoriento situado en medio del desierto, a cuatro kilómetros de la línea fronteriza.
En la madrugada del 9 de marzo de 1916, los villistas cortaron los alambres que dividían los dos países y se dirigieron a localizar a Rabel y a su hermano. La única defensa de Columbus era un destacamento dormido de 300 hombres del Regimiento Decimotercero de Caballería del Ejército de Estados Unidos. Lo sorpresivo del ataque los mantuvo a raya, después de que sus centinelas fueron apuñalados, mientras una columna de “dorados” irrumpía en el poblado como demonios escupidos del infierno. Aquí y allá caían los despavoridos habitantes que salían a su paso, aunque no se llamaran Samuel Rabel, quien, por cierto, esa noche se encontraba en El Paso curándose de un bendito dolor de muelas. Los incendios de los negocios de Rabel iluminaban y hacían más tétrica la noche del frío y ventoso desierto.
El escándalo fue mayúsculo. Washington protestaba ante el gobierno de Carranza, que estaba tan sorprendido como los vecinos del norte, y la prensa amarillista clamaba por venganza. La madre del magnate Hearst ofrecía 50 mil dólares a quien entregara la cabeza del Centauro, mientras el presidente Wilson, precipitadamente y sin medir las consecuencias, envió al general John J. Pershing el 15 de marzo a pasar la frontera al mando de la Expedición Punitiva. Su propósito era capturar a Villa evitando todo contacto con las tropas mexicanas, para bien o para mal, pero “debiendo guardarse escrupulosamente de respetar la soberanía de México”.
Después de tanto descalabro, Wilson ya no buscaba queso sino salir de su ratonera. Quería una retirada “honorable”, pero Carranza exigía una retirada inmediata y sin condiciones. Después de ires y venires diplomáticos, sería solamente hasta el 6 de febrero de 1917, 11 meses después del ingreso de la expedición, cuando ésta se retiró en definitiva con las manos vacías.
Por último, y a modo de conclusión, pienso que sin lugar a dudas Venustiano Carranza es un ejemplo por seguir. El supo, con sentido político y con una gran dignidad, pintar su raya con Estados Unidos. Ojalá que los funcionarios actuales revisaran más la historia de México. Solamente aprendiendo del pasado, se puede evitar meter tantas patas en el presente.
He aquí lo que lo que me dijo el historiador Pedro Castro a propósito del personaje mexicano revolucionario más admirado, Pancho Villa.