Herta Muller en la FIL de Guadalajara

Guadalupe Loaeza

No sé por qué tengo la impresión de que Herta Muller, Premio Nobel de Literatura y quien se encontrará en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara dedicada a su país, Alemania, es una mujer reservada e introspectiva.

Conforme veía las fotografías que los medios han difundido, me llamaban la atención sus penetrantes ojos, dueños de una mirada muy concentrada, tal como dicen que es su obra literaria.

Sin duda, la gran mayoría de los lectores mexicanos se quedaron muy extrañados al conocer la designación de esta narradora, no obstante que ella había viajado a nuestro país en 2000 invitada por la embajada de Alemania para leer algunos fragmentos de su obra en la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles. Como dice el escritor José María Pérez Gay: “El lector mexicano hallará pocos vasos comunicantes con su obra”.

Conforme fui leyendo acerca de la vida de esta escritora, me enteré efectivamente de las situaciones históricas y sociales tan complejas que han rodeado su existencia. Con razón, muchos han dicho que además de la gran obra literaria de Herta Muller, la Academia Sueca también premió su fortaleza y su gran valentía, pues esta mujer pertenece al pueblo suabo, una minoría de lengua alemana que vive en la región del Río Danubio y en Rumania, en pequeñas comunidades muy desconocidas, pues como expresó el alcalde de Nitzkydorf, la ciudad natal de la novelista: gracias a ella finalmente esta localidad aparecerá en los mapas.

 Pero, ¿cuáles son los orígenes y cómo fue la infancia de esta autora que tiene precisamente como una de sus características más importantes la recreación literaria del mundo de su niñez? Escuchemos lo que Herta Muller dice acerca del alemán: “Mi lengua materna es el alemán, porque provengo de la minoría alemana en Rumania. Así que el alemán es mi primer idioma. Luego está la lengua de la infancia. Pero, a decir verdad, con ella afronto el mayor problema: ignoro por completo si realmente es la lengua de mi infancia. Y es que durante mi niñez se conversaba demasiado poco para que existiese una lengua de la infancia”.

Es necesario decir que a pesar de que la novelista habla alemán, se siente profundamente rumana, es decir, perteneciente a este país situado en el corazón de Europa, ese país con mucho atraso con respecto a los demás países del viejo continente y un país con una fuerte presencia de relatos muy antiguos. Tal vez, los suabos del Banato, como se llama el grupo al que pertenece la Premio Nobel, conservan hoy los relatos que sus antepasados contaban desde que se instalaron en Rumania, hace más de dos siglos.

Asimismo, dice Rafael Poch, corresponsal en Alemania del diario La Vanguardia (“El origen de la Nobel Herta Muller”, 9/10/9), que Herta fue una de los 200 mil suabos que emigraron durante el régimen de Nicolás Ceaucescu, el dictador de Rumania entre 1965 y 1989.

Actualmente, hay alrededor de 60 mil suabos en Rumania, es decir que la gran mayoría abandonó su país en los años 80. Puede decirse que esta autora cuenta la historia de un mundo que ya desapareció, el de los suabos en Rumania, un mundo fantasmal en el que viven sus abuelos, sus padres y sus recuerdos de infancia.

Gracias a un espléndido reportaje de Raúl Sánchez Costa, publicado en El País, nos enteramos de que la antigua casa verde, hecha de adobe, en la que nació Herta y vivió con sus padres y sus abuelos, todavía existe, sobre la calle principal de Nitzkydorf. Ahí vivió con su padre, quien trabajó para las SS de los nazis y con su madre, una mujer que vivió cinco años en un campo de concentración de Ucrania.

Desafortunadamente, ya casi no hay nadie que la recuerde en ese pequeño poblado de mil habitantes. Una de las vecinas, Eugenia Dragan, recordó que juntas estudiaban rumano al terminar las clases. Sí, los rumanos guardan muy pocos recuerdos de esta mujer que tuvo que dejar su país en 1987 a causa de la opresión del régimen de Ceaucescu.

No obstante, el recuerdo más triste de su época en Rumania tiene que ver con su mejor amiga de infancia; un día descubrió que esa niña a la que tanto quería, con la que acostumbraba jugar y a la que le contaba todos sus secretos, era informante de la policía secreta, pues hay que decir que el gobierno rumano también hacía que los niños y los adolescentes trabajaron como espías.

Estoy segura de que gracias a su calidad literaria, Herta Muller dejará de ser una desconocida para nosotros, sobre todo después de su presencia en la FIL.