Los premios Nobel de Literatura, Herta Müller y Mario Vargas Llosa coincidieron en que la literatura uno entiende su realidad, la cuestiona, critica y enriquece, pero también se puede escapar de ella, cumplir como psiquiatra del lector, o como una agencia de viajes a mundos ficticios, pero, al final se convierte en algo más que un placer, en una manera de defenderse.
Nadie podía entrar al Salón Juan Rulfo, cuando se presentaron los escritores: las mil sillas se ocuparon rápido y para las otras 500 personas cualquier rinconcito era bueno.
Juan Cruz, miembro del jurado del Premio FIL de Literatura, propició la charla. Ya tenía su jugada, una pregunta tras otra consiguió de los escritores lo que quería, hablar de literatura, exponerlos también como lectores.
“A los 11 años sufrí una experiencia traumática” explicó Vargas Llosa. “Conocí a mi padre, que hasta me habían ocultado contándome que estaba muerto, y regresó a vivir con nosotros a Lima. Mi padre era una persona autoritaria y violenta, por el que yo sentía gran terror. Entonces descubrí el miedo y la soledad. Estaba exiliado en Lima y la literatura fue un refugio.
“Para mí la literatura se convirtió en una manera de defenderme de todo aquello que me agredía, me lastimaba, me frustraba en la vida, cuando empecé a escribir, vivir la literatura fue una gran defensa”, dijo Vargas Llosa.
Mientras que a Vargas Llosa la literatura le ayudó a escapar de la fuerte autoridad del padre, a Müller del dolor que significaba la dictadura.
“En los libros veía lo complicado de la desgracia y, aun así, la literatura me reconfortaba, me dolía más cuando estaba bien escrita, en la cultura lo bonito es siempre lo que duele más. Yo siempre dije, la literatura me reconforta sin engañarme, no hace falta que mienta, me dice ‘así es'”, aseveró Müller.
Redacción/mc


