Gozan de poca credibilidad
Martín Tavira Urióstegui
Según los datos dados a conocer hasta este momento —17 de noviembre— por el Instituto Electoral del Estado, se reconoce la victoria de Fausto Vallejo (PRI) para gobernador de Michoacán. La señora Luisa María Calderón (PAN) ocupa el segundo lugar en votación, y Silvano Aureoles Conejo (PRD), el tercero. Sólo emitió su voto un 54% de los ciudadanos empadronados. Como se ve, el abstencionismo es muy alto.
En los Estados Unidos de Norteamérica el abstencionismo goza de una larga tradición. El hastío que ha provocado el bipartidismo, aleja de las urnas a los votantes. “El pavorreal se aburre de luz en la tarde”.
En México las elecciones presidenciales despiertan cierto entusiasmo, el cual se ha ido apagando con los fraudes, especialmente los de 1988 y 2006. La gente desencantada hace “huelga cívica”.
En Michoacán, a pesar de una campaña dispendiosa, la gente no pudo distinguir un partido de otro. Los candidatos hacían promesas vagas, sin precisar en forma clara sus plataformas. La mercadotecnia en lugar de dar a luz llenó de brumas el panorama. Ello explica, en parte, la poca diferencia de votos entre los partidos y sus abanderados.
Al PAN parece que le produce una grave alergia la austeridad muy necesaria en estos tiempos. El domingo 6 de este noviembre pudimos presenciar un escenario de feria política en conocido hotel, al que concurrimos a desayunar semana a semana. Los dos estados mayores —el presidencial y el del PAN— desplegaron toda su fuerza. Autobuses, camionetas y automóviles de diversas marcas cerraban el paso por todos lados. Parecía que los contingentes blanquiazules habían tomado por asalto el hotel. Era difícil moverse entre la gente.
Tal parece que los partidos políticos gozan de poca credibilidad. Se han desdibujado frente al pueblo.
El PAN dejó de ser aquel partido doctrinario que manejaba ideas dentro de su corriente filosófico política. Ya no hay personajes como Gómez Morín, Christlieb Ibarrola o Estrada Iturbide que debatían con Vicente Lombardo Toledano.
El PRI de estos tiempos nada tiene que ver con sus antecesores: El PNR, fundado por Plutarco Elías Calles en 1929, de arriba hacia abajo, para unificar corrientes, movimientos y partidos locales desparramados en todo el país; el PRM, impulsado por el presidente Lázaro Cárdenas como una alianza entre la clase obrera, la campesina, las capas populares e incluso el ejército; o el PRI de la época de López Mateos. Como quiera que sea, había una mística revolucionaria y nacionalista que hizo posible la expropiación petrolera y la nacionalización de la industria eléctrica. Hoy, el señor Peña Nieto, aspirante a la Presidencia, anda ofreciendo el petróleo al capital privado. En el corazón de la oligarquía financiera —Nueva York— ofreció este recurso estratégico a la “iniciativa privada”. Con todos los cuestionamientos que se le quieran hacer, Díaz Ordaz puso en claro que no permitiría el capital extranjero en la banca ni el capital privado en Petróleos Mexicanos.
El señor Manlio Fabio Beltrones acaba de realizar un notable hallazgo en la ciencia política: gobiernos de coalición, de ciudadanos no de partidos. ¡Oh, paraíso construido en la Tierra!, si es dable parafrasear el verso de Haine. Regímenes de una “sociedad civil” plana y armónica. ¡Aleluya! Y eso que Beltrones se apunta para la grande; pero lo que ha provocado es el parto de los montes sin dolor.
El PRD no acaba de nacer como partido serio, macizo, con ideología y programa claros. Si se dieran batallas en su interior en torno a una doctrina política y filosófica o alrededor de objetivos, nada tendrían de negativas. Pero el caso es que los pleitos surgen por posiciones en el seno del partido y en puestos de elección popular. ¡Cómo puede adjudicarse el noble título de partido de izquierda!