España votó

Bernardo González Solano

España ofreció al mundo una excelente lección democrática. Pese a encontrarse en una gravísima crisis económica sin precedentes —de sus poco más de 46 millones de habitantes, cinco millones están en el desempleo, la gran mayoría jóvenes—, el domingo 20 realizó elecciones generales para renovar el Parlamento cumpliendo las previsiones de los sondeos que adelantaban el triunfo del Partido Popular y la derrota del Partido Socialista Obrero Español, en el poder.

El conservador Popular obtuvo el mejor resultado de su historia: 186 diputados y el Socialista Obrero el peor desde que inició la transición política en España: 110 escaños. En síntesis, el principal periódico madrileño encabezó su edición del lunes 21: “La crisis da todo el poder a Rajoy”. España votó y nadie discutió el resultado. Así debe ser la democracia. Los truculentos políticos mexicanos deberían tomar nota.

Esta no será la primera vez que un líder del Popular —formación de derecha heredera de la Alianza Popular, el partido fundado en 1976 por el ex ministro franquista el gallego (como Mariano Rajoy) Manuel Fraga Iribarne, llega al poder en España; de hecho, Mariano Rajoy será el sexto presidente del gobierno del reino de España desde la transición democrática.

La diferencia con Aznar

Sin embargo, las circunstancias de esta victoria del Popular son radicalmente diferentes a las de 1996, cuando José María Aznar hizo lo propio. En aquella ocasión Aznar únicamente obtuvo una mayoría parlamentaria relativa, mientras que Rajoy obtuvo una mayoría absoluta, como no la tuvo Felipe González Márquez en 1982.

Ningún otro presidente del gobierno español ha tenido el poder que el domingo 20 recibió Rajoy. Además, Aznar tuvo la oportunidad de llegar al gobierno en el momento en que la economía española comenzaba un ciclo de crecimiento. Al grado que, sin modestia, Aznar no dudó en atribuirse el mérito, declarando, pocas semanas después de formar su gobierno: “El milagro soy yo”.

Ahora, aunque Rajoy se cuidó mucho durante la campaña de ofrecer “milagros” para resolver la crisis, el pueblo le exigirá milagros, y muy pronto. He ahí la diferencia.

En tanto, el Popular obtuvo una sobrada mayoría absoluta por decisión de los votantes españoles que, como dice el titular periodístico, los iberos depositaron en Rajoy un poder sin ambages a nivel municipal, autonómico y estatal que le permitirá manejar la crisis económica, sin duda la más grave y compleja que sufre el país desde la transición democrática.

El Socialista Obrero y su candidato Alfredo Pérez Rubalcaba no tenían muchas posibilidades de aventajar a Rajoy. Los errores del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero —que se empecinó en no reconocer la crisis y su avance en España— facilitaron el éxito electoral de los populares. Pérez Rubalcaba se hundió por lo que perdió más de medio centenar de diputaciones de las 169 que el Socialista Obrero obtuvo en los comicios de 2008. De hecho, pudo perder todavía más. El triunfo del Popular fue “seco, duro y a la cabeza”.

En tales condiciones, Rajoy, a la inversa de Aznar, recibe su triunfo cuando las provisiones anuncian que el desempleo aún puede subir más: el 23% o el 24%, “depende” —la palabra usual del abanderado popular— de lo que marquen los mercados europeos. En materia de desempleo todavía falta mucho por ver. Y el crecimiento económico aún es inferior al 1%. La “herencia” socialista pesa y pesará mucho todavía en España. Rajoy tendrá que hacer “milagros” aunque no los haya prometido.

Premio a la constancia

La tercera fue la vencida. De acuerdo a sus seguidores, la victoria de Rajoy tiene mucho de premio a la constancia. De todos es sabido que Rajoy navegó contra la corriente incluso dentro de su partido. El propio Aznar, que lo designó en puestos importantes en su gobierno, no lo apoyaba como líder del Popular.

De todas suertes, con su apariencia de impasibilidad resistió a todos y con su leyenda de indolencia se enfrentó a todas las dificultades para llegar a ser el político democrático que mayor poder ha acumulado en España. Sea por las circunstancias, o por su acierto, hoy por hoy, Rajoy recibe un poder casi omnímodo a nivel nacional, con excepción de Cataluña y el País Vasco; asimismo, con su triunfo asegura la disciplina interna en su partido, algo que está muy lejos de conseguirse en el Socialista Obrero. Rubalcaba pidió a Rodríguez Zapatero convocar lo más pronto posible a un congreso del Socialista Obrero. Mucho trabajo les espera.

