Carlos Olivares Baró

Isabel Chavela Vargas Lizano (San Joaquín de Flores, Costa Rica, 1919) siempre está de regreso: en realidad nunca se ha ido, sus resuellos se nos quedan en los ojos y percibimos el cosmos del amor desde el retumbo de su rancia voz. Chavela canta y el instante se fortifica con otra pausa: su plegaria prolonga los tiempos y un potro asustado merodea el crepúsculo. “Hay que llenar el planeta de violines y guitarra”. Chavela canta y la vida se repleta de intemperies que arrebujan. “La música no tiene frontera, pero sí un final común: el amor y la rebeldía”. Chavela nos inunda la piel con adeudos de soles y nos deja huérfanos de sombra, precisa los orígenes y nos escribe en la espalda las prevenciones del dolor. “Nadie se muere de amor, ni por falta ni por sobra”. Las coplas se atrincheran en los páramos de la angustia: el viaje por el llanto nos cura. Canciones que Chavela traslada a los resquicios de la memoria, anulando las presencias. Con Chavela uno sabe que sólo hay un lugar: el parpadeo del repaso. “Todo lo he hecho a sabiendas y no me arrepiento de nada. Ni de lo bueno, ni de lo malo, ni de los momentos felices, ni de las tristezas…”.

Chavela, por decirlo así, huyó de Costa Rica a México cuando tenía diecisiete años. Grabó su primer disco en 1961 y desde entonces no ha parado. Tiene en su haber más de ochenta producciones musicales: agasajos discográficos de una mujer pletórica, que más de una vez ha desconcertado a las buenas conciencias: “Yo no estudié para lesbiana. Ni me enseñaron a ser así. Yo nací así. Desde que abrí los ojos al mundo. Yo nunca me he acostado con un señor. Nunca. Fíjense qué pureza, yo no tengo de qué avergonzarme… Mis dioses me hicieron así”.

Chavela perennemente de vuelta: dibujada en las tapias, humedecida por el limo de los zaguanes. Siempre Chavela en volveres recapitulados. ¡Por mi culpa!/ Chavela Vargas y Sus Amigos (Discos Corasón, 2010) es un álbum de retos: “No le temo a nada”, gritó Chavela el 17 de abril de 2009 cuando cumplió noventa años. “Quiero hacer mi propio disco, una antología personal de mis canciones predilectas con mis amigos”.

Ocho canciones en cabalgata por las esclusas del alma, apresurándonos las ansias y columpiando la esperanza. Chavela en diálogo vital, revisando —en los bargueños de su vida— pasiones, arrojos, aguaceros, apegos… Chavela bajo los resplandores de la desobediencia: niña vestida de granate reflejada en la llama de los candiles del deseo.

“Las ciudades” (José Alfredo Jiménez): Chavela, Eugenia León y guitarras. “Las distancias apartan las ciudades,/ las ciudades destruyen las costumbres”. Cascada de matices que Eugenia resuelve con maestría, pronunciado a la Chavela que su aliento guarda en los fraseos. ¡Vaya interpretación!

“Un mundo raro” (José Alfredo): el chelo de Jimena Giménez Cacho muerde la melodía con llovizna. “Luz de luna” (Álvaro Carrillo): guitarras, bajo y percusiones merodean las motivaciones para que Chavela musite la aflicción del abandono: “pues desde que te fuiste no he tenido luz de luna”. La Negra Chagra y “Las simples cosas” (Isella/Tejada): dársenas sureñas con retumbos rancheros: “Al fin la tristeza es la muerte lenta de las simples cosas”. “¿A dónde te vas paloma? (Chavela/Ávila) desbordada de complicidades con Mario Ávila, quien le puso música a las redondillas libres de Chavela: “Regresa, yo te lo ruego,/ No importa que te hayas ido./ Mi corazón es el fuego/ Donde se quema el olvido”. Pink Martini tiñe “Piensa en mí” con atrayentes aires kitsch que Chavela asume con tolerancia. La aguardentosa epifanía de Sabina en un “Nosotros” (Pedro Junco) procaz y lúdico. “Vámonos” (José Alfredo) con Lila Downs en pespunte melódico/armónico: derrame de acentos hambrientos.

Conversación con el albor: por culpa de su voz, los abrazos. Por su culpa el regocijo de este disco que nos alivia con ardores: no hay nada mejor para los infectados de mal de amores que dos cucharadas de Chavela Vargas bien temprano en la mañana. Los productores de este álbum son especialistas en esos menesteres de canciones, parrandas, rancheras y boleros: por su culpa también.