Elena Méndez

Eve Gil (Hermosillo, 1968) dejó temporalmente de escribir narrativa para adultos al iniciar, con gran éxito del público y de la crítica, una “saga mángika” con Sho-shan y la Dama Oscura (Suma de Letras, 2009), donde fusiona magistralmente la realidad con la ficción, al presentar un drama familiar en que la pequeña Cho-chan es acusada de asesinar a su mejor amigo, sin poder defenderse puesto que no habla, encerrada en su “feroz silencio poblado de mariposas” —como afirma la autora—. A partir de esta tragedia, la vida de los involucrados dará un vuelco inusitado, al toparse con acontecimientos fantásticos imposibles de controlar. En la segunda parte, Tinta violeta (Suma de Letras, 2011), Cho-chan se reencuentra con su hermana Murasaki, tras diez años de dolorosa ausencia, y deberán estar más unidas que nunca para vencer a las fuerzas siniestras que se empeñan en aniquilar su de por sí frágil nexo fraternal.

—¿Cómo surge la idea de realizar una “Trilogía Otaku”, donde las respectivas tramas giren alrededor del manga, los cosplays y los videojuegos?
—Respecto al mundo de los otakus, hay que aclarar que son las personas amantes de la cultura japonesa. No me hubiera alcanzado una sola novela para hablar acerca de todo lo que esto abarca. Entonces decidí que en la primera novela, Sho-shan y la Dama Oscura, la protagonista fuera una mangaka. Mangaka es quien hace mangas (historietas) y animes (caricaturas). Pero no una famosa, sino una que llegará a serlo. La segunda parte trata sobre los disfraces, porque es todo un arte. Y el personaje central de Tinta violeta es una niña, Cho-chan, que es hermana de la otra niña. Y en la tercera parte habrá videojuegos, lo que complementa ese mundo… los otakus suelen tener esas pasiones: el manga/anime, los cosplays y los videojuegos.

—La trilogía ha atrapado parte del público juvenil; en particular, de los otakus y los Asperger…
—Entre los niños otakus hay muchísimos con Asperger… Yo tengo dos hijas, la mayor, que es otaku y mangaka, y la menor, que está empezando a ser otaku y tiene Síndrome de Asperger, aunque su interés principal es diseñar ropa, y la grande se disfraza. Los personajes de mis novelas, Murasaki y Cho-chan, están inspirados en mis hijas.

—En Sho-Shan y la Dama Oscura, Murasaki es víctima del bullying; y en Tinta violeta, Cho también lo es: ¿Busca conciencia sobre el bullying?
—Sí. Mis novelas hablan del respeto a las diferencias. Todos los personajes tienen un rasgo diferente, hasta los más “normales”. Por ejemplo, el doctor Rintaro Mori (padre de las protagonistas), termina haciéndose samurái… Creo que todos tenemos un rasgo distinto a los demás, pero lo escondemos. La mayoría de mis personajes no esconden su rareza y por eso son víctimas del bullying. Los niños padecen este hostigamiento por no esconder su rareza. Y quienes los molestan quisieran ser como ellos: libres. En Tinta violeta aparecen unos niños checos a quienes han golpeado, es una pareja de enamorados… a la niña sus papás la corrieron de la casa, en vez de ayudarla. A mi niña menor siempre la vieron como el bufoncito y a la grande la golpeaban todos los días en la escuela; fui a reclamar pero el director se puso a favor de los agresores. La saqué de ahí y meses después expulsaron a esos niños.

—Tinta violeta recuerda un poco al Quijote, en cuanto a que los sucesos cruciales ocurren en el templo sintoísta, mientras que en el texto cervantino se suscitaban en la venta.
—Ese fue mi plan desde la primera parte. Menciono la religión japonesa pues los animes japoneses se centran en religiones occidentales. Dragon Ball Z no tiene nada que ver con Japón, sino con China. En el único anime donde abordan el budismo es en Naruto. En Full Metal Alchemist hablan del judaísmo. En Hellsing y en Trinity Blood, del catolicismo; en el Mayordomo Negro aparece un personaje musulmán. En Nieve de primavera, novela de Yukio Mishima, aparece la Abadesa Kadiri, que viene de un linaje muy antiguo de samuráis. Aparece en sólo dos páginas; yo la retomo como personaje, otorgándole más importancia.

—¿En qué radicaría su obsesión por la cultura japonesa?
—Victoria, mi hija mayor, desde los dos años es fan de las caricaturas japonesas. Yo me sentaba junto a ella sin entender nada, sólo veía que se golpeaban. Pensé que eso la haría violenta, pero no, más bien desarrolló una filosofía: el valor de la amistad, de la honestidad, del honor; lo que no enseñan en las escuelas, definitivamente. Investigué sobre esas caricaturas para escribir un artículo y terminé enamorada de ellas…

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