Sin duda, fueron los problemas económicos del país los que centraron la atención de los votantes el domingo 20, pero también hay otro aspecto que muchos analistas no dejaron inadvertido. Después de todo, estos fueron los primeros comicios generales que se desarrollaron sin la amenaza del terrorismo de ETA, que todavía en las elecciones de 2008 le costó la vida al ex consejal socialista Isasías Carrasco el 7 de marzo de aquel año.

Al respecto, el lehendakari (presidente vasco) Patxi López, al referirse a las elecciones sin la amenaza terrorista dijo: “Esta vez sí hemos recuperado la libertad, les hemos derrotado”.

Una vez conocido el triunfo y pese a la inevitable algarabía entre los militantes del Popular que se reunieron por miles en la sede central del partido en Madrid, Rajoy no echó las campanas al vuelo y en su primera aparición como candidato triunfador en el balcón “popular” ya habló como mandatario y no como contrincante de Pérez Rubalcaba: “Prometo gobernar sin sectarismos, con responsabilidad, con humildad y con compromiso, que nadie se sienta excluido, el esfuerzo será repartido y equitativo… Nadie tiene que sentir inquietud, el único enemigo es la crisis enemiga”.

El sexto presidente del gobierno español desde 1978 trataba de guardar las formas. De todas maneras, en la madrileña calle Génova todos estaban de fiesta. El Popular volvería a La Moncloa. “Hoy tenéis que celebrarlo y mañana será otro día”… “Han sido años difíciles, (el gobierno) requerirá mucho esfuerzo, mucho trabajo y mucha responsabilidad”.

Desempleo, problema central

Ya elegido, el gobierno que tendrá el Popular en los próximos cuatro años tomará muchas decisiones para hacer frente a los problemas del desempleo, del mercado inmobiliario, del sistema financiero, de la crisis del euro y de todo lo demás.

Y cuando Rajoy tome esas decisiones, tendrá que ser consciente, en todo momento, de que la acción del gobierno necesita orientarse hacia el sector más azotado por la crisis: los jóvenes. Los indignados que desean continuar en la Plaza del Sol y en el centro de muchas otras ciudades españolas y del extranjero.

La verdad sea dicha, la indignación no es sorprendente. Uno de cada dos jóvenes menores de 30 años no cuenta con empleo. La precariedad es habitual para el resto: la mitad de los que trabajan tienen un contrato temporal. Dadas las bajas perspectivas de crecimiento para los próximos años, el riesgo de quedarse atascado en los márgenes del mercado tras un periodo dando tumbos es desgraciadamente elevado.

En tales condiciones, cuenta Miguel A. Noceda, en su “Información privilegiada”: “Cuenta Mariano Rajoy, y es verdad, que se ha tirado toda la legislatura aprendiendo economía. Se puso a ello —como a estudiar inglés— con vistas a su asalto a La Moncloa. Aparte de despachar con los expertos del PP… para que le explicaran conceptos que le permitan desenvolverse mejor en la materia, se ha preocupado por mantener reuniones con empresarios y banqueros del país… Han sido reuniones discretas con las que ha formado una agenda secreta de empresarios a los que consulta o se reúne con frecuencia”.

Agrega Noceda: “¿Qué le han pedido los empresarios a Rajoy? Adopción de medidas urgentes a las primeras de cambio: reforma del mercado de trabajo; reforma fiscal que incentive la inversión con mejor tratamiento a las pyme; control del gasto público… reforma de las administraciones públicas y completar el citado saneamiento del sistema financiero. Además, exigen la modernización del modelo productivo, con la mejora de la competitividad en base a la productividad y la eficacia; reforma del sistema energético; mejora del sistema educativo; racionalización de los organismos reguladores; programa de inversiones públicas; apoyo a los emprendedores; apoyo a la automoción; agilizar la internacionalización… Casi nada… Es la suerte del ganador”.

Mariano Rajoy —1955, Santiago de Compostela; cuya niñez y juventud las vivió entre Avila, Galicia, Asturias, León y Pontevedra, donde conoció a la que será su mujer con la que ha procreado dos hijos—, desciende de un linaje muy próximo al poder; su abuelo fue un republicano conservador que redactó el Estatuto de Galicia y llegó a decano del Colegio de Abogados, y su padre, del mismo nombre, hizo carrera en la judicatura del régimen, que culminó como presidente de la Audiencia de Pontevedra. Desde su primera candidatura hace siete años, esperó pacientemente su hora.

A los 56 años de edad, después de dos fracasos en 2004 y en 2008, por fin el Palacio de La Moncloa le extiende los brazos. Y como escribió un periodista deportivo, José María García, que resumió su trayectoria política: “Lo malo es que por donde pasa no limpia. Y lo bueno es que por donde pasa no ensucia”.

Que el futuro sea bueno para España y para Rajoy.